Expresiones de la Aldea, Tertulias de la Aldea

LA DÁRSENA GRANDE

Por Roberto Tessi

Ese camino de agua, bordeado de álamos carolinos, se presentaba como una gigantesca lampalagua que venía rodeando de sur a norte y de oeste al naciente, en una curva inmensa atravesando campos que aprovechaban el riego milagroso de las aguas del Río Quinto, todo gracias al ingenio y la sabiduría de aquel italiano de apellido Vulpiani cuyos antecedentes como ingeniero hidráulico lo antecedían desde su país de origen.

El reparto del agua en estas comarcas mediterráneas era de capital importancia y más en nuestra provincia de San Luis, alejada de las cuencas cordilleranas de grandes caudales producto de los deshielos. Nuestro Río, que captaba cuanta vertiente salía a su camino del corazón de las Sierras Grandes, también cruzaba, en su mayor parte, serpenteando en meandros por la llanura que preanunciaba el desierto, para buscar acercarse al lejano río-mar de La Plata.

Por eso, desde antes de su fundación, los criollos mezclados pacíficamente con los originarios hicieron muchos intentos de sustraer las aguas mediante defensas o trincheras para desviar una pequeñísima parte de su cauce hacia tierra adentro. Garantizaban así bebederos para sus precarios corrales y agua para algunas incipientes sementeras de los escasos cultivos que servían para su subsistencia.

Hay un vestigio de una toma de ladrillo construida sobre el margen izquierdo antes de la fundación del Fuerte Constitucional, en diciembre de 1856, un señor llamado Leoncio Suárez que aparecía como dueño de las tierras donde se fundó la que después sería la ciudad de Villa Mercedes. Esto fue en un reclamo judicial ante los tribunales de San Luis para ser indemnizado por la expropiación de las tierras, citando esa obra de mejora como antecedente de su presencia en el lugar que luego continuó, su esposa y heredera, Viviana Fernández de Suárez.

Antes de su fundación, los criollos mezclados pacíficamente con los originarios hicieron muchos intentos de sustraer las aguas mediante defensas o trincheras para desviar una pequeñísima parte de su cauce hacia tierra adentro. Garantizaban así bebederos para sus precarios corrales y agua para algunas incipientes sementeras de los escasos cultivos que servían para su subsistencia.

El agua se trasladaba en acequias cavadas en tierra plana siguiendo la inclinación natural para poder avanzar al norte, y de ahí bajaba en forma notable rumbo al este, para perderse en algunos bajíos o terrenos que recién con la llegada de inmigrantes se empezó a sembrar en surcos algunos vegetales que eran prácticamente desconocidos para los lugareños. Tal es el caso de la cebada, mijo, espárragos, tomates, lechugas, zanahoria y zapallos. Por supuesto, a diferencia de las culturas recién llegadas, y acostumbradas a trabajar la tierra impusieron una nueva tecnología basada en el arado y los animales de tiro, carros, carretillas, palas, picos, rastrillos y azadas.

Las mujeres tenían la misma tarea que los hombres y los niños, ayudaban en lo que podían. Abrir las acequia para inundar los surcos era toda una tarea que realizaban los mayores y cuidaban que los canales no se desmoronaran guiando el agua hasta el último rincón de cada cuadro.

Muchas veces esta tarea se hacía bajo el control estricto de los vecinos que ansiosamente esperaban su turno para recibir el agua en los sembrados de sus quintas.

La expansión de las tierras bajo riego se hizo lentamente hasta los últimos años del siglo XVIII, pero cuando empezó a hablarse de un dique sobre el río por el cual se iba a aprovechar un caudal infinitamente superior, muy pocos sabían del interés de la Nación en financiar la construcción del Dique; después vendría el Proyecto Vulpiani. Así el siglo XX comenzaba lleno de optimismo hacia el futuro.

Parte del acueducto Vulpiani que lleva agua desde el dique Cruz de Piedra a la ciudad de San Luis, hacia 1935. Foto: José La Vía.