Expresiones de la Aldea, Tertulias de la Aldea

EL COMANDANTE BARZOLA

II Parte

Por Roberto Tessi

El maestro jubilado Arnulfo Soria se dio cuenta de que de un día para otro tenía todo el tiempo del mundo para hacer lo que quisiera. Y eligió escribir historias de la Historia, como él mismo decía cuando le preguntaban qué anotaba en ese cuaderno forrado de papel azul. Su encuentro con el profesor Tomás Ferrari lo marcó para siempre, muy pocas veces había departido con una persona tan singular, que sabía de todo y había leído tantos libros que había perdido la cuenta, un poco molesto ante esta pregunta que siempre le hacían.

Fue ese respetable directivo docente que lo convocaba a la Biblioteca Rivadavia que estaba sobre la Avenida Mitre, a metros de la estación de trenes, el centro neurálgico del Barrio Estación y el verdadero epicentro de las nuevas ideas que llegaron con las locomotoras y vagones. Y como solterón empedernido se aferró a esa rutina que le daba sentido a su vida, que había quedado vacía sin alumnos y sin colegas, en especial aquella maestra de música que se cansó de esperarlo y un día de rompe y raje anunció que se casaba con un chacarero de Fraga y se iba a vivir al campo.

A partir de ese hecho aceleró los trámites de su jubilación y no volvió a pisar la escuela, pues creía que todos sabían de su desengaño amoroso. Por eso con tenacidad e ímpetu se propuso rescatar la figura de aquel Comandante del que su madre era nieta, y nadie lo sabía. En honor a ella empezó a investigar la historia de los soldados de la provincia de San Luis que participaron de alguna manera en la Guerra del Paraguay o de la “Triple Alianza”, como se conoció el pacto entre Brasil, la Argentina y Uruguay contra la nación Guaraní.

Al atardecer se despabilaba y le pedía a su nietita: “tráeme unos amargos que te voy a contar de la Guerra del Paraguay”, y empezaba a contar cómo se quejaban los 200 muchachos enganchados cerca de Renca y el Rincón de Rosales al punto tal que hubo que ponerles grilletes a la noche para que no desertaran…”

Fue su madre la que le contó los divagues de su abuelo en los últimos años de su vida, sentado en la puerta de su casa del barrio San José, bajo un añoso algarrobo que se llenaba de pájaros para esta época: la hacía sentar muy cerca porque hablaba en tono muy bajo, casi en un tono confidencial…”sabe Martita que al poco tiempo de ser alférez nos mandaron a llevar la leva reclutada en nuestra provincia para pelear contra los paraguayos, era el año 1864…” y de pronto se desviaba del tema o se quedaba en un profundo silencio que hacía pensar que ese había dormido en ese ancho sillón adornado con un cojín de oveja y un poncho patrio color bayo que él mismo había traído de recuerdo de alguna campaña por Catamarca y La Rioja, persiguiendo gauchos alzados a la orden del General Arredondo.

Al atardecer se despabilaba y le pedía a su nietita: “tráeme unos amargos que te voy a contar de la Guerra del Paraguay”, y empezaba a contar cómo se quejaban los 200 muchachos enganchados cerca de Renca y el Rincón de Rosales al punto tal que hubo que ponerles grilletes a la noche para que no desertaran. Nunca llegaron al frente de batalla, pues fueron tantos los inconvenientes y cómo se iban soliviantado los soldados al recibir noticias de las atrocidades que cometían las tropas brasileras, que en las cercanías de Corrientes recibieron la orden de no avanzar. “Yo y otros oficiales de carrera, nos quedamos con las ganas”, afirmaba el tata viejo, según contaba la abuela del maestro Soria.

(Continuará)

Fragmento de la obra de Cándido López, quien es conocido como el cronista visual de la guerra del Paraguay.