Expresiones de la Aldea, San Luis, Tertulias de la Aldea

EL COMANDANTE BARZOLA

Por Roberto Tessi

Los vecinos del barrio, de pocas casas por ese entonces al final del siglo XIX, lo saludaban con mucho respeto desde lejos y pocos se quedaban a conversar con él pues creían que desvariaba en su recuerdos y a veces daba órdenes en voz alta. Solo se allanaba en forma cordial cuando su nieta le cebaba mate sentado en la puerta de su casa cada atardecer, después su hija lo venía a buscar para que entre o bien le ponía una manta en los hombros para que no se enfríe.

Había días que se situaba con el cargo de Capitán que le había impuesto el Ministro de Guerra Eduardo Racedo, y sus recuerdos se mezclaban para cuando lo habían notificado de hacerse acreedor a la medalla de Honor que decía “VALOR AL MÉRITO” por su comportamiento en la Campaña al Desierto, y su despacho es firmado por el mismísimo Ministro de Guerra, Joaquín Viejobueno.

Inmediatamente, el 10 de octubre del año 1888 lo ascienden a Mayor y le dan licencia para establecerse en Villa Mercedes, por acreditar con holgura casi treinta años de servicio en el Ejército Nacional y  una foja de  servicios intachable.

Los años, y los achaques de miles de kilómetros a caballo y una vida dura, lo ponían con un mal humor que lo encerraba en un mutismo que se interrumpía con la presencia de algún nieto o los recuerdos que lo asaltaban en esas noches de calor de diciembre y enero, y ahí su talante cambiaba, quería contar de aquellos campamentos a orillas de inmensos esteros correntinos donde una bandada de niñas guaraníes, casi adolescentes huérfanas de padres y hermanos, merodeaban a cambio de un poco de comida o tabaco, lavaban la ropa o fregaban con grasa las pieles curtidas y ajadas de esos guerreros, alegrando el campamento con sus cantos y risas.

Venían huyendo aterrorizadas de las atrocidades que cometía la soldadesca brasileña en el frente de batalla. Seguramente las historias que contaban calaron hondo en el espíritu de ese batallón de puntanos que no estaban para nada convencidos de esa lucha contra pueblos hermanos. Y a él, las miserias que vio, y lo que contaban los refugiados, lo iban a acompañar hasta el último día de su vida.

El viejo Comandante contaba estas historias como algo simple y anecdótico sin sospechar que pese a los honores que le rindieron en su sepelio el 26 de enero de 1893, el tiempo y la ingratitud histórica lo dejarían olvidado…

Ya viejo a veces a mitad de la noche, cuando empezó a tener fiebre en forma recurrente, llamaba con esa voz de trueno que lo caracterizaba…”Yerutí..! Yerutí..! a dónde te has metido chinita, traéme agua…” Nadie de la familia quería contradecirlo pese a que se persignaban en la creencia de que era un alma en pena de la niña guaraní que se le atravesaba.

También le gustaba relatar en reuniones de familia aquella ocasión cuando con una partida de soldados recorría las afueras del Fuerte Mazzini (unos kilómetros al sur de lo que es hoy Fraga) y un soldado le avisó a Barzola que al pie de un médano había divisado movimiento de gente.

Al acercarse la partida, sable en mano por si fueran indios bomberos, se encontraron con la sorpresa de que en un enorme vizcacheral había acurrucadas dos niñas de no más de 10 años, semidesnudas, que estando cautivas en la toldería se fugaron y hacía tres días que venían cruzando el desierto de noche y a pie. Las levantaron y las entregaron a las monjas blancas en Villa Mercedes para su cuidado.

El viejo Comandante contaba estas historias como algo simple y anecdótico sin sospechar que pese a los honores que le rindieron en su sepelio el 26 de enero de 1893, el tiempo y la ingratitud histórica lo dejarían olvidado como uno de tantos soldados de la patria que se destacaron en nuestra ciudad y merecería que su nombre figurara en alguna calle de Villa Mercedes.

Fotografía tomada por Antonio Pozzo: el Ejército Argentino en campaña del desierto.