EL ANCHO MAR DE JEAN RHYS
Ellen Gwendolen Rees Williams, que firmaba sus obras con el seudónimo de “Jean Rhys” nació el 24 de agosto 1894 en Roseau, isla Dominicana. Hija de un hombre galés llamado William Rees y de Minna Williams, una mujer de raíces escocesas, y tras pasar su infancia en el Caribe, Ellen viajó a Inglaterra para seguir estudiando, algo que pudo hacer hasta que su padre murió.
Después de volver con su familia y ya adolescente, regresó a Inglaterra para probar suerte en distintas profesiones como la de corista y actriz, pero no tuvo éxito en esos campos. Su vida transcurrió entre Inglaterra y París, lugares en donde trabajó como artista y en condiciones muy humildes.
Aprovechando las corrientes literarias europeas y sus experiencias personales en una sociedad que ella ya advertía patriarcal y que la había desplazado por no ser considerada ni criolla en su isla natal ni europea en su lugar de residencia, comenzó a incursionar en las letras, cuestión a la que también la acercó el escritor Madox Ford, con quien mantuvo una relación amorosa.
Su primer libro, “Posturas”, apareció en 1928. Se trata de una novela que aporta una visión pesimista del mundo y de la situación de las mujeres en él. También publicó “Después de dejar al señor Mackenzie” (1930), “Viaje a la oscuridad” (1934), y “Buenos días, medianoche” (1939).
En 1966, publica “El ancho mar de los Sargazos”, la que muchos consideran su obra maestra. Fue sin dudas la que le valió el reconocimiento internacional del que no había gozado hasta entonces.
Sus últimas novelas no tuvieron mucho éxito, y, debido a ello y a una situación personal adversa, Ellen decidió retirarse de la vida literaria en 1940. Fue en ese año también en el que por primera vez leería la novela “Jane Eyre”, de Charlotte Bronte.
Sin embargo, y por eso mismo, volvería a escribir: lo hizo para finalmente publicar, en 1966, “El ancho mar de los Sargazos”, la que muchos consideran su obra maestra. Fue sin dudas la que le valió el reconocimiento internacional del que no había gozado hasta entonces.
El libro narra la historia de una mujer, Antoinette Cosway, la primera esposa del señor Rochester en “Jane Eyre”. En la historia, la protagonista, enajenada por su esposo, busca crear un mundo propio, rodeada de los modales distinguidos de su familia británica y las misteriosas vidas de los isleños jamaicanos. Un joven inglés se casa con ella, pero después del matrimonio empiezan a circular inquietantes rumores sobre el comportamiento de su esposa.
El personaje, que se separa de la historia original, fue catalogado por los críticos como uno de los personajes femeninos más desgarrados y fascinantes de la literatura del siglo XX.
A partir de allí, efectivamente, su obra y su figura fueron valoradas de otra manera: “Una de las mejores novelistas inglesas de este siglo, si no la mejor. La limpidez de su estilo y su habilidad para abordar la tragedia sin melodrama ni desmedido énfasis hacen que sus libros sean invulnerables al paso del tiempo. Las novelas que escribió hace más de cuarenta años son absolutamente actuales”, señalaba Alfred Álvarez, crítico del Times Literary Supplement.
Fue por esa novela, también, que Elle ganó el premio W. H. Smith y el de la Royal Society of Literature.
La vida literaria volvía a florecer entonces, y la autora publicaría obras como “Los tigres son más hermosos” (1968), y “Que usted duerma bien, señora” (1976).
Finalmente y en el año de su muerte, alcanzó a editarse su autobiografía inacabada: “Sonríe, por favor”. A pesar de tener una vida de penurias Elle se pedía a sí misma una sonrisa, y partió siendo una escritora reconocida, el 14 de mayo de 1979.
Falleció en la ciudad de Exeter, Gran Bretaña.
El ancho mar de los Sargazos – Jean Rhys (1966)
(Fragmento)
La vi morir muchas veces. Pero a mi manera, no a la suya. A la luz del sol, en la penumbra, a la luz de la luna, a la luz de las velas. En las largas tardes, cuando la casa estaba vacía. Sólo el sol nos hacía compañía, entonces. No lo dejábamos entrar. ¿Por qué? Muy pronto llegaba el momento en que Antoinette ansiaba tanto como yo el acto que se denomina amar, y, luego, quedaba más perdida y confusa que yo.
-Aquí, puedo hacer lo que quiera -decía.
Lo que ella quisiera, no, lo que yo quisiera. Y, entonces, también yo lo decía. Parecía lo adecuado, en aquel solitario lugar:
La vi morir muchas veces. Pero a mi manera, no a la suya. A la luz del sol, en la penumbra, a la luz de la luna, a la luz de las velas. En las largas tardes, cuando la casa estaba vacía…
-Aquí, puedo hacer lo que quiera.
Raras eran las personas que encontrábamos, cuando salíamos de casa. Y aquellas que encontrábamos nos saludaban y seguían su camino.
Llegué a sentir simpatía hacia aquellas gentes de montaña, silenciosas, reservadas, jamás serviles, jamás curiosas (al menos, esto pensaba), aunque nunca supe que sus rápidas miradas de soslayo veían cuanto deseaban ver.
Odiaba las montañas y las colinas, los ríos y la lluvia. Odiaba los ocasos, fuera cual fuese su color, odiaba su belleza y su magia, y odiaba el secreto que nunca llegaría a descubrir. Odiaba la indiferencia de aquel lugar, así como la crueldad que formaba parte de su belleza. Y, sobre todo, odiaba a Antoinette. (…)
A Antoinette le gustaba esto, que le dijeran que estaba segura. O, al tocar levemente su cara, tocaba lágrimas. Lágrimas: nada. Palabras: menos que nada. En cuanto a la felicidad que le daba, era peor que nada. No la amaba. Estaba sediento de ella, pero esto no es amor. Muy poca ternura sentía hacia ella, era una desconocida para mí, una desconocida que no pensaba ni sentía como yo.