Expresiones de la Aldea, San Luis

LEVO TRISTÁN

“Escena suburbana”, de Henri Rousseau (1896).


A Eduardo, mi hijo
que aún lejos lo extraño.

Por Jorge Sallenave

Ya llega la noche y para él ese momento es bueno. Puede dormir, estar solo, no hay llamadas si desconecta el teléfono. El día le resulta inaguantable, más aún si el sol se presenta en un cielo sin nubes, tan poderoso como un rey o un emperador que rige los destinos del mundo.

Tengo 42 años y si fuera a contar mi vida aburriría. De igual modo, quiero narrar algunos puntos porque tengo necesidad de poner en conocimiento que la mala suerte me ha acompañado como hermana gemela.

Apenas nací mi madre, o mis padres, me abandonaron en un baño público y por razones por demás extrañas, sobreviví. Estoy convencido que no morí porque la mala suerte tenía para mí una vida de mierda. Fui a parar a un orfanato donde la comida era pobre, el malestar permanente y la suciedad moneda corriente. Me adoptó, a los 8 años, un matrimonio mayor y permanecí con ellos hasta la adolescencia donde dejé de pertenecerles. Desaparecí de la casa y logré que nadie me encontrara. Fueron mis mejores años. Pedía limosna y con eso y también con la ayuda de los tachos de basura, vivía el día.

Como se ve algunos puntos para tener en cuenta.

Ya mayor de edad, por esas cosas del destino, me dieron un empleo en el banco local. ¿Cuál era mi función? Limpieza en baños, escaleras, detrás de las cajas, sacar los bolsones de basura.

En contra de lo que supuse, un buen día me nombraron cajero. Por ese entonces supuse que la mala suerte terminaba. Hice amistad con colegas del banco. Solíamos ir a un bar cercano y algunas veces ocupábamos un restaurante de escasa monta. Aun así, disfrutábamos la comida que nos servían.

Todo esto se iba a terminar, después de quince años el país entró en una debacle que nos puso de patas en la calle.

Como ya dije, ahora tengo 42 años y, desde el momento que me despidieron, me aislé de los amigos que tenía y me dediqué a vivir en la triste casa que yo alquilaba.

Por ese entonces tomé conocimiento que mis padres adoptivos habían fallecido. La noticia no me cayó ni bien ni mal. No los había querido y seguía sin quererlos.

Disparé de los días y decidí solo dedicarme a las noches. A mi favor, había guardado parte del dinero que el banco me pagara, incluida la indemnización.

No me interesa comer demasiado y con poco me arreglo. Una vez más notaba que la mala suerte estaba conmigo. El hecho no me preocupaba demasiado, mejor dicho, nada.

La cuestión era esperar que llegara el cambio definitivo, pero la mala suerte se hacía esperar.

Fue en esa época, para encontrarme con ella, que decidí abandonar la ciudad y buscar algún lugar que me permitiera encontrar el final.

Las cosas no sucedieron como yo las imaginaba. De eso se trata, mi vida. Esta historia les hablará de mí.

RUMBO AL NORTE

No me fue fácil llegar al extremo del país. En primer lugar, porque Deolindo, el único amigo que me quedaba de la época bancaria, falleció por una peste que tomó todo el estado, y como nadie sabía de dónde provenía, incluyó a los profesionales médicos, al que le tocaba morir, se moría sin más.

Fui a su sepelio, pero de los antiguos amigos no asistió nadie. Supongo que tenían miedo. Al regresar a la casa pensé mucho en él, pero también pensé en otras cosas. Di por sentado que la mala suerte seguía detrás. Como sucediera con mis relaciones con el sexo opuesto, que fueron escasas.

Me fui con el pensamiento hasta la joven que me permitió conocer el sexo. Ambos vivíamos de la limosna y lo que conseguíamos en la basura. De la misma edad, dieciséis años, y de rostro poco agradable. Mal vestida y cuerpo nada armonioso. Aun así, la relación entre ambos se dio. No por mucho tiempo porque Lucrecia, así se llamaba ella, se alucinó con un hombre grande quien solía hacerle regalos de escaso valor. Sin otro motivo me dejó.

La segunda experiencia, y última, se trató de alguien que se ocupaba de la limpieza en el banco, donde yo trabajaba. Su nombre era Etelvina. Solía ir a la moda, con ropa ajustada y con cierta elegancia. La noté porque los del banco, la miraban con lascivia, pese a que el rostro de Etelvina no era el mejor. Aparte de su vestimenta tenía a su favor una buena voz. Acostumbraba tararear mientras limpiaba y algunas veces cantaba boleros.

¿Cómo se dio? Por obra de ella. Sin invitarla decidió acompañarme hasta mi casa y en poco tiempo ingresó a la misma. En una oportunidad se desvistió y me invitó a que durmiéramos juntos. Me costó seguirla, pero al final lo hice.

“La musa que inspira” de Henri Rousseau (1909).

Nos llevábamos bien, pero ninguno de los dos hablaba de noviazgo o de vivir juntos.

Nuestra relación duró pocos meses. Una noche, en que ella había faltado al trabajo, la encontré esperándome en la puerta de casa.

Ingresó conmigo, pero en este caso no se desvistió. Se sentó en la punta de la cama. Me sorprendió que dijera:

—Te voy a dejar.

— ¿Hice algo mal? —le pregunté.

—Vos y yo no tenemos compromiso. He tomado la decisión de relacionarme con el jefe de Área. No está en mi voluntad seguir limpiando toda la vida. Ha prometido ascenderme.

—Pensé que me querías.

—De alguna forma. Tanto que le he pedido que te ascienda a vos también.

—Supongo que estás prometiendo un triángulo.

—Te equivocás. Vos y yo no nos vemos más. Te has comportado bien conmigo y mi manera de beneficiarte es que logrés un ascenso. Sos un perdedor y sin mi ayuda no conseguirás nada.

—Me duele lo que decís.

—Sabés que sos un perdedor, no hace falta que yo te lo diga. Ahora me voy y te pido que no te acerqués más a mí.

Cuando llegué a casa dejé a un lado mis recuerdos con las mujeres. Solo pensaba en Deolindo. Por pensar en él y las visitas que hacía al cementerio, demoré mi partida.

(Primera entrega)


Levo Tristán es el último cuento del escritor sanluiseño y referente de las letras puntanas, Jorge Sallenave. Será publicado, en exclusiva, en La Opinión y La Voz del Sud durante 9 entregas todos los domingos desde el 13 de septiembre. La historia esta vez no transcurre en San Luis y Jorge prefiere que sea cada lector quien imagine el lugar.  
Como tantas veces en la vida, las personas necesitan que alguien los salve y salvar a otros, en estos vaivenes, ni la “mala suerte” derrumba la esperanza.
En tiempos de pandemia Sallenave continúa escribiendo y es algo para celebrar.