San Luis, Tertulias de la Aldea

LA PIANOLA

Por Roberto Tessi

Uno de los grandes saltos de calidad que experimentaron los primeros pobladores del recientemente fundado Fuerte Constitucional, allá en la primera década de la segunda mitad del siglo XIX, fue la amalgama cultural que se generó entre esos habitantes que provenían de lugares muy dispares.

Con el correr de los primeros años este fenómeno inédito se acentuó dándole al pueblo una fisonomía propia de los lugares de frontera. A los criollos enrolados como soldados, llegados de provincias cercanas y del interior, los fueron sobrepasando en número los italianos, los españoles, los franceses, los venidos del Líbano y todos los países que habían pertenecido al gran Imperio Otomano con Turquía como centro.

El tendido de las vías férreas atrajo a Villa Mercedes, en los años que fue Punta de Rieles, a gente de lugares extremos del país y la formidable masa de hombres que cruzando los mares arribaron buscando paz y trabajo

En esos campamentos primitivos no había descanso y ante la insistencia de los curas se paraba los domingos para que asistieran a misa y reponer fuerzas con tareas de limpieza de la ropa.

En esos momentos la música los unía en el canto y a veces en danzas rústicas. El problema mayor eran los instrumentos: alguna guitarra o vihuela, mandolín, pandereta, castañuelas y hasta algunas flautas y gaitas con las cuales esbozaban melodías que los trasladaban a sus países de origen.

“Mujer al piano”, por Vilhelm Hammershoi (1864-1916).

Hubo una segunda etapa, cuando en la legendaria fonda y comedor “La Piamontesa” se instaló un piano mecánico (que se conocía con el nombre de “Pianola”) a cuerda y cuya música venía envasada en unos rodillos de papel grueso lleno de perforaciones que pasaban por un rodillo metálico similar al de las cajitas musicales, y de repente como un hecho mágico el piano sonaba con toda su potencia para asombro de los presentes que solo atinaban a aplaudir o golpear sus sombreros contra el mostrador, plagado de vasos de vino, para seguir el ritmo.

Pasó este instrumento por varias manos, entre ellas una familia de apellido Secchi cuya matrona gustaba tocar valses y sonatas para deleite de su familia. Pero su mantenimiento era difícil y cuando se descalibraba había que esperar meses y hasta un año para que el técnico de la Casa Breyer bajara de Buenos Aires; por lo que se guardó en un depósito y los fonógrafos acapararon el gusto de la gente. Los discos de pasta del dúo Gardel-Razzano hacían furor en todas partes, por más alejadas que estuvieran.

Su última propietaria, Nieves Rodríguez, la heredó de sus abuelos Eligio Malavassi y Amalia Buscarolo. Después de las pruebas y afinamientos de rigor, aprovechó para exhibirla como dueña de un restaurant en plena Avenida Mitre, cuyo éxito y nombre se centraba en la famosa Pianola.

A tal punto que, en varias visitas que le hiciera al local el Gobernador de la provincia en los años noventa, le solicitaban a la dueña que como sobremesa pusiera en marcha el artefacto con un popurrí de Valses de Viena, para beneplácito también de la secretaria privada Matilde, siempre atenta a cada detalle, y ante el asombro de la comitiva de ministros, que ignoraba por completo la existencia de tan exquisito instrumento.