Expresiones de la Aldea, San Luis, Tertulias de la Aldea

DEL AMOR EN LAS SIERRAS DE SOCOSCORA

Un relato inédito rescatado de la oralidad, en el interior profundo de la provincia de San Luis

Por Leticia Maqueda

Había una vez… así solían comenzar los cuentos que en la infancia nos llevaban por bosques tenebrosos, castillos encantados, hadas y brujas, y príncipes valientes que por un hechizo se habían convertido en algún animal que esperaba el beso de una princesa enamorada. Estos cuentos cuyos orígenes se pierden en la historia de la humanidad, fueron transmitidos en forma oral fascinando a quienes los escuchaban a través de los siglos y en ese caminar llegaron hasta nosotros convertidos en cuentos para niños.

El secreto de su encanto y por el cual han perdurado en el tiempo, está en que todas las historias contienen en sus temáticas a los grandes universales culturales. Estos son aquellos elementos que se encuentran presentes en todas las culturas y atraviesan la existencia humana. Podríamos decir de este modo que la felicidad, la angustia, el dolor, la alegría, el amor y el odio, la vida y la muerte, son grandes universales culturales y todos ellos están presentes en esas historias.

En el interior profundo de nuestra Provincia, encontramos historias semejantes que nos descubren una cosmovisión del mundo y de la vida íntimamente ligada al paisaje, las creencias y formas de vida propias de la vida rural.  

Esta cosmovisión esta gradualmente desapareciendo a medida que lo urbano avanza y transforma el medio rural en la inevitable integración de este, en una cultura globalizada.

Cuando todavía el ámbito rural era un espacio intocado, esa cosmovisión, ese modo de entender la relación con el paisaje, con la vida y la muerte, con Dios y el misterio de lo inasible, atravesaba las vidas de los que allí vivían.

¿Qué conversaban al caer la noche en torno a la lumbre de un farol o de un fuego encendido en pleno campo?, ¿qué narraban mientras el mate pasaba de mano en mano en una tarde cualquiera?

La respuesta nos viene en la gran cantidad de dichos, cuentos, historias que se han podido recoger y resguardar, y gracias a ello hemos podido conocer algo de ese mundo. Todos estos cuentos e historias, encierran un universo poblado de seres sobrenaturales, de usos y costumbres, de hechos ocurridos en la zona, de magia, en los que la gente creía firmemente y les resultaban tan reales, que podían hablar de ellos como si fueran parte de la vida cotidiana.

“El paisaje azul”, de Marc Chagall (1949).

En este contexto se enmarca la historia que voy a relatar.

Llegó a mis manos a través de una persona amiga que, conociendo mi interés por estos temas, hace muchos años me la acercó. Se la había narrado Margarita Pedernera de Jofré.

Ella vivía en Socoscora un paraje cercano a San Francisco. Allí el río y las sierras con fuerte presencia, enmarcan un paisaje con sauces que mojan sus ramas en el río y chacras con nogales y frutales.

Este lugar, no solo guarda un tesoro de creencias y de historias, sino que también, según dicen los que conocen la zona, era conocido hace mucho tiempo como un lugar en el que las aprendices de bruja realizaban su Salamanca.

Margarita, en la década del 70 cuando narró la historia, tendría aproximadamente 60 años y toda su vida había transcurrido entre las sierras, por lo que su modo de hablar tenía la cadencia propia de la gente del lugar.

En sus diálogos mezclaba realidad con fantasía, por lo que conversar con ella era internarse en la enorme riqueza de dichos, creencias, costumbres e historias propias de la zona en que vivía.

Un día, en medio de una conversación, haciendo una asociación con el tema que se estaba hablando, dijo: “como le pasó a María Atriz…” y allí comenzó el relato que transcribo respetando algunos de los modismos del hablar propio de la zona para que no se pierda el encanto propio de la oralidad de la tierra.


“Esto que eran dos matrimonios. Un matrimonio tenía un buen pasar y el otro matrimonio era pobre. Cada uno de ellos tenía un hijo. El matrimonio que se encontraba bien, tenía una hija y los pobres un hijo. Cada uno de ellos fueron padrinos de los hijos y después se criaron juntos, porque ellos eran vecinos.
Y tanto que estaban ya grandes, empezaron a regalarse ramos de flores.
En eso dijeron los padres de María Atriz: -no vayan a andar noviando José Atriz con María- y entonces se destinaron lejos de José.  
José era guitarrero, los empezó a perseguir y ellos se alejaban cada vez más lejos, no los pudo alcanzar.
Un día, fue a la orilla de una laguna, tomó agua y fue perdido, se volvió viborón y se dejó estar a la orilla de la laguna.
Un día, fueron unos amigos a traer un arreo y se quedaron áhis, donde él estaba en razón de que había mucho pasto para los caballos.
Ellos llevaban agua porque áhis el agua era muy mala, entonces ellos cenaron fiambres que llevaban y se acostaron a dormir.
Pusieron las maletas al lado de ellos y vino este pobre animal y se entró dentro de la maleta.
Al otro día, ensillaron los caballos, uno de ellos levantó la maleta, la encontró pesada y miró lo que había áhis, y ve que es un animal mansito. Entonces le dice al otro compañero: -si tendrá que ser José Atriz, se lo llevaremos de regalo a María Atriz-.
Y ellos llegaron a la casa. Ella no hablaba con naides entonces, llegaron ellos y le dijieron a ella que donde estaba sentada pusiera la falda para darle un regalo y entonces ella cayó descompuesta.
Este pobre animal se disparó a un naranjo que tenía un augero y se quedó áhis, él de noche salía a buscar qué comer.
Áhis venían unas catas y le decían:  -“José Atriz volverís a ser lo que has sido si te das tres vueltas en la cama de María Atriz”-.
Al oír esto, el hacía esfuerzo de entrar, pero el umbral de la puerta de la pieza donde ella estaba era alto.
Tanto anduvo que un día a la siesta pudo entrar y subió a la cama. Ella estaba durmiendo cuando él se dio las tres vueltas y apareció un hombre como Dios lo echó al mundo y la habló a ella, y le dijo que no se asustara, que él había sido el regalo que le habían llevado. Entonces le dijo ella: -yo te doy la ropa para que te arropis-.
Bueno le dice: -yo me voy donde naides sepa de mí, porque tus padres se han alejado cuando supieron esto que pasaba entre nosotros.
Yo te daré mi anillo y vos me das el tuyo, si yo no vuelvo hasta un tiempo largo, vos María Atriz te casás en que sea con un negro jetón- “.

El reencuentro

“Pasado el tiempo que él le había dicho, tiró de venirse. A la llegada de él, se encontró con el casamiento.
Él llegó cuando ya estaban casados, era de noche. Se asomó en el patio al frente de la puerta donde estaban los novios y entonces le vió brillar el anillo a José Atriz.
María Atriz llamó a la empliada que fuera a llevarle un vaso con vino y áhis le mandaba el anillo. Él lo recibió y se sacó el que tenía en la mano y le dijo a la criada que se lo llevara a quien le había mandado el vaso con vino y que le pusiera la mano en la boca del vaso.
Y áhis cuando ella sacó el anillo les dijo a los padres: -miren padres como pudo llegar su ahijado José Atriz a mi casamiento-.
Entonces dijo el negro: – ¿quién lo envitó? – y le dijieron ella pidió que pasara.
Entonces salieron los padres de ella, lo recibieron ellos con todo aprecio porque María ya se había casado.
Entra a la puerta de la pieza frente de ellos y se levantó María Atriz a recibirlo.
Él dijo: -mucha felicidad- y cayó muerto.
María Atriz no quiso saber más que ella estaba casada, se volvió loca por José.
Dijo: -Pido padres el velatorio de mi querido novio que yo tuve- El negro no encontraba qué hacer en aquel momento.
Ella se quedó como libre en el mundo y áhis lo pasó al lado del muerto.
Los padres hicieron todos los gastos por él y se dieron cuenta que todo pasaba por ellos, que lo habían despreciado.
Se llegó el día de ir al sepelio con el cuerpo de José Atriz y dijo María Atriz: – yo me voy con él a tirarle el primer puñado de tierra en cruz-
Lo hizo sobre la sepultura y cayó muerta.
Lo tuvieron que sacar a José Atriz y volver a hacer un cajón para los dos y ellos así se fueron a cumplir sus compromisos al otro mundo”.
“Los novios de la Torre Eiffel”, de Marc Chagall (1938/39).

Me quedo pensando en el final de la historia. Cierro los ojos e imagino lo no narrado, puedo ver como esa noche, María y José Atriz se fueron a “cumplir sus compromisos al otro mundo”, el mundo de las historias y de los cuentos perdidos.

María lleva un vestido tejido con finas y blandas escamas de mica regalo de las piedras de las sierras cercanas, y estrellas brillan entrelazadas dibujando la cruz del sur en su trenza oscura, en las manos sostiene un ramo de flores blancas cortadas del husillo, y una bandada de catas bulliciosas levantan la cola del vestido.

Caminan entre los cerros por un sendero de luz trazado por la luna, José lleva su guitarra para seguir cantando en el país del olvido y sus figuras se pierden en el cielo infinito que se asoma entre las Sierras de Socoscora quebrando la oscura soledad.

En el campo quedó el recuerdo de sus vidas que fue apagándose en el tiempo.

No tuvo María Atriz un poeta que la inmortalizara, como lo tuvo Juana de Castilla llamada “la loca” que, con el mismo dolor desgarrado de María, paseó por los caminos el ataúd de su marido muerto. El poeta le llamó “clavel rojo en un valle profundo y desolado” y así de ella quedó el recuerdo.

 La trágica historia de amor de María y José Atriz no tuvo quién la mostrara al mundo, como ocurrió con la historia de los amantes de Verona de quienes el escritor dijo al concluirla… “pues nunca hubo historia de más desconsuelo que la que vivieron Julieta y Romeo”.  

María y José Atriz dos jóvenes en otro tiempo y en otra cultura murieron también de amor con el mismo desconsuelo.

Todas las historias se parecen porque el amor, la felicidad, el desconsuelo y la muerte han atravesado a la humanidad desde el principio, y así será hasta el final de los tiempos.

Grandes poetas y escritores han escrito o cantado historias como ésta en el transcurrir de los siglos. La de María y José Atriz, nacida de la narración oral en nuestro suelo, conteniendo una cosmovisión del mundo y de la vida con componentes entrañablemente nuestros, nos llegó en la voz de una humilde, pero no menos digna mujer campesina.

Tal vez pueda ocurrir que un día, alguno de los poetas y escritores que aman lo nuestro, encontrándose con ella quieran recrearla.

Regresará entonces del país del olvido, para vivir en la llama que alimenta nuestra raíz cultural.