Expresiones de la Aldea, San Luis

LEVO TRISTÁN

Por Jorge Sallenave

CONFIDENCIAS

A medida que pasaban los días, la relación entre Silvia y Gumersindo se hacía más fluida. Una de las noches, Gumersindo le comentó que quería decirle algo apenas los niños se acostaran. Se sentaron fuera de la cabaña y Gumersindo pudo confesar cuál había sido su vida. Le hablo del orfelinato, de la adopción, de la manera de vivir de la limosna y los tachos de basura. Lo último que le comentó fue que había sido nombrado como servicio de limpieza en un banco. Que nunca había tenido suerte y que por ese motivo se fue separando de la gente, adorando las noches y odiando los días.

—Cuando vine a este pueblo lo hice con la intención de apartarme del país. Sin esperarlo siquiera conocí a tus hijos y este hecho me hizo cambiar. Trato de complacerlos.

—Te molesta mucho que yo te dijera que actué como mi madre. Necesito hijos independientes y valerosos —le dijo Silvia.

—Bien, yo no te pienso seguir, a la felicidad, cuando llega, se la debe abrazar.

—La verdad que no te entiendo, si tengo en cuenta que has llevado una vida de mierda.

—Así es, pero tus hijos en unas pocas semanas más concurrirán a la escuela.

—¡Estás loco! Por esta zona no hay escuelas próximas.

—Sí la hay. Cruzando el gran río.

—No he tenido vergüenza de contarte los favores que me pide la policía.

—Los favores en este caso se los deberás al Pela, Toby y unos monos que le responden como empleados. Yo los llevaré, dos o tres veces por semana, según las ganas que tenga. Tu obligación se limitará a presentarlos en la escuela que maneja un tal Cecil.

—¿Estás seguro?

—Tus hijos deben aprender lo mínimo para darse vuelta.

CONOCEN A CECIL

Se inició el año escolar en el vecino país. Recién al tercer día Jorge, Armando, Toby, Silvia y Gumersindo estaban en condiciones de ir. La demora se debió a que el Pela no conseguía los salvavidas. Al final lo logró, usados, pero seguros. Uno de color gris, otro de color azul y el que le servía a Gumersindo era amarillo chillón. En cuanto a Silvia no tuvieron necesidad por cuanto la mujer aseguraba nadar bien y no pensaba andar incómoda si sucedía algún percance.

Llegaron al tronco que ocupaba como casa Toby. Tanto Alfredo como Jorge vieron a los monos y por un momento se detuvieron, pero no pasó mucho tiempo para que comenzaran a jugar con ellos.

Toby los condujo hasta el riacho.

La alegría de los niños al ver la canoa y subirse en ella no tenía comparación con nada que hubieran vivido antes. También sabían que cruzarían el río grande, una experiencia que los atraía.

Pintura de Henri Rousseau (1903).

Toby se hizo cargo de los remos y la canoa fue esquivando arbustos y curvas.

Al llegar al río grande, la musculatura de Toby se hizo más notoria. Remaba con seguridad en contra de la corriente. Al fin llegaron a la otra orilla y luego de acomodar la canoa iniciaron el camino hacia la escuela. No se veían muchos niños, quien salió a recibirlos fue Cecil. Se trataba de un hombre gordo y alto, con grandes bigotes. Vestía un delantal blanco que no solo estaba arrugado, con solo verlo, era evidente que también estaba sucio.

Los hizo pasar a la pequeña escuela y los llevó hasta una cocina con brasero grande.

Gumersindo le comentó que tenía interés que enseñara a los niños conocimientos básicos.

—¿Por qué no eligen una escuela de su país? —preguntó Cecil.

—Porque están demasiado lejos y no tenemos suficiente dinero para hacer ese trayecto. Hablando de dinero, el comerciante de nuestro pueblo le envía estos billetes para que usted les preste atención a los hijos de Silvia.

Cecil tomó el dinero que le ofrecía y preguntó si habían pensado que esos niños no recibirían diploma alguno, salvo que adoptaran la nacionalidad del vecino país.

—No es la idea. Yo los traeré dos o tres veces por semana, no más. Solo queremos que logren escribir, leer y aprender algo de matemáticas.

—Trataré de hacerlo, depende si los niños son avispados o no. Antes que me olvide, agradézcale al almacenero de su pueblo por el dinero que me ha dado.

De regreso a la orilla opuesta, los hijos de Silvia no dejaban de hablar y de reírse. Les había gustado el viaje. Les causaba gracia el maestro, hablaban de su gordura y sus bigotes. El paseo en la canoa también era tema de conversación. Por supuesto los monos ganaban el primer lugar.

—¡Qué curioso! Nunca oí hablar tanto a mis hijos, encima riéndose permanentemente. Creo que en gran medida es mérito tuyo —le dijo Silvia a Gumersindo.

Apenas llegaron al riacho los niños preguntaron cuándo regresarían. Hubo que esperarlos mientras jugaban con los monos.

Ya en la cabaña, Silvia fue al dormitorio y trajo un envase de lata.

—Tenelo vos Gumer.

—¿De qué se trata?

—Destapalo y mirá.

En el envase había unos pocos billetes.

—Quiero que me manejés el dinero.

—Ni se te ocurra Silvia, nosotros tenemos un compromiso y lo vamos a cumplir. Además, no te ofendás, pero alguien que trabajó en un banco te dice que estos centavos no tienen mucho valor.

—Cobro poco, pero esto es mi gesto de confianza.

LUNA LLENA Y UNA PROPUESTA

Silvia y Gumersindo se sentaron en el exterior de la cabaña. Era noche de luna llena y la observaron salir entre los árboles de la selva. La primera en hablar fue Silvia.

—Sé que no te caigo simpática. Hasta te confío mi dinero que ni siquiera lo haría con mis hijos.

—Quizás ese sea el motivo. Te conocí siendo tirana con esos pibes.

—Vos no tenés idea lo que significa para mí depender de la plata que tanto asco me cuesta ganar.

—Cuando el negocio te repugna lo mejor es dejarlo.

—Si supieras…

—En todo caso te recomiendo vestir algo mejor y sacar ventaja. En especial si te disgusta.

—¿No te molesta mi trabajo? —preguntó Silvia.

“Mujer caminando en un paisaje exótico”, de Henri Rousseau (1905).

—Me resulta indiferente. Te he contado que mis dos relaciones con mujeres no me dejaron buenos recuerdos. Por supuesto que tampoco siento atracción por los hombres. Algo está cambiando, la mala suerte se ha olvidado de mí. Ya lo sabés, esos niños me acercan a la alegría.

—¿Vestir mejor? Como si fuera fácil comprarse un vestido.

—No es necesario que lo comprés al contado. Un hombre que te estima…

—¿Te referís al Pela?

—Él estará dispuesto a darte crédito.

—Quisiera dejar mi trabajo. Atender a mis hijos y a vos. Ocuparme de la casa —comentó Silvia.

—Te aburrirás.

—Sos de los tipos que piensan que una prostituta se divierte con este trabajo.

—En este pueblo nadie está en condiciones de tener servicio doméstico. Ignoro qué podrías hacer.

—No entendiste. Solo decía que tenía ganas de ocuparme de ustedes, sin pago alguno.

—En mi opinión, nuestro compromiso anda bien, pero lo tuyo mejoraría si te presentaras mejor. No sos fea y además joven. La cuestión es conseguir un cliente que esté desesperado por una mina y tenga dinero.

—Acabás de decir que en este pueblo nadie tiene un peso.

—Es cierto, pero cada tanto, pasa por aquí alguien con esas condiciones que te servirá. Velo al Pela.

(Séptima entrega)


Levo Tristán es el último cuento del escritor sanluiseño y referente de las letras puntanas, Jorge Sallenave. Será publicado, en exclusiva, en La Opinión y La Voz del Sud durante 9 entregas todos los domingos en el semanario papel desde el 13 de septiembre. La historia esta vez no transcurre en San Luis y Jorge prefiere que sea cada lector quien imagine el lugar.  
Como tantas veces en la vida, las personas necesitan que alguien los salve y salvar a otros, en estos vaivenes, ni la “mala suerte” derrumba la esperanza.
En tiempos de pandemia Sallenave continúa escribiendo y es algo para celebrar.

Dejamos aquí los accesos a otras entregas por si te lo perdiste o querés releer.

1era entrega: https://laopinionsl.com.ar/2020/09/13/levo-tristan/

2da entrega: https://laopinionsl.com.ar/2020/09/21/levo-tristan-2/

3era entrega: https://laopinionsl.com.ar/2020/09/29/levo-tristan-3/

4ta entrega: https://laopinionsl.com.ar/2020/10/05/levo-tristan-4/

5ta Entrega: https://laopinionsl.com.ar/2020/10/12/levo-tristan-5/