Expresiones de la Aldea, San Luis

VUELTA Y MEDIA

Por Jorge Sallenave

Custodiaron la casa del intendente. Era fácil hacerlo porque era grande, con muchos árboles y no tenía guardia de ningún tipo.

El intendente llegó a su casa cerca de medianoche. Los dos amigos se cubrían el rostro y cabeza también, iban vestidos con ropa en desuso y calzados similares a los borceguíes que usaba la policía. Las manos forradas por guantes y se movían en un automóvil antiguo conseguido en una agencia de una provincia limítrofe.

Al descender del auto, el intendente se encontró con los dos amigos que lo apuntaban con sendas armas. Trató de correr hasta la puerta que lo conectaba con la casa.

—No lo haga si no quiere que lo matemos a usted y a su familia.

—No tengo dinero en la vivienda.

—No te hemos pedido ni un centavo —dijo Rolando golpeando al intendente con la culata de la pistola en la cabeza.

—Por favor, no me hagan daño.

—Como usted le hace al pueblo después de años que lo gobierna.

—Necesitamos que hagás varias ordenanzas con las que roba a las personas.

—Yo no le robo a nadie.

—Veremos —dijo Rolando—. Los aumentos de la habilitación municipal, el alto costo del agua para las propiedades que la tienen, el costo especial de honorarios para técnicos y profesionales, el impuesto a los letreros.

—Puedo ampliar la lista: cobranza de cloacas que no se realizaron para los barrios humildes, expropiación de terrenos que quedaron sin posibles obras, costo de los cementerios por mil —agregó Ángel.

—¿Cuál es el propósito de ustedes?

—En primer lugar, que te mantengás callado, si no deberás sufrir. Te entregaremos una lista de ordenanzas que deben ser derogadas regresando a los precios anteriores y otra lista de ordenanzas que dejen sin efecto tu política mentirosa, sirviendo para llenar tu billetera.

—Pero eso es imposible, el país se debate con la inflación y yo necesito mantener la intendencia.

 Ángel lo golpeó en el rostro produciéndole sangrado de nariz y de un párpado.

Ilustración de Stefano Vitale.

—Tenés una semana para cumplir lo que te pedimos. Si buscás guardias para protegerte comenzaremos a eliminar a tu familia. Vos decidís. Una semana, ni un día más. La gente de este pueblo te agradecerá y ganarás las elecciones con facilidad, salvo que intentés volver a las viejas políticas. Si ese es el caso, regresaremos y no tendremos piedad con vos.

Los amigos desaparecieron mientras el intendente se limpiaba el rostro sangrante.

El funcionario cumplió antes de tiempo. En un mensaje a la comunidad dejó sin efecto los aumentos por tasas y servicios. Sostuvo que las obras se harían después, incluido el parque que declaraba de utilidad pública en el terreno del matrimonio.

Eli atendió el teléfono. La llamaba Reinaldo Hodara. Después que le preguntara sobre su estado de salud y que Eli le respondiera dándole las gracias por el trabajo que se había tomado con ella, Reinaldo Hodara le comentó que daría algunas clases magistrales a los principiantes que se establecerían en ciudades pequeñas. También le dijo que había pensado en ellos para ubicarse en esa ciudad. Eli sorprendida, no encontró nada mejor que aceptar su posible visita. Le dijo que tanto su esposo como Rolando y ella misma, harían lo imposible para que los principiantes fueran bien atendidos y en cuanto a él ni hablar del agradecimiento que sentía.

Esa noche le comentó la novedad a Ángel y Rolando que en principio supusieron una posible broma por parte de ella.

Al quedar convencidos que no se trataba de una broma, los dos hombres le manifestaron que harían todo lo posible para atenderlo.

Agregando que, si ella los ayudaba, colocarían letreros donde pudieran llamar a posibles pacientes oncológicas que sufrieran tumores en los senos.

Eli fue visitada por varias mujeres preocupadas por posibles tumores. Quien más le llamó la atención que concurriera a su casa fue la esposa del intendente, que le pidió encarecidamente que mantuviera el secreto, en especial a su esposo que la rechazaría si se enterara.

Por su parte, los amigos se sorprendieron que un hombre les pidiera turno para su señora. Se trataba de Micheli, el usurero, que tenía la certeza que su mujer le ocultaba una enfermedad de ese tipo, porque si él intentaba tocarle los pechos se negaba. Les dijo que, si conseguían turno para él, en reconocimiento les haría mejor precio sobre el oro.

Reinaldo llegó acompañado por cinco principiantes. Puso a disposición su casa porque él ocuparía una habitación frente al matrimonio amigo. Además, se comprometió a preparar una especie de consultorio en la habitación más grande. También les dijo que comerían atendidos por Eli.

Los escasos días que permaneció Reinaldo Hodara en la ciudad, debieron trabajar varias horas para atender a los pacientes. Por las noches iban a casa de Eli y Ángel donde cenaban. Con el tiempo acotado se daban el espacio para jugar a la taba. Uno de los principiantes era buen jugador. El resto, en especial el doctor Reinaldo Hodara, no tenía idea, pero se divertían.

Eli no preguntó sobre ninguna de las mujeres cuyo turno había tomado.

Reinaldo Hodara le agradeció que hubieran puesto el consultorio. También le agradeció al trío por las atenciones recibidas y al despedirse prometió que si volvía a la ciudad aprendería a jugar a la taba.

(Sexta entrega)

Ilustración de Stefano Vitale.