Expresiones de la Aldea, San Luis

EL DETECTIVE

Por Jorge Sallenave (*)

A Gorosito Gómez le había ido bien y mal, como a todo el mundo. Con la diferencia que recurriendo a los cuadernos donde, desde los veinte años, anotaba hechos positivos y negativos, podía hacer un balance de lo sucedido en las últimas tres décadas.

Los cuadernos, forrados, con esmero, con rótulos en las tapas especificando el período que comprendían, sumaban más de cuarenta y estaban ordenados cronológicamente sobre un estante en el dormitorio.

Los tenía allí porque todas las noches antes de dormirse elegía uno al azar y lo releía.

A los cincuenta años decidió hacer un balance general. La tarea le demandó un tiempo prolongado. La primera dificultad fue establecer qué áreas de la vida tomaría en cuenta. Dio vueltas y vueltas sin establecer una lista definitiva hasta que una canción popular le solucionó el problema. El tema musical se refería a la salud, al dinero y al amor aconsejando no desperdiciarlos. “Cómo no se me ocurrió antes”, se dijo, y puso manos a la obra con estos resultados finales.

a) Salud: Sin quejas. Salvo alguna gripe, empacho o enfermedad infantil. Porcentaje favorable: 95%.

b) Amor: Aquí los índices positivos decaían un poco, pero no era para alarmarse. Si bien no había formado una familia, vivía con una mujer bondadosa, solidaria, esforzada. La falta de hijos eran puntos en contra. Porcentaje favorable: 75%.

c) Dinero: Rojo, estado de alerta. Nunca había mantenido un puesto de trabajo y en la época que confeccionaba el balance se encontraba desocupado dependiendo de lo que ganaba su compañera. Con molestia escribió: Porcentaje desfavorable: 98%.

“¿Cómo hago para revertir esta horrible situación?”, se preguntó sin considerar su fortuna en salud y amor.

La respuesta le llegó con una revista de historietas que publicitaba cursos por correspondencia para recibirse de detective profesional.

—Seré detective —se propuso mientras releía el aviso.

Gorosito Gómez llenó la solicitud de inscripción y acompañó con giro. A las dos semanas recibió las primeras cuatro lecciones, una lupa y una tarjeta que acreditaba su condición de alumno.

Gorosito Gómez vivía en el Bajo Chico. En la década del cincuenta las casas de la zona se distribuían siguiendo el antojadizo trazado de la calle que tenía la forma de una S. No existía pavimento, la iluminación era escasa, a veces nula, y los habitantes tenían fama de no ser complacientes con los visitantes. Conviene aclarar que por ese entonces la hostilidad no llegaba más allá de un empujón o algún insulto. Las contiendas que se relataban en los bares habían sucedido, en la mayoría de los casos, en la imaginación. Otra característica del grupo era el rechazo que producía cualquier aspiración personal que no fuera tradicional. Gorosito Gómez teniendo en cuenta lo dicho y para evitar cualquier enfrentamiento mantuvo en la más absoluta reserva el deseo de ser detective. Aun cuando se recibió, consideró prudente ocultarlo guardando el diploma, doblado, dentro de una caja de lata.

“Mis clientes serán los ricos de la ciudad. Los del barrio ni se enterarán. Para mayor seguridad usaré un nombre de batalla, un seudónimo: Pepe Rebota, así me haré conocer: Pepe Rebota — Detective. Y no seré más un muerto de hambre”, juró.

Compró un cuaderno, lo forró y rotuló: Ingresos y egresos profesionales.

“Debo hacer tarjetas”, se dijo y agregó: “No acá. El chusmerío me pondría al descubierto. Iré a Mendoza”.

Viajó a la vecina provincia, encargó el trabajo y lo abonó por adelantado.

Al día siguiente le entregaron cien tarjetas. Como no tenía oficina debió consignar su domicilio en Billares Brianzó, donde solía pasar la mayor parte del día. De esta manera violaba en parte la reserva que se imponía, pero no tenía otra posibilidad.

Los Billares Brianzó estaban ubicados en la esquina opuesta que ocupa la Catedral. Años más tarde en ese local se instalaría la confitería Siroco y después Aranjuez.

El cuaderno que había comprado solo consignaba gastos. Seis meses después la situación no había variado. “En San Luis no pasa nada. Solo a mí se me ocurre ser detective en un pueblo que desconoce infidelidades, crímenes y robos. Si ni los bancos necesitan llave. En Buenos Aires ya hubiera hecho una fortuna”, reflexionaba Gorosito amargado.

Sin embargo, algo sucedió. En los billares. Un soldado, después de jugar varias horas y beber abundante cerveza, sin saber que estaba frente al detective Pepe Rebota, dijo:

—Dentro de poco seremos Capital de la República. Prontito. Apenas el General diga ahora.

Los clientes escasos, ignoraron el comentario, pero Pepe Rebota, deseoso de ocuparse en algo lo invitó a un trago.

—Lo escuché —dijo no bien el soldado se sentó—. ¿Por qué no aclara algo más?… a no ser que esté borracho.

—¿Borracho yo?… si estoy más fresco que una lechuga. Soy mozo del casino y tengo orejas largas. En unos días, oficiales en actividad y retirados se harán cargo del gobierno de la provincia y sobre el pucho proclamarán a San Luis como capital de la Nación. Mi General será nombrado presidente. Chau con los porteños.

Gorosito Gómez regresó al Bajo Chico caminando. Necesitaba pensar y el aire fresco de la madrugada lo ayudaría. Mientras caminaba se decía: “¿Qué hago? el colimba estaba borracho. Inventó para darse importancia. Es cierto que no tengo trabajo, pero no por eso debo cerrar los ojos y encarar. Si me largo y hago un papelón tendré que despedirme de la profesión”.

En su casa calentó agua y se cebó mate. Su mujer recién se levantaba, con el tiempo justo para llegar al trabajo.

—Me gustaría que una noche te quedaras —le recriminó cuando ingresaba al baño y al salir, ya despidiéndose, agregó—: Esos billares te terminarán matando. No tenés edad para trasnochar.

Gorosito Gómez no se acostó. El tema de la conspiración lo desvelaba. Por fin, cerca del mediodía dijo: “Le meto. ¡Qué le hace una mancha más al tigre!”. Habiendo tomado esa decisión se tranquilizó, pudo comer y dormir la siesta hasta el anochecer.

Al día siguiente se vistió con la mejor ropa y se dirigió a la Casa de Gobierno.

Al llegar, subió hasta el primer piso, ingresó hasta la Secretaría Privada y solicitó una audiencia con el gobernador.

Una hora más tarde se encontraba sentado frente a la primera autoridad provincial.

—¿Qué te trae? —le preguntó con familiaridad porque su excelencia lo conocía. Como conocía a toda la población. Porque San Luis era pequeño y el gobernador de ánimo muy sociable y se le adjudicaba un extraño récord: el de estar presente en todos los asados.

—Le van a mover el piso —contestó Gorosito Gómez adoptando los gestos y el tono que suponía debía tener Pepe Rebota.

—¡Mirá qué novedad! Desde que asumí me andan moviendo el piso —replicó su excelencia con amplia sonrisa que tan bien le iba a su personalidad sin dobleces.

—Le harán una revolución —insistió Gorosito Gómez, con seguridad, mirándolo fijo a los ojos, como debía hacerlo en situaciones parecidas un detective importante.

—Dejate de macanas, al presidente le hacen revoluciones. A los gobernadores nos intervienen.

No pudo convencerlo y regresó a Bajo Chico como se había ido, sin nada. Recostado sobre la cama reflexionó: “Tengo dos posibilidades: dejo todo como está o viajo a Buenos Aires para hablar con el presidente”.

Cuarenta horas más tarde salió de la estación de trenes rumbo a la capital.

Conseguir entrevistas con autoridades nacionales nunca fue tarea fácil. Diez días más tarde Gorosito Gómez, solo había logrado intercambiar unas palabras con treinta ordenanzas y un director. Los fondos que disponía, escasos, producto de una incursión a las reservas de su mujer, se agotaron.

Durmió en las plazas y comió salteado. Al fin, desilusionado regresó a la provincia. A dedo, por supuesto.

Recibió las recriminaciones de su compañera y con profunda tristeza anotó en el cuaderno de ingresos y egresos los gastos. Después estuvo a punto de romper las tarjetas, lupa y lecciones del curso. Suerte que no lo hizo. ¿Qué pudo pasar?

La revolución se hizo presente. San Luis fue por horas Capital de la República. El gobernador fue depuesto. Se comentaba que algunos funcionarios para evitar ser detenidos, escaparon por los techos de la Casa de Gobierno. Una señora, excedida en peso, destrozó algunas chapas de zinc.

Todo volvió a la normalidad en menos que canta un gallo. Las autoridades fueron repuestas, los insurgentes arrestados.

Si bien no hubo un reconocimiento a quien trató de evitar el hecho, Gorosito Gómez se sintió feliz: “Fui el único que prestó atención al soldado. Es evidente que tengo olfato de detective. Ya no seré Gorosito Gómez. Desde ahora me llamaré Pepe Rebota”.

Gorosito Gómez fue un brillante detective.

En los años siguientes esclareció crímenes, descubrió infidelidades e impidió asaltos.

Al principio de los 80, cuando falleció, su mujer se negó a que en la lápida se inscribiera el nombre de Pepe Rebota.

Creo que fue un error.

(*) Cuento que integra el libro “Cuentos del Viento”