La Aldea y el Mundo, Notas Centrales, San Luis

“Ya somos parte de la historia”

La histórica demanda territorial sobre las Islas Malvinas continúa. El desembarco argentino del 2 de abril de 1982 desembocó en una guerra perdida ante Gran Bretaña. Una mirada en primera persona sobre esos días

Gabriela Pereyra

“Este sos vos. Te quiero mucho. Gracias por defender mi patia. Rezamos a Jesús para que te proteja. Quiero estar a tu lado pero no me dejan, tengo 7 años y estoy en 2º grado, voy al Colegio Don Bonsco de Avellaneda. Mi nombre es Pablo Martines”.

Gabriel relee el texto. Tiene la ilustración de un soldado y la bandera argentina trabajada en papel glasé. Se trata de una de las tantas cartas enviadas a un “soldado desconocido” durante la Guerra de Malvinas. Fue la primera que recibió un día que no llegaba correspondencia familiar. Esta acción se repetía a diario para que ningún soldado se quedara sin recibir nada.

Gabriel Olavarría tiene 59 años, nació en La Plata, Buenos Aires, y hace tiempo eligió San Luis para vivir. Está casado con Cecilia. Tienen tres hijas: Micaela, Martina y Valentina. Fue uno de los soldados que con 19 años convocaron, hace 39 años, a defender la Patria en “Las Malvinas” contra el “Imperio” Británico.

El 9 de marzo de 1982 había salido de baja del servicio militar y aun lo esperaba su trabajo en el Astillero Río Santiago, tuvo unos días de descanso hasta incorporarse de nuevo.

“Estuve hasta la primera semana de abril de vacaciones, trabajé 3 días, vino el Jueves Santo que era 8, y el 9 había salido y llegué el viernes a la madrugada a mi casa, mi mamá no me dijo nada, pero a las 12 había ido un patrullero con la carta de llamada para que me reincorpore ese mismo día 9 en el regimiento”. Ya se sabía lo de las Islas desde el 2 de Abril. “Yo había leído en el diario y me imaginé que podía estar entre los convocados”.

“Los nuevos no tenían instrucción, así que les tocaba ir a los regimientos, hice el servicio militar en el regimiento 7 infantería de La Plata, y además, había una cuestión personal de querer estar también. En mi casa era todo medio dramático porque nadie sabía en realidad qué era lo que iba a pasar.

El martes 13 tuvimos una visita familiar, entró mi mamá, mi papá, con mi primo, mis hermanas, entonces a uno le dije:-mirá que si mañana ya no estamos, es porque nos fuimos a la Isla Soledad, me enteré recién-. Y así fue. Me parece que era Palomar, en Buenos Aires, ahí salimos con un avión sin asientos hasta Río Gallegos, todos apretados para que entrase más equipo, llegamos a las 3 de la mañana del día 14 y una hora después subimos a un avión más chico tipo ejecutivo, de a partes iban llevando a Puerto Argentino, que en esa época se llamaba Puerto Ribero…”

Luego Gabriel coloca su mirada a lo lejos, describe paso a paso cómo fue la llegada a la Isla, la geografía, el frío, cómo los kelpers (así llaman a los habitantes ingleses de la Isla) los miraban por las ventanas o alguno que otro les propinaba un insulto. Había unos galpones semicirculares que guardaban cueros de ovejas, allí comieron y durmieron. Todo ese recorrido lo vivía más como una aventura, una excursión, pero en un momento un pensamiento se instaló y perdura hasta estos días: “No sé lo que va a pasarnos, pero nosotros ya somos parte de la historia”.

“Después fuimos a las posiciones nuestras, el Regimiento ocupó toda la parte noroeste de Puerto Argentino, había varias alturas estratégicas, una era el Monte Longdon que también ocupó el Regimiento, ahí estaba la Compañía B, yo estaba en la Compañía A, y en el medio la C, especulando con que pudieran venir del norte y noroeste, después estaba el BIM 5 y el Regimiento 4 atrás nuestro”.

Gabriel Olavarría entendió desde chico la idea de patria, considera que haber hecho la escuela técnica en el Astillero le marcó la cuestión nacional, eso de sentirlo desde lo profundo.  “Argentina tenía un proyecto de desarrollo naval que desde el 76 para acá no lo tuvo nunca más con ningún gobierno. En algún hecho nacional el director de la escuela dio una clase de Malvinas, del punto de vista, el sentimiento nacional de que eran argentinas, que eran el patrimonio de la defensa, y del anti-imperialismo, cuando el astillero dependía del Ministerio de Defensa.

Carta del niño Pablo Martínez (7) dirigida para un “soldado desconocido”. Fue recibida por el excombatiente Gabriel Olavarría durante la Guerra de Malvinas, en 1982.

También pensar que, por ejemplo, el Buque Cabo San Antonio, que es un buque de desembarco, el que llevó los transportes que bajaron el 2 de Abril, los transportes anfibios, ese se hizo en el Astillero Río Santiago; la Fragata Santísima Trinidad, que era gemela de la Sheffield inglesa que se hundió, se hizo en el astillero y la icónica Fragata Libertad, se hizo allí. En mí siempre estuvo todo vinculado y todo mezclado, yo quería ser parte de si algún día se las sacábamos…”, comenta emocionado.

Su función era como apuntador de cañón, no tenía una posición fija, “tenía posición de vivienda digamos, que era un pocito atrás de una piedra como para poder vivir, con el cañón y con un ayudante de apuntador y con un abastecedor, que es el que da las municiones. El cañón de 90 se tira desde el hombro, es como una bazuka”, detalla.

Al estrés propio de ir a la guerra se le anteponía en el primer mes un estrés mayor que era el de los rumores y la desinformación. Posibles negociaciones, mediaciones, posibles ataques, una artillería que no podían frenar en sus cabezas. Para las familias que estaban en continente, también a ciegas, la información bombardeaba con el famoso “estamos ganando”. Olavarría, para alejarse de esos ruidos, trataba de sumar otras tareas como ayudante voluntario en las cocinas.

Cuando comenzaron los ataques comenzaron las pérdidas y la idea más cercana de la muerte. El regimiento de Gabriel estuvo entre los que más bajas sufrió por la zona estratégica que defendían.

Se escuchaban gritos en la noche o en el día con muy poca visibilidad. Desarrollar estrategias insólitas como dibujar cráteres en las pistas de aterrizajes para que los británicos creyeran que habían quedado inutilizadas, o cómo se las ingeniaban para tomar mate en una carcasa de granada, son solo algunas anécdotas que al menos él puede contar sin traumas.

Las emociones lo recorren de forma profunda en su relato por los que no volvieron y por la solidaridad de la familia del Astillero conteniendo a los suyos y al resto, y por los gestos solidarios ante todo, algo que él considera una esencia argentina.

En las cartas que escribía a su familia se preocupaba especialmente en no llevarles malas noticias, en no pedir nada, salvo al final cuando el hambre le ganaba a las intenciones. Se ocupaba en las epístolas de proteger a su mamá, María del Carmen, tanto que cuando ella se juntaba con otros familiares de soldados a compartir información, sus noticias parecían sacadas de otra guerra.

El 14 de junio llegó la rendición ante el poderío desplegado por los británicos. En los días previos los argentinos iban replegándose hasta lugares más seguros. Gabriel Recuerda una noche: “como a ellos les costó mucho y tuvieron muchas bajas en ese combate contra la compañía B, cambiaron la táctica, la hicieron de noche pero en vez de hacer una incursión sigilosa digamos, nos tiraron seis mil tiros de obuses a las posiciones, cada uno dejaba un cráter gigante. Hay que imaginar eso toda la noche, el piso temblando, el ruido, y después de eso empezaron a avanzar con fusiles, ya ahí la compañía había quedado disminuida…”.

Gabriel sabe que no todas las historias son como las de él, que incluso al volver su trabajo aun lo esperaba, que hubo soldados que no querían ni remotamente estar allí, otros que atentaron contra la propia vida para no ir, y que los reconocimientos y homenajes llegaron lentamente a lo largo del país. Sostiene que es importante mantener viva la memoria de esta parte de la historia y está agradecido de poder contarlo.

A continente volvieron el 19 de junio, “el día que Puerto Madryn se quedó sin pan” por toda la gente que quería alimentarlos, llevarles algo. Los trasladaron en el Canberra con un trato que el percibió como profesional.

“Era un barco privado inglés, de lujo, de crucero, desmantelado y utilizado como transporte militar. Escuchábamos a los ingleses y parecían no tener un odio, era su trabajo, es más, yo primero lo escuche allá y nunca lo pude confirmar, pero siempre tiraban los fines de semana la mayor cantidad de bombardeos navales a las posiciones, y lo que decían es que ellos cobraban extra, como un trabajo, ‘voy el sábado’; no sé si es real, pero que coincidía con los fines de semana, coincidía”, describe el excombatiente.

Con los ojos húmedos recuerda el día que volvieron a ver a sus familiares. Por la ventana del colectivo vio la cantidad de gente que fue a recibirlos. Vio a su mamá y le hacía señas, ella lo miró sin verlo. Sintió que no lo reconocía. Tal vez entonces tomó conciencia de todos los kilos que había perdido. Por la misma ventana vio a los padres de los que no volvieron, y hasta el día de hoy cree que hablar de héroes es hablar de ellos.

En un contexto histórico de dictadura militar, Argentina se presentaba al mundo el 2 de abril de 1982 como el país que había recuperado la soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur de la potencia británica que sostenía su ocupación desde 1833 hasta el momento. A través de la “Operación Rosario” se había planificado la recuperación de las islas por fuerzas militares. Al frente del gobierno de facto se encontraba como presidente  Leopoldo Fortunato Galtieri, cuya estrategia era negociar con la Primer Ministra Británica Margaret Thatcher cuando los hechos estuvieran consumados.

La historia demuestra que fue una lectura equivocada de un gobierno dictatorial cuya imagen ante el mundo estaba cuestionada, y, por otra parte, Thatcher tampoco gozaba de popularidad por lo que un conflicto de este tipo terminó beneficiando su reelección. 

Comenzaba así lo que después se conocería como La Guerra de  las  Malvinas o el conflicto del Atlántico Sur entre Argentina y  el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte.

El conflicto armado concluyó el 14 de junio de 1982 con la rendición de la Argentina y provocó la muerte de 649 soldados argentinos, 255 británicos y 3 civiles isleños. Se considera que la derrota militar aceleró el fin de la dictadura.

El 22 de noviembre de 2000 el gobierno nacional estableció el 2 de Abril como el Día del Veterano y de los Caídos en la guerra de Malvinas. Actualmente el reclamo continúa por la vía diplomática pero sin mayores avances.

El continuo reclamo argentino sobre los archipiélagos del Atlántico Sur ha quedado plasmado en la disposición transitoria primera de la Constitución de 1994, que dice:

La Nación Argentina ratifica su legítima e imprescriptible soberanía sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes, por ser parte integrante del territorio nacional. La recuperación de dichos territorios y el ejercicio pleno de la soberanía, respetando el modo de vida de sus habitantes, y conforme a los principios del Derecho Internacional, constituyen un objetivo permanente e irrenunciable del pueblo argentino.