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El jazz como motor para la paz

Cada 30 de abril se festeja el día internacional de este género musical que fomenta además la innovación y el diálogo intercultural. Artistas de San Luis cuentan asombros, desafíos e intuiciones

Por Matías Gómez

Para el guitarrista Silvio Páez hay dos modos de acceder a la constelación elástica del jazz. Por un lado, improvisar a nivel intelectual con diferentes recursos incorporados. Por otro lado, confiar en el azar.

“En el plano intuitivo significa apelar un poco a ese niño interior, al juego, donde no hay una red de contención y uno puede lanzarse a explorar, dar saltos al vacío, salirse de las estructuras formales, aunque eso también requiere ciertos procesos y trabajos”, explica el músico puntano que vive en Merlo.

“Creo que también a veces una obra musical nos puede sorprender y cambiar un poco la mirada, simplemente a través de algunos elementos sencillos sin mucha elaboración. Puede encontrarnos en algún momento de nuestras vidas en que estamos abiertos para descubrir cosas nuevas”, asegura Silvio que se formó musicalmente en el Conservatorio Galvani con Miguel Reinoso, en la Escuela de Música La Colmena (Córdoba) y la Escuela de Música Popular de Avellaneda.

“Por ejemplo, el canto de una bagualera en el norte argentino, una obra de Béla Bartók, o una rítmica en 7/4 u 11/4 nos pueden conmover de formas que van más allá de lo intelectual, porque hay otras cuestiones que hacen a lo mágico de la música”, subraya el guitarrista que ha compartido actuaciones y grabaciones con Juancho Farías Gómez, Luis Salinas, Javier Lozano, Daniel Maza, entre otros.

“Considero que hacen falta más espacios dentro del género en San Luis, porque hay una necesidad propia del público por tener una propuesta distinta. A nivel independiente resulta difícil producir eventos y en los espacios privados son pocos los que pueden apoyar con firme decisión”, opina el profesor del Instituto de Formación Docente Continua de Villa Mercedes.

A puro swing

Según el diccionario de la Real Academia Española el swing es un estilo de jazz orquestal y bailable, de moda en la década de 1930. Para quienes ensamblan melodías al instante, el swing es además pulso, balanceo, eso que nos hace mover el pie sin saber muy bien porqué.

“La magia de las maderas y las cuerdas, la amistad, las noches al calor del fuego, el vino y el espíritu del juego embebidos de monte, la admiración por las melodías de los años treinta, la pasión de tocar instrumentos acústicos, las ganas de pasarla bien haciendo música, la comida de huerta, la risa… todo esto y más fue haciendo cuerpo en varias juntadas de ensayo e improvisación, juntadas inéditas e inolvidables”, así, con frescura, se presentan desde la Villa de Merlo, “Gitanes en el swing”.

El cuarteto nació en un viejo rancho de Cerro de Oro, al pie de las sierras.

Está formado por Antú Bratosevich (guitarra), Caterina Felizzola (violín y voz), Martín Fernández (contrabajo) y Juan Manuel Eulogio (guitarra y banjo).

El grupo se nutre también de estilos variados desde Elis Regina a Bach (obras para clavicordio), Radiohead (Ok Computer), Daft Punk (Random Access Memories) o Björk (Vespertine).

Para estos jóvenes gitanos de la improvisación la clave de la fluidez radica en la escucha atenta de cada instrumento. “Animarse a jugar, a equivocarse, ser medio caradura. Y el respeto por la música, como lo más importante”, proponen.

Acerca del recibimiento del público serrano, aseguran: “ha sido excelente, respetuoso y cálido. La gente flashea con nuestro disfrute, escuchan atentos y encima nos invitan vino”.

Pintura al óleo de Roman Nogin / Shutterstock. (Detalle)

Apertura mental

“Los rockeros me dicen que soy el más jazzeros de los rockeros y entre los jazzeros me dicen blusero, entonces no me considero un músico de jazz, soy un entusiasta”, bromea el saxofonista Gabriel Veroles, oriundo de Capital Federal y radicado en Merlo hace casi diez años.

“Para improvisar tiene que haber un equilibro entre la razón y la emoción. Vos podés ser muy técnico pero tal vez no decís nada, salvo que tocás bien y rápido algunas escalas. O también me puedo emocionar mucho y algunas notas no serán muy certeras.

El jazz es muy amplio. El secreto es escuchar mucho, abrir la mente, el corazón, la música es algo divino, amén de cualquier creencia, hay que saber utilizarla porque también hay canciones donde se agrede a la mujer”, reflexiona el artista que ha compartido escenarios con músicos emblemáticos como Javier Martínez, Alejandro Medina, Jorge Pinchevsky y Ricardo Pegnotti.

“Cuando escuchamos también es importante tener el contexto, ubicarse en esos años y empezar por lo que a uno más le gusta”, aporta Gabriel, quien descubrió la música mediante su padre que era profesor de acordeón a piano y aficionado al clarinete.

Con la libertad como bandera

Roi Maciiuz incursiona en el free jazz, una apuesta más experimental al igual que la libre improvisación, donde se incorpora la atonalidad, el ruido y se prioriza la expresividad por encima de la métrica. Este estilo surgió a la par de los movimientos por las luchas civiles de los negros en Estados Unidos durante la década del sesenta.

“Descubrí esta música con el tiempo. Después de haber escuchado enormes horas de rock, blues, mucho despiole sónico, y cuando estaba en la deriva llegué a los umbrales de esta música. Pero también llegué por los comentarios de músicos tanto de rock o algunos clásicos. Por ejemplo: Frank Zappa, Ravel, Hindemith, Jeff Beck.

De cualquier manera tarde o temprano tenía que llegar a la metrópolis del jazz”, afirma el artista plástico que toca también diferentes tipos de saxos, bajos y tiene un proyecto de música improvisada llamado Bitiyuch con su hijo Gian Maciiuz de 12 años.

Entre los intérpretes que cambiaron su manera de percibir, Roi menciona a Billy Cobham, Herbie Mann, Charles Mingus, Horace Silver, Sonny Rollins o Thelonious Monk. Hasta que se adentró en el ojo del huracán: free jazz, con Ornette Coleman y Albert Ayler.

“El jazz siempre fue una música difícil de escuchar. Porque los medios nunca le dieron tanta cabida. Además siempre se lo rotuló como elitista, música para cabezones fumando pipa. Pero el presente siempre será bueno como lo quieras entender.

Muchas veces el jazz y sus derivados son el secreto de andar entre las sombras. Por eso no creo en “El día del jazz”. No sirve. Es como frenar un ímpetu de la vida. Me hace acordar a una frase de Frank Zappa. “El jazz no ha muerto pero huele raro”.

Decir que es el día de tal cosa entibia todo”, apunta Roi que ha participado en festivales internacionales y ha compartido escenarios o proyectos con George Haslam, Enzo Rocco, Pablo Ribot, Fred Lorca, entre otros.

“Para escuchar jazz hay que entregarse, dejar la mente en un estado de vacío-lleno. Cerrar los ojos y abrir los oídos. El secreto para improvisar es que cuando el instrumento sabe qué hacer y vos no, estás listo para el gran viaje de la mano de Euterpe (musa de la música)”, señala el puntano que nació en 1970 y a los 11 años comenzó sus estudios de piano.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) propone celebrar esta jornada porque el jazz contribuye a la construcción de sociedades más inclusivas.

“Esta importante forma de arte internacional es un ejemplo de promoción de la paz, el diálogo entre culturas, la diversidad y el respeto por los derechos humanos y la dignidad humana, contribuyendo a la erradicación de la discriminación, la promoción de la libertad de expresión, el fomento de la igualdad de sexos y el refuerzo del papel de la juventud en el cambio de la sociedad”, destaca la ONU.

Pintura al óleo de Roman Nogin / Shutterstock. (Detalle)