Expresiones de la Aldea, San Luis

LA GRAN SOMBRA

Por Jorge Sallenave (*)

Hoy es miércoles le dijo un brujo al hombre que acompañaba. Si busca tener suerte piense en el día martes. Le aseguro que cualquier cosa que ambicione le resultará perfecto si la inicia el martes.

Es posible que el brujo tuviera razón, porque hoy que es miércoles dejé de reflejar a la figura del hombre. Alguien cortó el cordón umbilical, el hombre desapareció dejándome sola. A mí, a su sombra. Me dejó de reflejar y partí por los aires hasta llegar a las sierras más pequeñas de la cadena montañosa de San Luis. En ese lugar tampoco reflejaba, ni siquiera los pajonales, ni los árboles de baja estatura que nacían cada tanto.

Sorprendida vi a un aguilucho seguido por una sombra en cada aleteo. Me acerqué a una piedra de gran tamaño. Otra sombra la reflejaba mientras el sol avanzaba. Yo seguía ausente.

— ¿Qué día horrible! —dije, pensando que se trataba de un miércoles.

Una voz me habló. Tampoco producía reflejo alguno.

—Has llegado recién —dijo quien me hablaba y yo no veía—. El hombre que reflejabas murió, él partió y te quedaste sola.

—Si ese es mi caso, el tuyo se parece, no veo que reflejes a nadie.

—Por supuesto. La figura que reflejaba también murió. Mi función es recibirte y encaminarte hacia la Gran Sombra.

— ¿A qué te referís con eso de la Gran Sombra?

—A la noche, en especial cuando no existe la luna en el cielo.

—Negra como en nuestro caso.

—Te hago notar que ahora somos invisibles, transparentes.

—A mi dueño un brujo le dijo que los miércoles traían mala suerte. Hasta he perdido el color. Soy nada en este mundo.

—No es así. ¿Te has preguntado por qué estás en las sierras? Aquí esperaremos.

— ¿Qué esperaremos?

—A medida que subamos más alto nos enteraremos. La Gran Sombra lo dirá. Por el momento ella ha dispuesto que veamos el cielo desde aquí. Algún día se nos permitirá subir más. Tal vez nos ubiquemos en la cumbre del Sololosta, en La Carolina. Si no cumplimos bajaremos de altura. Nos haremos dueños de la cumbre del Tomolasta. Hasta es posible que volvamos a la tierra.

— ¿Qué debemos hacer para lograr ese escalamiento beneficioso? 

—No lo sé. Unirnos en la altura y esperar.

—Si esto es cierto por qué no elegir la cumbre del Aconcagua o la del monte Everest? Así escucharemos a la Gran Sombra.

—No es seguro ¿quién sabe si no descenderemos? La Sombra no nos hablará si caemos de la altura.

— ¿Cómo es posible que no te vea?

—Si tu propietario parte, te transformas en transparente. A medida que subís te nacerán ojos, oídos y podrás verme. A mí como a millones de sombras que están a tu lado.

—Me es difícil creerte.

—Te ayudará la experiencia. Esta misma noche cuando lleguemos a las cimas de estas montañas, del pasado no queda nada. El aguilucho y su sombra no te vieron al igual que la roca. 

— ¿Quién te lo ordenó? La Gran Sombra…

—No lo sé. Debo recibir y conducirte, esa es la orden que tengo ignoro quién me lo ordenó.

(*) Primera parte