Expresiones de la Aldea, Notas Centrales, San Luis

Con las infancias como banderas

Los poemarios “El árbol del sol”, de Sara Goldstein de Tapiola, y “¡Qué sé yo!”, de Darío Oliva, habilitan el juego y el contacto con la naturaleza. Dos cálidas obras para invitar a las niñeces

Por Matías Gómez

“El árbol del sol”

“Me sentí muy contenta con la presentación de ´Árbol del sol´, como volviendo a la juventud y hasta me hacían pata”, cuenta entre risas por teléfono la poeta nacida en Buenos Aires en 1930, Sara Goldstein de Tapiola que vive en San Luis desde el 65.

Su última obra presentada en 2019, mediante la editorial Caminos de Tinta, contiene además acuarelas de una de sus hijas, Andrea Tapiola. Entre rimas cada página habilita un tono dulce en plena calma serrana donde aún es posible afirmarse a la vida, no desde un canto épico o con aspavientos, sino con la alegría de redescubrir cada instante. Incluso, podría decirse que su obra poética contiene sutilmente una expresión que funciona como llave para la imaginación y el misterio: había una vez.

En su poema “Capullo”, propone:

Para dibujar un árbol
debes recordar tres cosas: 
todos los tonos de verde
que guardan las hojas,
lo oscuro del tronco,
y soñar en la noche
con aquella flor
que aún no se ha abierto
pero ya vive en tu corazón.

“Este libro surgió casi pasándolo de manera distraída en un cuaderno, empecé con algunas líneas que me gustaron y seguí. Otras obras, en cambio, han sido premeditadas pero la espontaneidad ha sido muy amiga mía. El lenguaje en mí a veces actúa como dardo”, reflexiona la escritora, hija de inmigrantes rusos que creció rodeada por el tango y el idioma idish.

“A veces también escribí con cierta dureza para obligarme mentalmente a seguir pero tampoco se puede escribir cuando uno quiere sino cuando te toca el rayito”, agrega Sara que estudió periodismo en el Instituto Grafotécnico de Buenos Aires y música en el conservatorio Beethoven de Buenos Aires.

La escritora todavía recita de memoria poemas que le encantan y suenan como salmos. “En el sentido espiritual del término soy una apasionada. Cada libro es como un juguete que tiene colores que no se ven pero hay un ángel que lo siente”, expresa.

“He visto mucha enfermedad y dolor en la vida pero hay que creer en algo y la poesía está en ese ámbito de la creencia. Escribo obligadamente cada día, tengo que recuperar mi salud. Mi esposo solía decir en latín: ningún día sin una línea”, afirma la autora que ha sido premiada en San Luis, Mendoza, San Juan y Buenos Aires.

Pintura de Michael Malm.

Sara ha publicado además “Las piedras del jardín”, “Certidumbre del canto”, “El tiempo de los grillos”, “Canto de amor para la última rosa”, y participó en la antología “Tiempo de niños” con Dora Ochoa de Masramón, Esther del Rosario Guevara y Polo Godoy Rojo.

“¡Qué sé yo!”

En 1995, cuando el Fondo Editorial Sanluiseño publicó “Burbujitas”, Esther del Rosario Guevara reflexionó: “Es difícil para un adulto poder dejar en libertad esa parte de su alma, que es su propio niño, para lograr interpretar y comunicarse con el mundo infantil.

Por otra parte, dedicar un ámbito especial a la literatura infantil es trabajar desde la cultura, para el futuro de la tierra que se ama. Es brindar la posibilidad a las nuevas generaciones de que recreen su propio mundo interno y a través de él puedan ser seres, realmente pensantes y creativos”.

Luego de desarrollar una poética con resonancias mitológicas durante varios años, para su décimo libro Darío Oliva incursionó en el camino propuesto por Guevara, una de las pioneras en el género infantil en la provincia. Oliva tomó lápiz y papel, liberó a su niño interior, tendió el mantel y preparó a fuego lento versos saludables.

No importa que el sol
arremangue su camisa, 
o que la luna pinte
su delantal con tiza,
a cualquier hora
de cualquier día,
en el colchón
de espinacas duermen
las zanahorias, pinta en el poema “Cocina”.

“La obra surgió hace unos cuantos años atrás –cuando el limonero de la imaginación daba otros frutos–, en 2010, aproximadamente. Tenía la intención de incursionar en el pluriverso de la literatura infanto-juvenil, y hacerlo con poesías (después vendría la etapa de los microrrelatos); poesías que transparentaran, de alguna manera, mis emociones íntimas, mis tibias y tímidas lecturas del mundo en mis acercamientos a distintos temas que me interpelan y atraviesan desde que soy muy chico y aprendo a combinar palabras y dejarme seducir y sumergir por su musicalidad y sus propuestas lúdicas (también con cierto peso de ala abatida, cierta tristeza necesaria, cierta carga de melancolía)”, asegura el premiado escritor villamercedino que ha publicado además “Epígrafes”, “Breviario”, “Eco-Grafía”, “Cronopias” (Viaje a la Isla de Cortázar), “Fuga de luz”, “El laberinto de Proteo”, “Lengua rota”, “Lo que aturde”, y “Preguntas muertas”.

“A quien hice partícipe de esta inquietud quijotesca, este sueño de mariposa de luz sonámbula, fue a la artista visual, Paula Maciorowski, de Puerto Madryn. Ella se encargó de ilustrar, magníficamente con sus dibujos, todo el libro. Libro que permaneció en descanso, como en una larga siesta entre crepúsculos de cocuyos, libélulas y chicharras, hasta que en el 2019 se abrió la convocatoria en el género Infantil del Concurso Literario “San Juan Escribe-Premio Jorge Leonidas Escudero”, en el cual obtuve el Segundo Premio consistente en un pago en metálico y la edición de la obra por el Fondo Editorial de la Cámara de Diputados de esa provincia. Hecho que se materializó en diciembre de 2020″, agrega.

“A poco de conocer el resultado de este certamen, sumé para el prólogo las generosas palabras de la afamada escritora Cristina Pizarro, Presidente Fundadora, Miembro de Número y Miembro de Honor de la Academia de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina, y la fotografía de mi perfil en la solapa de Carlos Mascioni, amigo fotógrafo de San Luis”, comenta el escritor sobre esta obra de más de 170 páginas divididas en seis secciones.

“Los poemas llevaron un tiempo para su puesta en escena en papel, ya que primero los agrupé por temas y en el devenir de los años vino la etapa de corrección, hasta que a poco de publicarse el libro tomé la decisión de no incorporar aquellos textos que no estuvieran acompañados por los dibujos de Paula, por lo que varios quedaron afuera, quizá a la espera de una continuación o creación de otro libro”, describe Oliva quien se inspiró en obras de diferentes latitudes.

“También me han fascinado ciertas representaciones y texturas fraseológicas de escritoras y escritores sanluiseños, como por ejemplo: Agüero, Godoy Rojo, Rosales, Lafinur, Ochoa de Masramón, Goldstein de Tapiola, P. Movsichoff, Borri, Carreras de Migliozzi, Calderone, etcétera”, señala.

“En cuanto a la repercusión de la obra, en su momento cosechó favorables críticas de medios gráficos y radiofónicos, a través de notas, entrevistas, pero luego, en el contexto de pandemia, se pudo presentar por intermedio de la Municipalidad de la Ciudad de San Luis a través de su Dirección de Cultura desde la Biblioteca Pública “Ana María Ponce”, en la Primera Feria Virtual del Libro organizada por Cultura de la Provincia de San Luis. También se presentó en otras ferias y encuentros virtuales de libros y escritores, aunque su venta no ha sido la esperada”, expresa el escritor que ha sido jurado en certámenes literarios.

“A propósito de esta situación debida al coronavirus, he podido escribir y corregir mucho en el primer año. De hecho, tengo en mi haber más de veinte poemarios inéditos. Y en este año he alternado mi labor escrituraria con el dictado de mi taller de creación literaria Proteo y con el de poesía inicial “Prometeo-Ana María Ponce”, con la organización de la Coordinación General de Turismo, Cultura, Deporte y Juventudes de la municipalidad de la Ciudad de San Luis, por medio de las plataformas educativas de Google Meet y Classroom”, comparte el autor que además es gestor cultural y bibliotecario.

Tanto “El árbol del sol” como “¡Qué sé yo!” nos devuelven la dicha de imaginar a pesar de la pandemia. Dos obras llenas de calidez que ojalá, pronto, alguna mañana circulen en las rondas de los recreos sin burbujas.

Pintura de Michael Malm.