Expresiones de la Aldea, San Luis

AÑOS DE VACAS GORDAS

Por Jorge O. Sallenave

¿Quién dio otra mano en la vinculación de los socios? Sonio Correa.

¿A qué se dedicaba este socio? Si bien Sonio era el secretario del Club se decía que pertenecía al inventario de la institución. Su casa colindaba con el club. Por las mañanas se desempeñaba como inspector de comercio. Un hombre que había nacido bueno. En su función trataba de solucionar los problemas de papelerío de los pequeños negociantes, sin interés particular alguno.

Los inspeccionados lo adoraban, lo escuchaban con atención y si debían enmendar algo lo hacían sin chistar. El beneficio que obtenía Sonio, sin que él lo pidiera, es que cada tanto los comerciantes agradecidos le regalaban carne, verduras, frutas. Sonio no usaba esos regalos para él. Como en la mayoría de los casos recibía víveres, los repartía entre otros empleados al principio, pero no bien integró la comisión directiva decidió hacer comidas para los socios sin costo alguno para los invitados, porque era Sonio de su propio bolsillo quien “le tiraba” unos pesos al Negro Puertas por el uso de vajilla y servicio.

¿Cómo se daba tiempo?

Simple. Al terminar la jornada laboral (precisamente a las 13 horas) pasaba por su casa, se colocaba un conjunto deportivo y se iba al club, donde se quedaba toda la tarde e inclusive hasta altas horas de la noche.

A veces llevaba a su hija Clementina, una niña dulce, suave y con una sonrisa de ángel.

Durante las horas que permanecía en el club, Sonio Correa tomaba a cargo, sin que nadie se lo exigiera, las relaciones públicas, zanjaba discusiones entre los cadetes, inscribía socios, reemplazaba a cualquier empleado, limpiaba, hacía brillar el piso de la cancha de paleta con el lampazo, refacciones eléctricas menores, se trenzaba en un partido de básquet con los infantiles, era juez (umpire) en partidos de tenis donde los jugadores juveniles dirimían supremacías. En verano cuidaba a los bañistas y ordenaba saltos desde el trampolín, etc., y como se dijo, cocinaba.

Los socios recurrían a él ante cualquier inconveniente. Muy querido. En una oportunidad un cadete de apellido Aostri logró una medalla en Colombia, quizás un Sudamericano en tenis de mesa (o más conocido como pimpón antes que llegaran las paletas chinas que reemplazaron a las de corcho).

Sonio se desprendió de un reloj nuevo, que abonaba en cuotas y se lo regaló.

Ese querer dar lo llevaba a meter la pata. Como sucedió con un socio nuevo de apellido Alcantú, que estudiaba física en la universidad local. Cada seis meses la comisión directiva aprobaba los socios vitalicios (o sea aquéllos que sumaban veinticinco años como socios). En una de esas reuniones apareció la ficha del estudiante. El presidente que ya conocía a su masa societaria preguntó: ¿Alcantú vitalicio?

—Me he equivocado —reaccionó con rapidez Sonio, montando con el dedo índice los anteojos que se deslizaban por la nariz.

Cuando estuvieron solos el Presidente le recriminó que intentara perjudicar a la institución. Sonio inclinó la cabeza como si el mundo lo estuviera juzgando.

Después tartamudeando dijo:

—Tenés razón, le quise dar una mano, él ha venido de afuera a estudiar y los padres le envían poco dinero. Le cuesta pagar la cuota. Además, es un buen jugador de paleta y buena persona.

—No hacemos beneficencia. El dinero del club es para el club —aclaró molesto el presidente, aunque sabía que su enojo no haría cambiar a Sonio.

En esa amalgama social de disciplinas varias contó en natación con la colaboración de un señor Gatica y su esposa, que hacía poco tiempo habían regresado a San Luis. Tenían una hija que naturalmente era una brillante nadadora. Fueron muchos los triunfos que le otorgó a la institución hasta que como tantos se fue a estudiar fuera de la provincia. Regresaría años después como médica. En el mismo deporte fueron fundamentales Curioni, Anahí Mera, Rezzano.

Total, que el club se hizo grande, muy grande. El padrón contaba con seis mil y pico de asociados. No todos abonaban la cuota en término lo que obligó a colocar una casilla en la entrada donde los intendentes controlaban el ingreso.

Se multiplicaron los deportistas en todas las áreas. Natación en verano tenía una concurrencia inapropiada. Hubo días que ingresaron más de seiscientos bañistas.

Patafio trajo a la comisión directiva, una idea que se aplicaba en los clubes de Buenos Aires.

—Se trata de dos tipos de socios. El socio activo que tiene derecho a ingresar a la institución, consumir en la cantina, precio especial en entradas a competencias especiales. El que practica una disciplina debe abonar un plus mensual. Diré de esta forma: socio activo y socio deportista ¿Me entienden?

Revuelo.

—¿Estás loco? ¿Encima querés cobrarle al que practica un deporte? ¿Querés que nos linchen?

Tres meses de discusión.

¿Por qué se demoró tanto?

Algo debe haber influido en la cerrazón de cabeza que es patrimonio de todos con los cambios. También que la idea la trajera Patafio. No era de San Luis. Su profesión, así lo decía él, modisto de señoras.

Producía mucha gracia, aunque el presidente le pidió en una oportunidad que le hiciera dos trajes, aunque mientras se los hacía puso en duda la decisión tomada porque Patafio hacía vestidos de novia, blusas y polleras. Los trajes a medida fueron terminados en tiempo y forma correcta. También le jugaba en contra a Patafio el ser un hombre tímido, que si se ponía a discutir se le cruzaban las palabras y se ahogaba. Pero era obstinado y hacía trucha si no obtenía lo que quería. Reafirmaba que debían existir las dos categorías de socios, además de los vitalicios, los honorarios y los contribuyentes.

—Todos contribuimos—les respondían.

—También tengo que explicar eso. Una empresa puede aportar dinero para publicidad o por simpatía. No será socio, pero tendrá el reconocimiento nuestro. Podrán llamarlos socios adherentes, póngales el nombre que quieran.

La propuesta con idas y venidas se aprobó con disgusto de muchos socios que no se convencían en pagar más por el uso de las instalaciones. Al final se le dijo que sí.

El descontento no llegó a mayores, como se dice y el club mejoró su situación económica.

¿Qué beneficios trajo?

Se construyó otro salón sobre el techo del salón que servía para fiestas y cantina. ¿Con qué fin? Integrar a la mujer. El espacio sirvió como gimnasio femenino. Se mejoraron los vestuarios. Se adquirió un terreno colindante. Hubo cambio de luminarias.

Hubo otro beneficio con los nuevos ingresos. Se nombraron profesores rentados, en todas las disciplinas, en algunas actividades más de uno.

Los resultados deportivos mejoraron. El club competía dentro y fuera de la provincia. El básquet mantenía equipos en todas las divisiones y ninguna fracasaba. El tenis consolidó jugadores de jerarquía. La natación ganaba el torneo más importante entre la ciudad capital y Villa Mercedes al adjudicarse tres veces el trofeo (dos consecutivos y uno alternado).

La paleta conformaba parejas que competían con dignidad y resultados en diferentes encuentros del país. Fue el tiempo de Eduardo Villegas, Miguel Puertas y el eterno Roby Lavía. Llegaron a San Luis los mejores pelotaris, en especial el “Ruso” Sheter, varias veces campeón mundial. Un tipo macanudo (calificativo acertado porque representaba a Capital Federal). Aún faltaban unos peldaños para derrotarlo, pero se recuerda una final en San Luis que terminó 30 —29 como se computaba entonces, donde Roby Lavía se transformó en un titán adelante y con cada tanto que ganaba gritaba: “¡Vamos, vamos!” Se viajó a todos los campeonatos nacionales, pero hubo uno que brindó una anécdota inolvidable. Se realizó en Gualeguay, Entre Ríos. Por ese entonces no se terminaba el puente Zárate —Brazo Largo. A la provincia se accedía por el Túnel Subfluvial que unía Santa Fe con Paraná o bien por barcazas. Eran escasos los turistas. Gualeguay por falta de trabajo se había quedado sin hombres y las mujeres eran mayoría. El día que la delegación puntana llegó al club donde se disputaría el torneo, fue recibida por dirigentes de la Federación y un público mayormente femenino que saludaba a los pelotaris y los convidaban con mate, ya que algunas cargaban termos. Fue algo inusual, pero el más sorprendido fue Miguel Puertas que por ese entonces transitaba la adolescencia y verse rodeado por las jóvenes lo hacía poner colorado (pese a la piel oscura) y contento. Al finalizar el campeonato Miguel le dijo al presidente que se quedara unos días en la ciudad porque tres hermanas lo habían invitado a la casa familiar.

(*) Segunda parte- Este texto forma parte del libro “Historias de San Luis: de gentes y de leyendas”.