Expresiones de la Aldea, San Luis

LA EXTINCIÓN

“El ser humano se sentía dueño del mundo. 
Esta creencia se derrumbaría. 
Mujeres y hombres dejaron de concebir”.
Por Jorge O. Sallenave (*)


Científicos analizaban este fenómeno. En primer lugar, médicos y psicólogos se ocuparon del presente, analizaron posibles bacterias y virus sin encontrar respuesta alguna. Acto seguido se dedicaron a estudiar los efectos de la forestación, de la caza indiscriminada, del exterminio del agua, con la pérdida de hielos y glaciares.
Aun así, los bebés no llegaban al mundo.

Los arqueólogos pensaron que antes de llegar el hombre al mundo, la Tierra estaba poblada de mamuts, dinosaurios, grandes serpientes, roedores de tamaño inmenso. Estos profesionales analizaron meteoritos, el congelamiento del planeta, posibles gases que impedían respirar. Ninguna de estas causas atacaba el planeta. Los seres humanos buscaban la ayuda de las religiones.

Otros concurrieron a curanderos. 
Los bebés no nacían.

Hospitales y clínicas estaban abarrotados. Los bioquímicos trabajaban en tres turnos sin respuesta alguna. La falta de concepción se volvía generalizada.
Importantes científicos alertaron que la raza humana se extinguía.

Hubo jóvenes que se suicidaban por la falta de hijos. Hubo otros que no querían tener niños porque la vida les parecía injusta y lo sería más. También se encontraban personas que se negaban a tener niños por comodidad.
Los seres humanos fallecieron. Las ciudades y los pueblos quedaron sin gente. 

La Tierra se colmó de agua cristalina, los bosques resurgieron, la Luna se veía con mayor brillo, los animales se reproducían.
El mar se extendió algunos metros sobre los continentes. Los buques se hundían o cortaban amarras para sepultarse en el fondo del océano.

Los vientos destrozaban hangares y los aviones se hacían pedazos.
Las armas se oxidaron, transformándose en elementos inútiles. Se produjeron tres explosiones de bombas atómicas, el resto demostró su incapacidad para seguir explotando.

En algunos años, los cuerpos de los seres humanos se pudrieron, los animales carnívoros los comieron con gusto, unos pocos se transformaron en fósiles.
En diferentes lugares se ubicaban los creadores del Universo.

Solían reunirse a través de imágenes, habían nacido al mismo tiempo, pero la humanidad creía, cuando existía, que cada uno tenía un nacimiento diferente y por lo tanto la fe y el reconocimiento se volcaba a uno de ellos.

Para los creadores de la raza humana había llegado su fin y convinieron terminar con ella.
De pronto, se presentó un hombre anciano, a quien se le debía el universo y aún más allá.

Mientras esto sucedía, la Tierra se colmaba de hormigas. Unas más grandes, otras más pequeñas, que en ambos casos conformaban verdaderos ejércitos.

Esos insectos no tenían miedo y podían atacar a otras hormigas de distinta raza.

El anciano que había llegado les dijo: 

—Se equivocan. Lamento comunicarles que en todo el Universo hay razas buenas y razas malas.

—Perdón, señor. ¿Qué lo lleva a decidir quiénes son los malos y quiénes son los buenos?

—No lo decido yo, Otro ser me compite en la oscuridad. Sé que me impondré, pero me llevará mucho trabajo. El que está en la oscuridad cuenta a su favor con los habitantes malos. Los buenos, hacen poco por mí.
Dios desapareció con esta sentencia.

“La Virgen y el Niño rodeados por los Santos Inocentes”, pintado por Peter Paul Rubens. 1618

(*) La Opinión y La Voz del Sud tienen el honor de presentar estos cuentos inéditos de Sallenave. Escritor consagrado que es pluma y esencia de las letras puntanas. La pandemia no pudo con su inspiración, todo lo contrario. Publicarlo es siempre una celebración.