La Aldea y el Mundo

EL FEMINISMO NO ES UN SLOGAN

El día de la acción global por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito en Latinoamérica, también es una oportunidad para repasar las premisas del feminismo

Por Majo Corvalán

El 28 de septiembre, día de acción global por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito en Latinoamérica y el Caribe, dejó de manifiesto en los reclamos de las feministas de la región la preocupación por el avance de la derecha conservadora. Este sector, nutrido por las diferentes iglesias, partidos libertarios, espacios conservadores y agrupaciones fundamentalistas logró llegar al poder de muchos países: Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Paraguay, Perú y Uruguay.

Esta nueva derecha evolucionó de la tradicional y logró organizarse en frentes partidarios, aunque hay casos recientes y muy resonantes de movimientos de derecha que llegaron al poder sin construcción partidaria previa. Basados en liderazgos personalistas, con un discurso reaccionario en lo cultural y anti-establishment en lo político, consiguieron imponerse a los partidos establecidos en un contexto de deslegitimación de las élites tradicionales.

El movimiento feminista, diverso y siempre con debates abiertos es, aún así, el espacio que mejor detecta y denuncia las consecuencias nefastas de estos gobiernos. Sin embargo, en los países en los que no gobierna esta corriente, tampoco hay paraíso. 

Antes el feminismo era de unas pocas, calificadas de locas por no responder al significado social de mujer y consideradas reaccionarias por reclamar en vez de sonreír. Esas mujeres que alzaban su voz no eran vistas como defensoras de derechos sino como histéricas, siempre de malhumor. En 2018 estalló masivamente la lucha por el derecho al aborto legal en Argentina, aparecieron miles llevando su pañuelo verde en la mochila y se visibilizó una lucha que había empezado hace décadas. A pesar de la elaboración de múltiples argumentos legales, sociales, médicos, políticos y filosóficos que aportamos en las exposiciones del Congreso, un sector, y muchos medios de comunicación, afirmaban que no era más que una moda. Es decir, que a pesar del avance social feminista, al igual que en 1920 nuestras voces y acciones eran deslegitimadas por algunos. 

Bajo el paraguas del debate por el derecho a abortar se visibilizaron aún más otras problemáticas como: la desigualdad, la violencia machista en todos sus tipos, la falta de respuesta del Estado, la cultura de la violación, y más. Tanto hablamos de esto que impactó en la sociedad, y muchas personalidades reconocidas en todo el mundo adoptaron las consignas de la lucha.

Beyoncé hizo un show en 2019 con una pantalla gigante de fondo que decía Feminst. Aparecieron remeras, llaveros y hasta barbijos con consignas y logos. El vocabulario feminista fue incorporado en los discursos políticos y en las promesas de campaña electoral en todo el mundo, pero el feminismo no es un slogan, y las demandas feministas no se resuelven solo mencionándolas o creando un gueto institucional.

Si el feminismo no fuera importante no habría este mercado, pero el mercado no resuelve la desigualdad.

El avance del feminismo

Este avance del feminismo, aunque no de la igualdad, esta lucha por los derechos humanos de las mujeres genera una reacción, una contraofensiva. Por eso aparecen en las redes comentarios tales como: “el feminismo es el otro extremo del machismo” como si matáramos a nuestras parejas cada 29 horas.

Por otra parte, las niñas y adolescentes escuchan que les decimos que puedan ser libres y ser lo que deseen en la vida, pero el mensaje en las redes, en los medios y en la sociedad es que solo llegan a cumplir sus metas las bellas… ¿y quiénes son las bellas?

El estereotipo está bien definido, si no las Barbies serían de otra forma. En esta hipersexualización las mujeres somos reducidas a objetos de deseo o de consumo en vez de ser vistas como titulares de derechos o al menos como personas. Entonces, no hay igualdad. A pesar del avance del feminismo aún hay opresión.

Desigualdades naturalizadas

Vamos a hacer una prueba a la distancia, pensando en la experiencia escolar: ¿podés pensar en este momento en el nombre de un prócer?  Bien. ¿Es una mujer? 

Capaz la puse dificil, vamos de nuevo ¿Podes decirme el nombre de una filósofa? 

¿No? ¿Pero de un filósofo sí? Ahí está la desigualdad, tan invisible que se naturalizó.

Si las mujeres seguimos siendo consideradas como seres sexuales para satisfacer, pero no como seres deseantes, si somos vistas como seres emocionales y sensibles solo destinadas para amar, gestar, parir y cuidar, no habrá igualdad. Si no hay políticas públicas que generen estos cambios radicales necesarios y urgentes en todo el mundo, la opresión no se revierte.

Y respecto a la sexualización de los cuerpos hay un debate fuerte sobre la posibilidad que tenemos las mujeres frente a la toma de decisiones en nuestras vidas. Habrán visto que hay mujeres que suben videos o fotos de su cuerpo desnudo o semi desnudo, e incluso hacen campañas políticas o llenan recitales usando esta estrategia. Un tiempo atrás creía que esto era un derecho, pero luego me pregunté: ¿quiénes tienen este derecho de cosificarse? ¿solo las mujeres? Qué raro…

También hay una afirmación en relación al derecho a ejercer la prostitución como trabajo y sacarle provecho al propio cuerpo, porque es una decisión de las mujeres. Y ahí me pregunto ¿De qué mujeres? ¿Quiénes, de qué zonas y en qué condiciones de vida es que eligen la prostitución?

¿Y si lo damos vuelta? ¿No es el hombre el que adquiere el derecho de dominar en el sexo a alguien? ¿De hacer lo que se le ocurra con una mujer niña o adolescente sin que se tenga que preocupar por el deseo o el consentimiento de la otra persona?

No tengo certeza, pero tampoco tengo dudas, son pocas las que lo deciden sin estar preocupadas y acorraladas en una situación de vulnerabilidad, de violencias o de discriminación. 

Pero sigamos pensando. Si a las mujeres nos dicen que somos sensibles, hechas para amar y solo un cuerpo, pero a los varones les decimos que son fuertes, poderosos y pueden tener lo que deseen, entonces cómo no vamos a vivir en una sociedad que se aferre a la cultura de la violación.

La cultura de la violación

En la cultura de la violación la víctima tiene la culpa: si tomó alcohol, si tomó drogas, si llevaba escote o caminaba sola muy tarde. En cambio, los varones son definidos como bestias o enfermos irracionales que no piensan y no pueden contenerse. Y con la excusa perfecta tienen la posibilidad de la impunidad. La violación no busca el placer, es un ejercicio de poder, de dominación y de disciplinamiento. Hablar de explotación y de feminización de la pobreza, pero no generar oportunidades para la terminalidad escolar o la inclusión laboral es infructífero.

Las mujeres sobrevivientes a años de cautiverio por ser víctimas de trata de personas con fines de explotación sexual, cuando salen, o sus captores las liberan, como consecuencia de años de tortura, recaen en el uso de las drogas, el alcohol o estrechan lazos violentos porque no tienen a mano herramientas para estabilizar sus vidas y la de sus hijos e hijas. La autoestima de las víctimas de trata se ve afectada y las secuelas psicológicas, físicas, sociales y emocionales las sumergen en un mundo de permanente frustración. Pero en vez de encarcelar a los proxenetas o a los puteros, ellas pasan a ser las problemáticas. Muchas veces deben escuchar en la justicia, en las oficinas estatales o en la consulta psicológica que son ellas quienes “no ponen de su voluntad para salir adelante”.

Así como algunos varones creen tener permiso para violar o tomar nuestros cuerpos tienen, según ellos, permiso para violentarnos de todas las formas posibles. Y de la violencia no se sale bien, ni rápido. Y según las condiciones de vulnerabilidad social, si hay o no redes de apoyo, o de la respuesta del estado local, quizás tampoco se salga con vida.

Durante un tiempo el feminismo bregó por ampliar la participación de las mujeres en los espacios de toma de decisión, en los cargos y en las bancas, pero, casi de inmediato nos dimos cuenta de que la inclusión de algunas mujeres no garantiza que haya políticas públicas, fallos o legislación feminista. 

Para vivir en una sociedad más justa y más igualitaria es importante no permitir banalizar o vaciar el feminismo. El feminismo no es una declaración de intenciones, es un grupo de acciones serias que de forma radical nos impulsa a identificar las causas que afectan violentamente a cada una de las mujeres y a hacer lo necesario para revertir la situación. 

Lo demás es marketing.