Expresiones de la Aldea

LA CHONA, EL NEGRO Y EL BARRIO

A Silvia González
por su colaboración

Por Jorge Sallenave (*)

Los domingos, la Chona y el Negro iban a la costanera. Se sentaban en un banco y en silencio observaban el río, con abundante agua que corría de este a oeste, para luego desaparecer detrás de las sierras bajas.

Merendaban sin levantarse. La Chona era la encargada de repartir los alimentos que el día anterior hacía.

A veces, la Chona le decía que era el mejor sitio que habían conocido. Unos meses más tarde le confesó al Negro:

—Si yo muero antes que vos, si aún me acompañás, te ruego que me incinerés y arrojés mis cenizas a este río. Quiero saber hasta dónde llega y conoceré hermosos paisajes.

—¿Por qué decís cosas tan feas? Ni vos ni yo moriremos. Yo sé que los enamorados, mientras conserven el amor, no se mueren. Yo te adoro e intuyo que de a poco me empezás a amar.

Algún domingo iban a almorzar a la costanera. Cuando lo hacían invitaban a los hijos de la Chona y sus respectivas nueras. Uno de esos días, las tres mujeres se fueron a caminar y el Negro quedó a solas con los dos hijos de la Chona.

Tomaban un café, sin cambiar palabra. Fue el Negro quien rompió el silencio.

—No les caigo bien.

Tardaron en responder.

—La verdad que no.

—¿Puedo saber el motivo?

—Nos molesta que te instalés en nuestra casa, te sirvás de nuestra madre y, que yo sepa, no trabajás —dijo el mayor de los hijos.

El menor sentenció:

—Casa, culo y comida.

—Nos hacemos compañía. Yo estoy enamorado de su madre. No quiero que ella pague sus ausencias. En cuanto a la afirmación de sexo —le dijo al hijo menor— estás equivocado, tu madre no tiene sexo conmigo. Se llega a una edad en que el sexo no es importante. Se ama de otra manera. Creo que su madre se mantiene intacta desde que el padre de ustedes murió. En fin, tengo que darles una noticia, se lo prometí a ella, el 7 de noviembre nos casaremos, ya está puesta la fecha.

—¿Tiene algo de especial?

—Para la Chona y yo sí. Hace justo un año que nos conocimos. Hemos pedido fecha. Solo les pido que no se distancien de su madre. Ella hizo mucho por ustedes. Si a mí me quitan el saludo, no me sentiré herido, sí sufriré por el mal que le hagan a la Chona.

—A la iglesia va el barrio completo. La mayoría piensa que vos estás por interés.

—Se olvidarán —dijo el Negro—. Las mujeres han regresado de su paseo. cambiemos de tema y si no desean conversar no me molestará.

“Pareja junto al río”, por Valentina Andrukhova. Ucrania

El día del casamiento se juntaron muchas personas del barrio. Al ver llegar a la pareja hubo un murmullo entre los presentes.

Los hijos y las nueras estaban en primera fila. Ninguno de ellos acompañó a la madre.

La Chona y el Negro ingresaron al templo del brazo. Ambos escucharon al cura y cuando la ceremonia terminó la pareja se dio un beso en la mejilla.

Al salir, la gente del barrio hizo diferentes comentarios. Una persona, ubicada en la puerta de la iglesia, al pasar los novios dijo: “Que te dure”, interpretando así, con esa amplitud, un futuro incierto.

La fiesta se realizó en la casa de la Chona, que se había esmerado en la comida. Presentes los recién casados, los hijos y nueras. También fue invitado el cura, pero el religioso no concurrió.

A medianoche se retiraron los parientes. Al quedar solos los recién casados, la Chona se acercó al Negro y le comentó que su regalo llegaría al día siguiente.

—No hubieras gastado.

—Te gustará. Se trata de una cama de dos plazas.

La llegada de la cama les fue útil. Dormían abrazados todas las noches, con tranquilidad, sin despegarse. Durante 18 años se sintieron acompañados, queriéndose mucho sin que el sexo tuviera lugar.

¿Qué sucedió con el barrio? Dejaron de chismear en poco tiempo y les resultaba normal ver a la pareja. Quien recibió mayor beneficio fue el Negro, cuando la gente se dio cuenta que él la amaba.

Demostró el amor que sentía cuando una enfermedad terminal le fijó un plazo para la muerte a la Chona. La llevaba a todos los lugares empujando su silla de ruedas y no dejaba de abrazarla cuando llegaban.

El Negro cumplió su promesa, la que ella le pidiera. Arrojó sus cenizas al río y se prometió que no bien tuviera valor se arrojaría desde el puente de mayor altura para ir a reunirse con la Chona.

Llamó a los hijos y desocupó la casa sin llevarse nada.

Nadie más lo vio.

*Final

(*) La Opinión y La Voz del Sud tienen el honor de presentar estos cuentos inéditos de Sallenave. Escritor consagrado que es pluma y esencia de las letras puntanas. La pandemia no pudo con su inspiración, todo lo contrario. Publicarlo es siempre una celebración.