Expresiones de la Aldea

EL CERNÍCALO

Por Jorge Sallenave (*)

Cernícalo se fue a la escuela de Suboficiales y se recibió con un año menos de estudio porque en Tucumán se había declarado una guerrilla.

Cada tanto recibía mensajes de su parte, con el verdadero nombre y apellido. En otros casos se limitaba a decirme: “El cernícalo se comió una presa”. Yo no tenía dudas que se refería a la muerte de un contrincante.

Después de desempeñarse en la selva tucumana, fue destinado a la provincia de Santa Fe y por último a la cordillera porque entre Chile y Argentina se disputaban cuestiones limítrofes, era posible que entre ambos países se declarara una guerra que no sucedió por mediaciones de la Iglesia.

Por los servicios prestados se le otorgó una jubilación extraordinaria.

Cernícalo la rechazó sin que las autoridades le hicieran lugar.

Yo por mi parte, me afiancé en la profesión que había elegido.

Fue imposible que Cernícalo cambiara su carácter. Se dedicó al robo, en especial a trabajar con gente que tenía expedientes judiciales por lo que serían condenados, pero esta tarea, la de robar expedientes, le aburrió y cambió.

Le interesaron los bancos, donde el dinero era solo para él. En uno de esos atracos, robó las cajas de seguridad, fue detenido y sentenciado a cumplir una pena de cinco años.

Solía ir a verlo. Lo sentía como un amigo por más que su fin fuera el mal.

Organizó en la cárcel un motín. En esa lucha murieron dos guardiacárceles, pero fueron más entre los presos. Permanecí tres días con sus noches para saber qué era de él. Los penitenciarios no lo sabían. Recién pude tomar contacto en una audiencia donde se decidía su traslado a una cárcel de máxima seguridad. Pudimos intercambiar unas pocas frases.

—En dónde estaban los cernícalos, eran muchos —me dijo casi al pasar.

—Es lógico, quien se aparta de la luz, son antisociales —respondí yo.

—Tengo una noticia para vos.

—Te escucho.

—Este cernícalo ha comido carne humana y tiene buen gusto.

Por los diarios tomé conocimiento de su traslado y pensé que seguiría visitándolo, como lo hice un mes más tarde, gracias al juez interviniente. Recorrí más de 300 km para llegar a la nueva prisión.

Me atendieron tres oficiales, el juez se había movido.

Al saber que mi intención era ver a Ferrer, los oficiales me dijeron que debía tomar un lugar en la sala de audiencias.

Un hombre anciano se asomó por la reja.

—Lo siento mucho, anoche fue asesinado —dijo sin mirarme.

—Usted me engaña —protesté.

—Créame. Un cernícalo hizo el trabajo. El uso del nombre del ave con que yo lo bautizara, me golpeó el estómago y vomité. 

-Final

“El prisionero”, por Nikolai Alexandrovich Yaroshenko.

(*) La Opinión y La Voz del Sud tienen el honor de presentar estos cuentos inéditos de Sallenave. Escritor consagrado que es pluma y esencia de las letras puntanas. La pandemia no pudo con su inspiración, todo lo contrario. Publicarlo es siempre una celebración.