La Aldea y el Mundo

LA CHICA PERFECTA

Por Agustina Bordigoni

Estefanía siempre supo lo que tenía que hacer: estudiar, tener buenas calificaciones, recibirse, ejercer su profesión, casarse y tener hijos. Ser la madre y profesional perfecta de la que todos se sintieran orgullosos. 
Fue siguiendo los pasos, uno a uno. Y cuando algo parecía desviarla del rumbo designado se sentía tan pero tan culpable que se encarrilaba de nuevo, como si fuera un tren. “Mirar siempre para adelante, pero nunca hacia los costados de las vías”, se repetía. 
Claro que en este proceso tuvo sus momentos de felicidad. Obtener buenas notas o devoluciones sobre sus trabajos y  transitar ese camino con buenos amigos nunca le permitió ver que nada veía. O que veía lo que en realidad quería ver.
Sin embargo, eso que veía en el espejo le agradaba, porque era agradable a los ojos de los demás. Eran esos otros ojos los que la miraban a través de los suyos.
Cuánta presión se sacaba de encima cuando recibía la aprobación, sin advertir que era exactamente lo contrario… Su humor cambiaba a la par de su entorno, y aunque casi siempre hacía las cosas bien, a veces no lo sentía de esa manera. Más, siempre había que hacer más.
Un día el espejo se rompió. El que tuvo toda la vida, en el que se miraba para salir a rendir, para salir a caminar, para lavarse los dientes, para peinarse. En esa imagen hecha trizas, que la despertó esa mañana sin razón, encontró los pedazos de la que era, pero también la oportunidad de construir la imagen de la que en verdad le gustaría ser.
Ahora era momento de recoger los pedacitos. Estefanía se lastimaba al levantarlos pero no había caso, no había opción: tenía que hacerlo. No podía dejarlos tirados, pero ahora tocaba la tarea más difícil, levantarlos y decidir con cuál de esos pedazos se iba a quedar. Remendar algunos era muy complicado, pero tirarlos a la basura sería a la vez demasiado doloroso. Y no podía pedir ayuda esta vez, era una tarea que tenía que enfrentar sola. 
Decidió entonces armarse de paciencia y rearmar el rompecabezas. Pero vio que algunas piezas faltaban y que el espejo no le mostraba lo que ella quería. Se estaba viendo, por fin, con sus propios ojos.
Descubrió entonces que no se puede ser lo que esperan de ella todo el tiempo, que tendría que armarse como siempre quiso, como si en cierta medida volviera a nacer.  Que vale equivocarse y volver a recoger lo que queda del estallido y de la ruptura, para luego reconciliarse con el espejo. Pero también supo que era una tarea que le llevaría mucho más tiempo del que su ansiedad le permitía entender.
Recolectando las partes que quedaban de aquella que fue, y de a poco, muy lentamente, Estefanía empezó a comprender que ser imperfecta era la perfección. 

“Flores en el espejo”, por Pang Maokun. 2019

Eugene Hung se siente orgulloso de ser un feminista. Es un matemático californiano que comenzó a plantearse cómo es el mundo y las exigencias que tienen las mujeres cuando nació su hija, hace 14 años. 

Decidió entonces crear un blog: “Feminist Asian Dad” (Padre asiático feminista) para abogar por el empoderamiento femenino. Según afirma, “el sexismo no se acabará hasta que los hombres no hagan algo al respecto” y que si no lo hacen es por ignorancia, apatía o miedo.

“El componente de miedo es el miedo a no ser capaz de formar parte del grupo de los hombres, especialmente si la cultura dominante de la organización está del lado combativo”, sentencia.

Por fin Estefanía supo que algún día perdería el miedo de verse. El miedo, en general.
Pasaron muchos años y las arrugas se agregaron para completar una imagen que le gusta más que nunca, que logró sola y por la que, siente, no le debe nada a nadie.
El espejo roto para ella no significó lo que muchos supersticiosos dicen: sus siguientes siete años fueron de buena suerte.