Notas Centrales

El hombre de los gestos

El fallecimiento de Carlitos Balá movilizó al país hacia los recuerdos. Miles de personas, ilustres y desconocidas, lo despidieron desde cada lugar. El cómico del flequillo atravesó la infancia argentina para siempre

Gabriela Pereyra

A los 97 años murió Carlitos Balá. Miles de personas de Argentina, con correlato hasta en más de tres generaciones, se mostraron conmovidas y movilizadas por la noticia del fallecimiento del cómico. De repente la infancia, la risa, lo espontáneo e inesperado visitaba las retinas y los recuerdos. Casi de manera inmediata, los espacios dedicados a memes y a descontracturar, “decretaron” por acción y omisión: memes con la muerte de Balá, no. Algo llamativo tras las recientes cataratas de humoradas y chistes en torno a la partida de Isabel II, Mirtha Legrand y las carreras por la longevidad. Respeto cosechado, respeto “sagrado”.

Entre sus últimas entrevistas siempre repetía que quería ser recordado como alguien que nos hizo reír y como una buena persona. Puede descansar en paz, Carlitos.

Carlos Salim Balaá Boglich nació el 13 de agosto de 1925. Era hijo de un inmigrante libanés (Mustafá Balaá) y de una argentina de ascendencia croata (Juana Boglich), de niño y adolescente creció en el barrio de Chacarita. De allí que tomara siempre la línea 39 de colectivo que con el tiempo se volvería icónica con tan ilustre pasajero. Fue precisamente en ese colectivo en el que Balá se animaría a probar público, reacciones a sus chistes, y ensayar para abandonar su marcada timidez.

Dentro de estas pruebas una vez se atrevió a concursar en radio, eligió el nombre Carlos Valdez, para que su padre, el carnicero, no lo reconociese.

Para hacer reír se nace y se hace

La prolífica carrera de Balá ya la enumeraremos, pero queremos detenernos un poco en los detalles. Desde pequeño era gracioso, sus compañeros de primaria eran su público, aunque nunca se atrevió a subir a un escenario escolar, tenía el toque, hacía reír.

Su madre era compinche, creaban personajes en complicidad, como esa vez que haciéndose los campechanos gritaban que el Obelisco se iba a caer, o se movía, mientras un hombre se preocupaba por calmarlos y convencerlos de lo contrario. Su hermana también vio sus dones, y estuvo entre sus motivadoras para que pruebe suerte en lo cómico y teatral. Grande era su timidez y la radio le dio por entonces la excusa perfecta para simular ocultarse, hasta que tan solo dejó volar el humor que lo invadía y solo quería compartir.

Una vez confesó que hacer reír a veces se convertía en una obsesión, planteaba un blanco y hacia allá iba, cualquier persona debía poder reírse si él lo intentaba lo suficiente. “Es una adicción hacer reír, es una felicidad casi religiosa, siento que le hago un bien al ser humano”.

Su flequillo perfecto marcó, “condenó” y recibió homenajes de tantas infancias, que pedían el corte Balá. Sus sonidos y gestos, el lenguaje propio que trascendió los tiempos y muchos usan sin saber que dicen una “balabasada”.

En sus últimos años se definía chinchudo, pero en directa relación con su necesidad de buscar la perfección. Así ensayaba desde siempre sus guiones, los remates, las entradas, sondeaba qué podía funcionar mejor. Su foco no estaba invariablemente solo en las infancias, sino en toda la familia.

Carlitos Balá era el mismo con cámara encendida y sin ella. Anhelaba haber tenido su fundación, ayudar más allá de los flashes que otros buscan. Por eso se iba a hospitales, a visitar enfermos, niños y grandes, se vinculaba con payamédicos para sumar ganas, tener ese don no era para andar guardándolo, tan solo porque los años pasaron. Los “gestitos de idea” de cómo y cuánto ayudar nunca descansaron mientras él sintiera algo de vitalidad.

El humor también fue herramienta de conquista del amor de su vida: Martha Venturiello. Se conocieron en los años 50 y nunca más se separaron. Ambos coincidían en que la clave estuvo en que “la hizo reír”. Recientemente su nieta Laura recordó que su abuelo, con 91 años, un día le dejó al portero una nota para su abuela: “Martha, me voy un rato al Garrahan”, al regresar les contó que estaba sin hacer nada, que mejor era divertir a personas enfermas.

Carlitos Balá de visita en la redacción de El Diario de la República (1992).

Mío, tuyo, nuestro

Carlitos Balá fue actor, músico, cantante, conductor, presentador, productor, esposo, padre y amigo. En su extensa carrera incursionó en radio, teatro, televisión, cine, circos, música. Su humor ingenuo, sin maldad, la importancia de lo educativo, el respeto por el otro, la descontractura de lo que no puede más de serio, canciones y onomatopeyas resonando en nuestras mentes, chascarrillos, la celebración de la imaginación con su perro Angueto, todos son condimentos preciosos que vuelven y nos susurran: no te olvides de mí, ese niño o niña que fuiste y sigue justo aquí.

Por estas razones, cuando él ya no estaba tan presente en la tele, hubo gestos como el de Panam que lo invitó a su show como homenaje y porque era para ella un ídolo, lo mismo sucedió con Julián Weich que reeditó en su programa el Chupetómetro tras la bendición del cómico, y Piñón Fijo que consideraba un sueño cumplido poder hacer su show con Carlitos.

El Chupetómetro nació en El show de Carlitos Balá, el ciclo que hizo desde 1979 hasta 1990 en los antiguos ATC y Canal 2. Miles de niños y niñas dejaron su chupete en esos cilindros gigantes que según Balá, de contarlos, hubiesen sido un Guinness. Otra curiosidad fue que él también usó chupete hasta la primaria, y su paladar se deformó tal cual le alertaron los especialistas a él en su campaña.

En más de 100 biblioratos juntó cada papel, cada carta, cada mensaje de todos sus fans, meticulosamente y por orden, contestó las cartas, hacía llamadas en los cumpleaños, sorprendiendo a personas comunes que lloraban de emoción. Como hacen “los amigos fieles”.

Balá recibió múltiples homenajes en vida: Ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires, Martín Fierro a la trayectoria, Embajador de la Paz tras su visita al papa Francisco, la escultura Carlitos Iluminado ubicada en la terminal del colectivo 39 que además plotearon móviles en su honor, el Arco del Triunfo de Carlitos Balá, un mural en el estadio Chacarita, múltiples video-homenajes, un público con las más diversas celebridades y personas que lo aplaudía de pie y con lágrimas de emoción. Porque era mío, tuyo, nuestro. Una multitud se acercó conmovida y agradecida a despedirlo en su velorio y sepelio. Algunos dicen que les pareció ver a El Indeciso, Petronilo, El mago Mersoni y Don Generoso pasar y dejar una flor.

Aquí llegó Balá

Su primer papel importante llegó en 1955 en la radio, en La revista dislocada, por Splendid, contratado por Délfor Dicásolo. Luego de un desacuerdo con Dicásolo en 1958, integró un trío cómico junto a Jorge Marchesini y Alberto Locati protagonizando “Los tres…”, por Radio El Mundo, con la locución del periodista Antonio Carrizo. El trío tuvo gran popularidad y participó en El show de Andy Russell. Luego protagonizaron ¡Qué plato!, y estuvieron juntos hasta 1960. Posteriormente, cada uno inició su propio camino.

Solo mencionar algunos programas de televisión que consagraron su carrera: El show de Andy Russell, ¡Qué plato!, La telekermese musical, El show de Antonio Prieto, El show de Paulette Christian, Balamicina, Balabasadas, El soldado Balá, El clan de Balá, El flequillo de Balá, El show de Carlitos Balá, El circus show de Carlitos Balá, El circo de Carlitos Balá.

En cine: Canuto Cañete, conscripto del siete, Canuto Cañete y los 40 ladrones, Canuto Cañete, detective privado, La muchachada de a bordo, Dos locos en el aire, Brigada en acción, El tío Disparate, Las locuras del profesor, La carpa del amor, Vivir con alegría, Locos por la música, ¡Qué linda es mi familia! Cosa de locos, Un loco en acción, Los matamonstruos en la mansión del terror, Tres alegres fugitivos, Soledad y Larguirucho. Sus películas realizadas en época de dictadura recibieron cuestionamiento, en algún momento Balá adjudicó su ausencia en la TV como un castigo por esa época de la que no le gustaba hablar.

En lo discográfico se conocen 22 discos que complementaban su marca registrada. Discos, casetes, caretas, revistas, muñecos, y un variado merchandising consolidaban al hito. Vivió en ambos siglos, se adaptó a los cambios y alertaba sobre otros: “más que chupetómetro, hoy los chicos debieran dejar el celular y sus padres también”. Para llevar la risa a más rincones armó su circo móvil y se fue de gira por el país.

Una “aneda” con respeto

Una aneda fabulósica cuenta que un joven entusiasta se hizo de abajo, con su pelo castaño, lacio y con flequillo, solo un destino sentía: hacer reír a la gente. Más rápido que un bombero le puso cara a la risa y risa a la cara. Desempolvó el absurdo que se escondía en lo obvio y preguntó: ¿qué gusto tiene la sal? -¡Salado! respondía el mundo, al tiempo que todos Za-za-za za-za-za y él asentía Ea-ea-ea pe-pé.
Su amada Martha Venturiello (a quien apodaba “su madre”), lo acompañó durante 67 años y él se dejó cuidar, sabía que podía quedarse tranquilo y dormir sin frazada. Su vida estuvo un kilo y dos pancitos y siempre sus riñones lúcidos. El 22 de septiembre, tocaron a su puerta: Ta-ta-ta-ta-tá. Sin dudarlo, respondió: ¡Balá!, pero al ver a la visitante, Carlitos, con los brazos en jarra le espetó: ¿¡qué haces acá!?
– Te dejé disfrutar 97 años, respondió la visita.
– ¿Ves que no se puede dar confianza?, ¡mirá como tiemblo!, desafió sonriente Carlitos.
– Es hora de irse.
Ya mismo y sin cambiar de andén, solo una cosa más, si se me permite, ¿ves atrás tuyo? No estoy solo, ¿entramos todos?, cuestionó Carlitos.
La visitante se dio vuelta a mirar, y lo último que escuchó fue: ¡Sumbudrule!
 

Carlitos Balá en El Diario de la República (1992).