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TRANSMUTACIÓN

Por Alejandra Etcheverry

Aquella tarde se presentaba aprisionando la luz que guardan las almas en sutil vaso. Se imponía quebrando silencios de acunada siesta.

Los pasos jóvenes se le plantaban sin prisa sobre el callejón de cipreses, y el espejismo húmedo del viento le prestaba soledades intensas, mojadas de libertad.

Solo, sobre un paisaje campestre, como un gato tornasolando el flanco sobre un yuyal de bullicios, caminaba con la mirada suspendida del manojo de nubes que se iban haciendo sombra.

Sentía en su andar que extrañas formas lo aprisionaban hacia un misterio nacido de variables esperadas entre el espacio y el tiempo.

Sintió un choque furioso sobre el cuerpo.

La rusticidad de un alma parecida a la suya se le pegó en la piel.

Algo sutil cambió en el paisaje, algo imperceptible, acaso trágico.

Aquella esencia diferente pareció acoplarse a su voluntad.

Sus ojos, que no sentía como suyos, otearon el fondo del camino donde la antigua casa se le presentó joven y el asoleado parral, que él viera añejo, trocado en una creciente vid lujuriosa, nueva en años.

Algo había cambiado.

Con una torpeza ajena se miró el cuerpo distinto al suyo, y al llevarse la mano al rostro sudoroso, palpó el grueso bigote que él no poseía.

Hurgó en la complejidad del alma y se sintió arrinconado por ese “otro” que como un espejo se le desdoblaba en el interior.

Las dos mentes superpuestas, razonaron una con ayuda de la otra sobre el significado encerrado en ese misterio.

Sobre un mismo espacio, dos hombres, en tiempos distintos, habrían recorrido ese camino, y en una sustracción anudada de extrañas energías, habrían cambiado de almas, solo que sus movimientos seguían enlazados vitalmente.

Sus voluntades y pensamientos debían, necesariamente, ser los mismos; a tal punto de ser ésta, quizás, la causa de la transmutación

Algo le decía que debía revertir con prontitud aquel estado, de lo contrario pasaría ser algo permanente.

La idea emergió imperiosa sobre las arenas de sus pensamientos.

Si pudieran realizar movimientos e ideas distintas, sobre espacios y tiempos distintos, el proceso, acaso quedaría roto.

Una duda lo asaltó, y un estremecimiento en su doble pareció producir el mismo efecto.

Si algo fallaba, sus almas suspendidas abrazarían la nada y no el cuerpo que las contuviera a lo largo de sus vidas hasta hoy.

No había tiempo, la decisión era inminente, de lo contrario no podrían volver al hoy adecuado.

Ya empezaba a perderse en su interior esa otra alma, cuando se agachó presuroso y sobre la tierra fértil escribió con mano indecisa:

                         “Ayer a la derecha,

                           mañana a la izquierda.”

Se levantó con un paso volcado hacia su diestra, y algo le robó el sentido para suspenderlo y arrojarlo luego con fuerza sobrehumana hacia su pie izquierdo que lo recibió en un ahora conocido, esperado, deseado.

Con la mente confusa todavía, pudo leer las mismas palabras sobre la tierra, pero escritas con una letra que no era ni sería jamás la suya.

“Atardeciendo”, aguada de acrílico. Por Alejandra Etcheverry.