Expresiones de la Aldea, San Luis

Un encuentro en cada esquina

Por Valeria Franco

-Buen día , ¿es usted católica?-, me pregunta un chico, ofreciéndome un panfleto, unos metros antes de la esquina.

-¡No!- y casi me persigno ante la pregunta.

A Pilar le dio gracia, se agarró de mi brazo y seguimos caminando. La catedral, imponente montaña de silencio, se alzaba ante nosotras; esta vez se nos dibujó la sonrisa al verla.

Pili tenía frío, había salido desabrigada. Frío en el cuerpo y un poco por dentro también. Seguimos por la peatonal y entramos a un café.

-¡Ah, qué lindo que está acá! -. Un alivio de calidez le amparó algún sentimiento en los pómulos.

Pidió un capuchino con otro nombre y yo lo de siempre. Entre nuestro silencio y el primer sorbo, vi en sus ojos una historia, la de ella, la de todas. En su taza, una colina de crema  y chocolate; en la mía, un corazón que era el suyo.

Hablamos del encuentro que se aproximaba. Revisamos en nuestras mentes los nombres de aquellas mujeres que nos convocaban en ese comienzo de un día de primavera. Algunas lágrimas subrepticias se quedaron debajo de la mesa.

Salimos del café, nos reímos un rato de pavadas, nos cruzamos con una amiga suya del otro lado de la calle. Corrió a darle un beso. Seguimos hasta la plaza Independencia y cada una tomó un rumbo diferente.

En el colectivo, auriculares y música; El recorrido se pasea por los descampados que rodean a los barrios del sur. Baldíos, tierra quemada, cientos de pájaros de nylon alzan sus alas solo a centímetros del suelo. Bailaron en mis oídos algunos rostros esa mañana.

-Ma, ya estoy en la escuela- me llega su mensaje. Y cierro los ojos por un instante, y aliviano mi espalda.

La marea de mujeres y disidencias besó las calles de nuestra ciudad. Canciones y colores bañaron los días y refrescaron nuestras cabezas. Los cuervos del odio se quedaron esperando eso que no pasó, mirando decepcionados desde la punta de algún campanario.

En ese fin de semana, el miedo no fue nuestro.

Por aquellas que convirtieron en pájaros de vuelo rasante

por las madres que atesoran ese último mensaje

por aquellas que silenciaron con el odio y la violencia

Arriba, nuestro canto

abajo, un pasado que ya se está volviendo tierra quemada.