Expresiones de la Aldea, San Luis, Tertulias de la Aldea

El vagabundo

Por Sebastián Reynoso

Dicen que en los rincones del pueblo se podía escuchar su triste llanto, ese lamento se desparramaba entre los vientos, por esos pajonales amarillos y secos, envuelto en un grito que lastimaba los oídos y el corazón de quien lo oyera. Era el dolor de un pueblerino que sufría en soledad porque perdió a ese ser tan querido que tanto amó y que le hacía tanta falta.

Allá arriba, muy lejos en las sierras puntanas, arrodillado ante los santos rezaba el hombre que no hallaba la paz, con una voz lastimada y con poco ánimo de seguir vibrando. Cuentan también algunos que varias veces lo han visto bajar de las sierras desconsolado, raro en el hombre que aparentaba ser duro y fuerte como lo eran los hombres de antes, esos a los que difícilmente se les escapaba una lágrima y menos que menos el llanto.

Después de un tiempo el hombre se propuso recorrer el pueblo, más precisamente los bares y kioscos de bebidas, allí donde prima la alegría y el festejo, pero en él y en la valija de su vida solo había pena y dolor, y así, desahogándose en el alcohol y la angustia vivía su triste día a día.

Vendió todo lo que tenía, un auto unión modelo 1965, blanco, flamante, en estado impecable, hoy sería de colección, luego vendió muebles del hogar hasta que se desprendió de su casa, aquella que con tanto esfuerzo había levantado con sus propias manos, y en la que planeaba una vida feliz con su amada.

Dormía en la calle, en el hospital, en la terminal, o donde lo encontrara el sueño, deambulaba por todo el pueblo buscando alguna changa para hacer y así luego ir a comprar alcohol, el vino suelto que en aquellos tiempos era tan común su comercialización.

Lo vestía la gente, amablemente aquellos que le agarraban cariño le daban una que otra prenda, sobre todo en épocas duras como las de invierno, nunca le faltaba un plato de comida porque siempre un vecino se lo daba, a cambio devolvía favores con trabajos, limpieza de patios, barrida de veredas, y algo que antes se hacía mucho, que era tirarle la basura al vecino, siempre había un basural cercano, y allí, con la carretilla o el típico carro descargaba las bolsas de basura.

El hombre nunca más se fijó en otra mujer, por lo que en su estado de abandono tampoco hubo una mujer que se fijara en él, y así transcurrió muchos años de su vida, sin familiares que le dieran contención o el abrazo que tanto le hacía falta, solo tenía un hermano, pero que por desgracia este vivía en sur del país, en Comodoro Rivadavia, hermano al que jamás volvió a ver luego de marcharse del lado de sus padres cuando ellos tenían 20 y 24 años, había pasado mucho tiempo después de eso.

El hombre tenía 62 años pero por los golpes de la vida y su abandono aparentaba muchos años más. Se lo recuerda con su barba larga y blanca, rara vez se bañaba, solo cuando algún que otro vecino se apenaba de él y le prestaba el baño, o a veces hasta lo obligaban a que se aseara. 

Su nombre era Alejandro, pero todos lo llamaban don López, las familias del barrio, los niños, el carnicero, el kiosquero, hasta los policías, a los que se había “echado al bolsillo” por ser buena gente, todos le tenían un cariño a este pobre viejo que dejó de vivir su vida para ser su propia sombra, en el final de sus días murió triste y solo en una vereda de lo que se supo llamar “el fachinal”, porque allí mismo se juntaban los que eran como él, simples vagabundos.