La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

Stalin: la muerte del Gran Dictador

De héroe nacional a despiadado y sanguinario: la historia de la controvertida figura del líder soviético, a 70 años de su muerte 

Por Guillermo Genini

Aldea Contemporánea

El aniversario 70 de la muerte del líder soviético Joseph Stalin es una buena oportunidad para acercarnos a su controvertida figura, que, sin duda, representó el protagonismo que la Unión Soviética alcanzó a mediados del siglo XX en contexto mundial. Calificado como el gran héroe nacional por el aparato de propaganda estatal que guió a su país al triunfo en la Segunda Guerra Mundial y denostado por ese mismo aparato tras su muerte ocurrida el 5 de marzo de 1953, según la versión oficial, ha sido considerado además como un dictador despiadado y sanguinario, y el creador del mayor Estado que vio el mundo contemporáneo. Su vida misma refleja en gran medida este ascenso y sus prácticas a tal punto que el término “estalinismo” pasó a formar parte del vocabulario contemporáneo en la política, la historia, la economía y en todas las Ciencias Sociales. 

Quien llegó a gobernar con puño de hierro la Unión Soviética por casi tres décadas tuvo un origen pobre y poco prometedor. Nacido como Iósif Vissariónovich Dzhugashvili en diciembre de 1858 en la ciudad georgiana de Gori, el futuro Stalin pertenecía a una familia proletaria de escasos recursos económicos y culturales. Su padre, Vissarión Dzhugashvili, era zapatero y su madre, Yekaterina Gueladze, era sirvienta y ama de casa. De este matrimonio de obreros georgianos nacieron tres hijos de los cuales solo sobrevivió Stalin. Algunos amigos de la familia ayudaron a la crianza del niño que, pese a los limitados recursos de su clase social, pudo aprender a leer y escribir en ruso, lo que le permitió incorporarse al universo político y cultural del inmenso Imperio de los zares rusos. 

Una infancia difícil

Su padre cayó en el alcoholismo y golpeaba frecuentemente a su esposa e hijo. Para superar esta situación, su madre trató de alejarlo del hogar enviándolo a estudiar a una escuela religiosa, donde el niño se destacó por su conducta disciplinada y solitaria. En 1894 ingresó como seminarista ortodoxo en el Seminario Teológico de Tifilis en donde entró en contacto por primera vez con las ideas revolucionarias de Marx y Engels convirtiéndose poco después en partidario y seguidor de Vladimir Lenin. Sin terminar su formación como sacerdote en 1900 comenzó su actividad como revolucionario en Georgia agitando a los obreros en contra de los zares rusos y participando en actividades de propaganda subversiva, lo que le valió la persecución de la Ojrana, la policía política del Imperio zarista. 

En 1901 con 22 años pasó a la clandestinidad para evitar ser arrestado y enviado a Siberia. Desde entonces Stalin se convirtió en un revolucionario profesional según la prédica del leninismo y participó en las acciones directas que caracterizaron su nuevo rol en Georgia y otras zonas del Cáucaso. Así organizó escuadrones de lucha obrera, creó periódicos revolucionarios, ejecutó robos a bancos y empresarios para obtener fondos para sus actividades, por lo cual se vinculó al ambiente de pandilleros, ladrones y asesinos, y fue expulsado de Rusia debiendo marchar al exilio. A comienzos del siglo XX estuvo en Londres, Viena, Praga y otras ciudades europeas siguiendo a Lenin en congresos y reuniones de los revolucionarios rusos en el exilio. Al volver a Rusia fue arrestado, como en varias ocasiones anteriores, y enviado a Siberia.

Tras su liberación se incorporó al Comité Central de los Bolcheviques con el apoyo de Lenin. Desde entonces comenzó a usar como seudónimo Stalin que significa “hombre de acero”, que rápidamente se convirtió en su nombre público.

En Petrogrado, por entonces capital del Imperio Ruso, comenzó a tomar relevancia entre los dirigentes bolcheviques al convertirse en editor de Pravda, el diario oficial del partido. Sin embargo, cuando cayó el Zar Alejandro II en febrero de 1917 su figura aún no era considerada como principal y tuvo un rol secundario en la toma del poder por parte de bolcheviques en octubre de ese año que representó el inicio de la era de los soviets.

Este movimiento fue liderado por León Trotsky, quien sentía una especial aversión hacia Stalin, hecho que era mutuo. Posiblemente este resentimiento y odio, que Stalin ocultó hábilmente asumiendo una actitud comprometida y eficiente hacia los demás líderes bolcheviques, se originaba en una diferencia de clase.

Lenin, Trotsky y la mayoría nuevos dirigentes soviéticos provenían de clases media o burguesas, con gran capital cultural e intelectual, mientras que Stalin era de origen proletario y ni siquiera era ruso. Su personalidad decidida, callada, osca y autoritaria, si bien le permitieron ascender en el ambiente revolucionario, no le vislumbraba un gran futuro en la naciente Unión Soviética. Sin embargo, ejerció con eficacia y discreción los cargos y funciones que el gobierno soviético le encomendó desde 1917 entre ellos ser Comisario Político del Ejército Rojo en la Guerra Polaco-Soviética (1919-1921) que terminó con la derrota rusa.

Su ascenso vivió un momento trascendental cuando fue nombrado Secretario General del Partido Comunista de Rusia en abril de 1922 en Moscú. Pese al rechazo de Trotsky y la desconfianza de Lenin, quien poco antes de morir escribió que el Secretario General “ha concentrado en sus manos un inmenso poder”, en este cargo, aparentemente menor y burocrático, Stalin pudo desplegar una labor amplia y meticulosa colocando discretamente partidarios suyos en puestos claves del gobierno soviético. Su consolidación dentro de la estructura de poder soviética era proporcional al debilitamiento del rol de Lenin, quien estaba afectado gravemente por una enfermedad que lo llevó a la muerte en enero de 1924.

La sucesión del líder

La figura de Stalin comenzó a ser considera como una pieza de importancia en la lucha que se estaba produciendo en secreto por la sucesión de Lenin. Los principales pretendientes eran Trotsky y Nicolai Bujarin, partidario de la Nueva Política Económica (NEP), pero Stalin se movió con rapidez y astucia aprovechando su manejo interno del Partido Comunista. Una muestra de ello fue la manipulación de la información sobre los funerales de Lenin.

Muchos líderes soviéticos, entre ellos Trotski, fueron informados erróneamente sobre el lugar y hora que se celebrarían su entierro y gracias a esa maniobra, la prensa internacional y el aparato de propaganda soviética tuvieron la impresión que era Stalin el nuevo hombre fuerte de la Unión Soviética, pues se aseguró ser él quien presidiera la despedida del máximo jefe revolucionario. 

Lenin (izda.) nombró a Stalin secretario general del Partido Comunista.

Esta victoria simbólica pronto se consolidaría cuando junto a Lev Kámenev y Grigori Zinóviev asumieron la conducción del Partido Comunista.

Esta conducción colectiva, conocida como la “Troica”, era una solución circunstancial pensada para evitar una nueva guerra entre los líderes soviéticos y contrarrestar el dominio de Trotski sobre el Ejército Rojo. Sin embargo, desde 1924 se evidenció el avance de Stalin en el control del aparato estatal comunista al colocar partidarios fieles e incondicionales al frente de la policía secreta, las oficinas de información y las delegaciones políticas. Inmediatamente comenzaron a producirse la eliminación de sus opositores ya sea por la vía administrativa, la denuncia por traición o por asesinato.   

Una de las primeras víctimas del nuevo sistema de poder que se estaba instalando con rapidez fueron Kámenev y Zinóviev quienes fueron desplazados de la conducción en el Congreso del Partido en diciembre de 1925. De esta forma la Troica se disolvió y Stalin, con nuevos aliados circunstanciales, comenzó a ejercer en solitario el poder soviético.

Usando su influencia como antiguo Comisario del Pueblo de Asuntos Nacionales, Stalin expandió su influencia en las demás Repúblicas Soviéticas colocando líderes adictos en cada una de ellas, lo que le aseguraba la mayoría en los Congresos del Partido Comunista y la obediencia a sus directivas por medio de un sistema de control político y policíaco.

Así fue tomando forma el estalinismo que se caracterizaba por la implementación de régimen de terror, el culto a su propia personalidad, el adoctrinamiento sistemático y la represión política a toda disidencia ejecutado por agentes que respondían directamente a las directivas de Stalin, quien asumió de hecho el poder dictatorial en la Unión Soviética. 

Estas prácticas eran justificadas u ocultadas por un sistema estricto de control sobre la información pública que circulaba en todo el territorio. La propaganda oficial sustituyó a todo tipo de publicación periodística pública o privada que dejó de producirse. De hecho, manifestar una opinión contraria al régimen era causa suficiente para ser detenido y encarcelado. Sin embargo, Stalin tuvo la habilidad política de mantener en funcionamiento todos los mecanismos y resortes propios de la Unión Soviética, por lo que se mantuvo la ficción de seguir con los postulados revolucionarios creados por Lenin. 

La URSS, potencia mundial

Tal como afirma el historiador inglés, Eric Hobsbawm, Stalin distaba mucho de ser un ideólogo como Lenin o Trotski, llegando a sostener que con su dominio la “revolución mundial pertenecía ya a la retórica del pasado”.  Según Hobsbawm, quien en su juventud fue simpatizante estalinista, Stalin demostró una gran capacidad para convertir a la Unión Soviética en una potencia mundial y tuvo una dimensión de hombre de Estado pocas veces alcanzadas por un líder en el siglo XX. Pese a ello no dejó de reconocer su accionar brutal y sanguinario que le costó a la vida a millones de personas dentro del territorio soviético.

El ascenso de Stalin y su consolidación como dictador, marcaron el comienzo del período más sangriento de la Unión Soviética. Al control ideológico, periodístico y político de la población le siguió la implementación forzosa de la colectivización agraria por lo que se prohibieron las granjas particulares o kulaks, se reguló la producción agraria por medio del sistema de cuotas y se limitaron las libertades de las inmensas masas de campesinos. El resultado fue desastroso ya que se produjeron tremendas y extensas hambrunas al caer la producción de cereales y otros productos que le costó la vida a más de 20 millones de personas, especialmente en Ucrania.

Contrario a la NEP iniciada por Lenin en 1921, Stalin persiguió a Bujarin y sus seguidores, generalizó la planificación económica y lanzó su propuesta de convertir a la Unión Soviética en una potencia mundial por medio de la rápida industrialización. Coincidiendo con su visón política de consolidar la revolución comunista dentro del territorio soviético, dejando de lado la política de internacionalización de la revolución propuesta por Trotsky, Stalin comenzó a exponer la teoría del “socialismo en un solo país” y propuso que a través de las estructuras estatales y los enormes recursos del país sería posible crear una sociedad industrial socialista en la que, a través del Estado, la propiedad de los medios de producción quedaría en manos del proletariado.

Para ello se valió de la implementación forzada de sucesivos Planes Quinquenales, planes de cinco años con metas específicas sobre producción industrial, generación de energía, abastecimiento de materias primas y extracción de minerales. Así, desde 1928 se inició la industrialización a marcha forzada que priorizó la producción de industria pesada y de energía, sectores donde Stalin pudo mostrar grandes logros, mientras que la falta de estadísticas confiables y la prédica de la propaganda oficial ocultaron sistemáticamente sus notables fracasos. Por ejemplo, el retraso tecnológico y en la innovación y las directivas de planificación centralizada restringieron los bienes de consumo por lo que la población soviética vio cómo su nivel de vida se limitaba gradualmente 

Estas y otras muchas iniciativas del gobierno de Stalin se sustentaban en un dominio brutal y absoluto del Estado y de la población soviética. Consideraba que cualquier forma de oposición y debate interno era un acto hostil y un ultraje intolerable. Por medio de una policía política, que expandió su dominio a los aspectos más inverosímiles de la vida pública y privada de la población soviética, implantó un régimen de terror.

Este tuvo su momento más sanguinario entre 1934 y 1938, conocido como el periodo del Gran Terror Estalinista o de las Grandes Purgas, durante las cuales fueron acusados, condenados y ejecutados entre otros Zinoviev, Kamenev y Bujarin. Por medio de la NKVD  o el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos y de la GPU, la policía secreta, se identificaba a los denominados “enemigos del pueblo”, que eran en definitiva todo aquel  sospechado de oposición o disidencia.

Esta denominación incluía además de la población común a militares, líderes del partido, intelectuales y personal estatal. Este control también se ejercía sobre los colaboradores del propio Stalin y su círculo íntimo, a los cuales en forma tenebrosa les recordaba que “no estén seguros de sus posiciones”. 

El régimen de miedo, incrementado por la creciente paranoia de Stalin, ocasionó que cuando el 2 de marzo de 1953 el líder soviético no saliera de su habitación tras pasar una noche de reuniones y alcohol, nadie se atrevió a entrar para saber sobre su estado de salud. Su guarda personal por temor a las represalias tardó más de diez horas en ingresar a su dormitorio, donde lo encontraron inconsciente tirado en el piso. Había sufrido un ataque cerebral. La tardía atención médica prolongó su agonía que duró hasta el 5 de marzo según se informó oficialmente. El gran protagonista del siglo XX había fallecido.