Algunos focos de colores anunciaban en forma escueta que ese portón de chapa semi abierto era el pasaporte a un ruidoso salón de baile, que alguna vez un alemán recién llegado levantó para instalar una pequeña fábrica metalúrgica, que se frustró por los avatares de alguna de las tantas crisis económicas a la cual estábamos acostumbrados los argentinos al promediar los años ‘60 del siglo pasado. Ahí, en ese lugar, los sábados a la noche confluía la gente más humilde de este barrio, y también de otros lugares de la periferia, la mayoría eran ferroviarios o trabajadores del Molino.
El soquete, un texto del entrañable Roberto Tessi
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