La Aldea y el Mundo, Notas Centrales

El verdadero inicio de la Segunda Guerra Mundial

Para algunos historiadores el inicio de la Segunda Gran Conflagración tuvo lugar, en realidad, en 1937. Ese año comenzó la guerra chino-japonesa, que marcaría el destino de ambas naciones

Por Guillermo Genini

Aldea Contemporánea

El desarrollo de la industria automotriz china es un fenómeno sostenido y está cambiando algunos hábitos de consumo interno que causan todavía cierto recelo.

Hasta hace poco tiempo los consumidores chinos que alcanzaban un nivel de ingresos suficiente como para comprar un auto, se enfrentaban a un dilema personal que encerraba un drama histórico: comprar o no un auto japonés. Si bien la industria automotriz japonesa es una de las más avanzadas y confiables del mundo, para los potenciales consumidores chinos, Japón representa a una antigua potencia agresora de China que causó un enorme sufrimiento a su pueblo.

Este dilema se vuelve cada día menos presente ante la alternativa de comprar autos de producción local, a tal punto que recientemente China superó a Japón como el mayor exportador mundial de autos eléctricos.

Sin embargo, más allá de estos hechos actuales que se vinculan con la competencia tecnológica y la lucha por los mercados globales, esta situación común resalta que para la memoria histórica de China no resulta sencillo enfrentar su pasado respecto a Japón, especialmente durante la Segunda Guerra Mundial. 

Para la historia occidental la guerra que comenzó en 1937 entre dos estados orientales ha quedado vinculada a un conflicto regional conocido como la Segunda Guerra Chino-japonesa (1937-1945), pero ello está cambiando. 

La anticipación de un conflicto mayor

Actualmente historiadores como el británico Antony Beevor, han cuestionado esta visión tradicional proponiendo que 1937 sea considerada como la fecha de inicio de la Segunda Guerra Mundial. “La historia, sin embargo, nunca es una sucesión de hechos inapelables y sistemáticos. Durante mucho tiempo, el conflicto chino-japonés ha sido la pieza que faltaba en el rompecabezas de la Segunda Guerra Mundial”, sostiene Beevor. De esta manera cuestiona que el comienzo de esta guerra haya sido el 1 de septiembre de 1939 cuando la Alemania nazi invadió Polonia.

De hecho, si se revisan con atención tanto los estudios especializados como las producciones de difusión histórica sobre la Segunda Guerra Mundial, rápidamente nos percataremos de que China figura como uno de los Aliados junto con Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética y que China figura como la segunda nación con mayor número de víctimas en ese conflicto con 19 millones de muertos entre civiles y militares. Sin duda es necesario revisar este aspecto poco conocido.

Desde la caída del Imperio Chino y el surgimiento de la República China en 1911, este enorme y poblado vivió un período de constante inestabilidad y conflictos internos. Esta situación de debilidad exponía a su población a un peligro cada vez más evidente representado por Japón, la nueva potencia imperialista que desde fines del siglo XIX tenía apetencias territoriales y económicas sobre otros espacios asiáticos y pretendía construir su propio imperio colonial.

En la Primera Guerra Chino-japonesa (1894-1895), los nipones arrebataron a los chinos Corea, Taiwán y algunos territorios en Manchuria.

En 1905 Japón derrotó a Rusia y se convirtió en la potencia dominante de Oriente. En la Primera Guerra Mundial los japoneses derrotaron a los alemanes y les quitaron sus posesiones en China. Hacia la década de 1930 estas ambiciones expansionistas se profundizaron cuando el militarismo dominó la estructura política interna eliminando a los débiles partidos democráticos. En forma simultánea, China se enfrascaba en una larga y compleja guerra civil entre el Partido Nacionalista Chino o Kuomintang liderado por el general Chiang Kai-shek y el Partido Comunista Chino desde 1927.

La ocupación de Manchuria

Si bien el Kuomintang y Chiang Kai-shek constituían el poder estatal en China y asumieron su representación internacional, los comunistas chinos dominaban extensas regiones del país y formaron un gobierno paralelo que no recibió el reconocimiento de otras naciones del mundo, excepto por la Unión Soviética.

Ante la falta de unidad de los chinos, el nacionalismo militarista japonés vio la oportunidad de ocupar y anexar grandes territorios y explotar sus recursos naturales y humanos. 

Esta intención tuvo su primera expresión victoriosa en 1931 cuando las tropas japonesas lideradas por el Ejército de Kwantung (ejército de ocupación japonés en territorio chino que poseía cierta autonomía en sus acciones) iniciaron la ocupación de Manchuria.

Frente a la escasa resistencia ante su avance y la falta de reacción del gobierno chino, Japón creó el Estado de Machuco en 1934, formalmente libre bajo el gobierno aparente del último emperador de China, Pu-yi, pero que en realidad era un Estado títere manejado por los militares japoneses. 

Esta enorme victoria alentó a los altos jefes japoneses a planificar la ocupación de la mayor parte de China, desafío enorme considerando que se trataba de un territorio diez veces más extenso y poblado que el propio Japón. Pese a ello, y aferrados a la convicción que los japoneses eran superiores bajo el concepto de hakko ichiu, o misión divina para unificar Asia bajo el dominio japonés, la iniciativa siguió adelante. 

Los jefes militares bajo el liderazgo del general Hideki Tojo, aumentaron la capacidad de ataque de las tres armas japonesas, ejército, marina y aviación, utilizando los recursos de Manchuria y Corea en preparación para la invasión a China. En el plano internacional llegaron a un acuerdo en 1936 con la Alemania nazi denominado Pacto Antikomintern o Pacto anticomunista, en prevención de un posible apoyo de la Unión Soviética a los comunistas chinos. Cuando consideraron que tenía la ventaja estratégica, forzaron el inicio de la guerra.

Adolf Hitler conversa con el embajador japonés en Alemania, Kintomo Mushakoji, en 1937 en la conmemoración de la firma del Pacto antikomintern entre ambos países.

Aprovechando que Chiang Kai-shek se mostró reticente a dar prioridad a la defensa del territorio y la soberanía china, para continuar su guerra de exterminio contra los comunistas, las tropas japonesas atacaron en junio de 1937 un puente al norte de Pekín. Así, con el Incidente del Puente de Marco Polo o Puente Roko, un enfrentamiento menor ocurrido el 7 de julio de 1937, dio comienzo a la Segunda Guerra Chino-japonesa y, según Beevor, la Segunda Guerra Mundial.

Ante los fracasos diplomáticos y la escala creciente que fueron tomando los combates, Chiang Kai-shek se vio forzado a admitir una tregua en 1936 con los comunistas y negociar una alianza contra el enemigo común.

Así, el Kuomintang y el Partido Comunista Chino, ya bajo el liderazgo de Mao Zedong, acordaron suspender las hostilidades entre sí y formar una alianza conocida como Frente Unido, aunque de hecho siguieron combatiendo con sus propias unidades militares. Pese a ello el avance japonés fue fulminante. Durante 1937 tomaron todo el norte de China, incluida Pekín, lo que obligó a trasladar la sede del gobierno a la ciudad de Nankín. 

Desde las bases japonesas de Shanghái se inició un nuevo frente de guerra. Los dos ejércitos concentraron a las afueras del estratégico puerto una enorme cantidad de efectivos lo que constituyó la batalla urbana más grande del mundo hasta entonces. Tras una sangrienta serie de combates que incluyó el primer bombardeo aéreo masivo sobre la población civil de la historia mundial, en noviembre de 1937 Shanghái cayó en manos japonesas ante la pasividad de la comunidad internacional que prefirió mantenerse neutral ante la devastadora guerra. 

El “avance” japonés

Con este triunfo, el alto mando japonés puso en marcha un vasto plan de ocupación de las principales provincias chinas del Yangtsé donde se concentraban su industria, población y producción agraria. A comienzos de 1938 las tropas japonesas tomaron Nankín y produjeron una masacre que sacudió el mundo entero gracias a la difusión de las noticias sobre ejecuciones y violaciones masivas, saqueos, incendios y fusilamientos. Se calcula que fueron muertas entre 300.000 y medio millón de personas, en su mayoría civiles. 

Estas sangrientas masacres generaron la condena de la opinión pública occidental, pero el avance japonés no se detuvo y su nuevo objetivo fue la ciudad de Wuhan, a donde se refugió el gobierno chino. Esta ciudad era un gran centro industrial y un nudo ferroviario de importancia. La batalla por su dominio duró más de cinco meses y terminó con una nueva y costosa victoria japonesa en noviembre de 1938.

Pese a estas enormes derrotas el gobierno chino siguió resistiendo. Chiang Kai-shek adoptó la estrategia de “territorio por tiempo” que consistía en ceder poco a poco territorio para ganar tiempo con el objetivo de desgastar a las fuerzas invasoras y lograr apoyo internacional.

Esta controvertida práctica dejó en manos japonesas una enorme cantidad de recursos naturales y humanos que fueron explotadas salvajemente.

Dentro del juego interno, la población japonesa celebraba cada victoria, pero el alto mando sabía que no logró el objetivo de vencer a las tropas chinas y a su gobierno. En 1939 con el inicio de la guerra en Europa y el comienzo del bloqueo de Estados Unidos al comercio japonés, la situación se estancó. 

Así, cuando en 1940 la estrategia de Japón cambió de frente para dominar las colonias británicas, francesas y holandesas de Asia, no pudo contar con los enormes contingentes militares destinados a defensa de los territorios conquistados en China. De hecho, durante toda la Segunda Guerra Mundial, especialmente desde diciembre de 1941 cuando entró en guerra contra Estados Unidos, el 60 % de las tropas japonesas de tierra permanecieron en China. Finalmente, la estrategia china daba resultado pues, al aliarse con Gran Bretaña y Estados Unidos, Chiang Kai-shek pudo contar con los recursos y ayuda que esperó por largos años durante los cuales China debió enfrentar sola la primera parte de la Segunda Guerra Mundial.