María José Bertran
Soy María José Bertran, nací el 3 de febrero de 1988.
Mi infancia fue saltando de lugar en lugar; mi viejo es de Olivos, mi vieja de Mar del Plata; vivían en Puerto Madryn cuando me gestaron y me fueron a tener a capital. Mis primeros cinco años en Puerto Madryn y la adolescencia en Mar del Plata.
Vine a San Luis gracias a una publicidad que mostraba a San Luis como Neverland. Además, conocí a un chabón de San Luis, hice pareja con un puntano que tenía unos problemas familiares importantes y le dije: ¡vamos a reencontrarte con tu madre! No funcionó y me separé a los tres meses que llegué, me puse a estudiar guión en la punta y me quedé, al toque conseguí trabajo, vivienda y no me fui nunca más.
La Universidad de la Punta me shockeó, todo lo que ofrecía y el entorno, la calidad de los dos sets. Tuve un trabajo estable, algo muy importante para mí. San Luis tiene esa energía transformadora, iba todos los veranos a Mar del Plata y cuando volvía había un edificio nuevo, es algo maravilloso. Cada cosa que quise hacer acá, pero todo, ¿eh?, lo pude hacer. Tuve un bar en El Trapiche, hice carrozas para el carnaval, trabajé en el set de cine, en el diario de la República y junto a Paula Livio actualmente dirigimos una Cooperativa de Industrias Culturales.
Durante cinco años filmamos historias para un programa de Canal 13 llamado “Por donde pasa el amor”, del cual solo tenemos gratas experiencias y en base al cual realizamos un ciclo de proyecciones en la Estación de Interconexión Regional de Ómnibus de San Luis (EDIRO).
Nunca paramos de trabajar, pero no solo de trabajar, sino de construir el ámbito de trabajo en el que uno quiere progresar, fuimos como podando y diciendo esto no, esto tampoco, eligiendo, que es algo real y fundamental.
Acá tirás una semilla y crece. El trabajo documental nos ha permitido vivir una experiencia muy enriquecedora, conociendo gente de distintos lugares, recibiéndonos con una gran calidad humana, fue hermoso. Me casé, tengo una hija puntana que se llama Lourdes.
Lo que más me sorprendió conociendo las familias, es el rol que cumple el mate, el mate de cada casa. De hecho, queríamos hacer un calendario de mates (se ríe) porque habla mucho de la zona.
Cada zona le pone unas hierbas diferentes y de una manera particular, siempre nos recibían con mates. Era como: ¡vení a la ronda de mi familia!, un momento como muy especial, algo más personal, nos sentimos súper bien recibidos, fueron doscientos matrimonios. Los vínculos humanos que establecimos fue algo especial, ese nexo con nosotros y conocernos, intentando saber también desde dónde se conectan con uno, y diciendo bueno, listo, ya sos parte de nosotros.
Por ejemplo, en lo particular, la familia de Darío Funes, en El Volcán, donde ahora vivo, fue una de las primeras que filmamos. Era una familia que había viajado al sur, habían estado con pueblos originarios, habían criado sus hijos, habían cruzado por una soga, una liana, con un bebé. Le habían tenido que salvar la vida montando a caballo, en el medio de una tormenta, toda una historia de película, lo contaban sin asombro y que nunca fue sacrificado. Yo decía… ¡guau!, para ellas era natural, eso me llamó mucho la atención, gratamente.
Otra historia que hace poco recuperamos para nuestros podcast titulados “Memorias en Recomposición” era un señor que hablaba de cómo su madre le había salvado la vida, ya que había nacido muy enfermo. Le hizo una promesa al Cristo y se recuperó sin ningún tipo de explicación. Al recuperarse tuvo que cargar una vela desde la ciudad hasta el Cristo, en agradecimiento. Me pareció muy fuerte y se me quedó grabado.
Yo me defino en continua transformación. Así soy, estoy todo el tiempo en modo súper exigente, eso tiene su lado negativo, siempre me estoy podando, esto no, esto sí, pero estoy en ese proceso constante de habitar espacios que me hagan ser mejor y ser más feliz.