Una película de culto: “La dolce vita”
EDITORIAL
“Marcello, come here”. La frase evoca una de las escenas más icónicas de la historia del cine. La voluptuosa y sensual Anita Ekberg se baña en la inmortal Fontana di Trevi mientras Marcello Mastroianni la admira absorto y se adentra en la fuente para acompañarla. Este inolvidable episodio forma parte de La dolce vita, el trabajo más destacado del director italiano Federico Fellini, interpretada, además de los mencionados Mastroianni y Ekberg, por Anouk Aimée, Yvonne Furneaux, Magali Noël y Alain Cuny, entre otros. Actorazos.
Su estreno, en 1960, fue tan polémico y escandaloso como la película misma fue considerada en su momento. Los espectadores, indignados, no dudaron en atacar tanto al director como al elenco, con insultos, silbidos y hasta escupitajos. El periódico religioso L’Osservatore Romano la calificó de “obscena” y la Iglesia prohibió a sus fieles ver la película bajo pena de excomunión. Hasta los políticos llevaron el tema al Parlamento por considerar que “arrojaba una forma calumniosa sobre el pueblo romano y sobre la dignidad de la capital de Italia y del catolicismo”.
¿Cuál era la razón de tan estruendoso rechazo? En La dolce vita, Fellini plasmó de forma magistral la vida frívola y vacía en la Roma de esa época. La ciudad eterna se había convertido –entre 1955 y 1965– en uno de los distritos favoritos por las celebridades y los poderosos: sus calles, cafés y clubes era pasarelas donde se hacían presente las estrellas, el glamour y los escándalos.
Marcello Rubini (Mastroianni), un periodista de celebridades salta de fiesta en fiesta –ya sea de día o de noche– persiguiendo una primicia que alimente una carrera que no lo satisface. Durante una serie de episodios, cuya única conexión es el carismático reportero, somos testigos de la crisis existencial que termina por desbordar a Marcello: su experiencia con la famosa diva, la visita de un padre al que apenas conoce, incluso el suicidio de su mentor, lo empujan a querer escapar de una vida que, de dolce, tiene poco.
Esa infelicidad es el nexo con el que Fellini vincula a todos sus personajes: la famosa actriz, maltratada por su marido, de la que solo importa su imagen; la niña rica, aburrida de su vida acomodada; y el periodista mujeriego, con miedo al compromiso y frustrado debido a su carrera profesional, son algunos ejemplos.
En una época como la actual, donde todo trascurre a través de las redes sociales, cuando es más importante parecer que ser, La dolce vita cobra renovada vigencia. Sin dudas, una película de culto.