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Rodolfo Agoglia: filósofo puntano, traductor de Platón

(Primera parte)

Por Hugo Perez Navarro / Licenciado en Filosofía

San Luis, tierra de filósofos
Para alguien venido de otros lados, formado en la filosofía y abocado al estudio y sistematización de la filosofía argentina, resulta muy estimulante comprobar que esta amable tierra no solamente ha sido cuna de poetas y cantores, así como de cultores de la historia sino también de hombres y mujeres que frecuentaron la filosofía o hicieron de ella el objeto central de sus vidas.
San Luis se abre así como tierra de filósofos y filósofas.
Se destacan entre ellos: Juan Crisóstomo Lafinur, nacido en La Carolina en 1797. Rebelde hasta el fin, soldado del Ejército del Norte entre 1814 y 1817, profesor –por oposición– del Colegio de San Carlos, de Buenos Aires y, entusiasta de la filosofía, seguidor (acaso excesivamente apegado) del padre de la corriente filosófica, un tanto efímera, llamada “Ideología”, M. Desttut de Tracy.
Sería otra sanluiseña, ésta de San Pablo, Delfina Varela Domínguez de Ghioldi (1895-11985), quien estudiara la obra de Lafinur y lograra publicar los apuntes de sus clases con el título de Un curso de filosofía, trabajo que constituiría el núcleo de la tesis doctoral de esta señora.
La mercedina Amelia Podetti (1928-1979) fue docente de la UBA y participó de las Cátedras Nacionales, estructura multisectorial de resistencia intelectual y política a la dictadura 1966-1973, entre cuyos miembros se destacan también Horacio González, José Pablo Feinmann, Alcira Argumedo, Juan P. Franco, Fernando Álvarez, Roberto Carri, Ernesto Villanueva y Susana Checa, entre otros. Entre los libros de Amelia -que, además, dirigió la revista Hechos e Ideas en su tercera época- se destacan La irrupción de América en la historia, y otros ensayos y Comentario a la Introducción a la Fenomenología del Espíritu.
En consonancia con esa participación Amelia militó en la agrupación peronista Guardia de Hierro y llegó a ser directora nacional de Cultura de la Nación. Un exalumno suyo de la Universidad del Salvador reconocería siempre la influencia que Amelia tuvo en su formación. Actualmente ese ex alumno –con quien además compartió militancia y amistad y siempre la recuerda con afecto–, vive y trabaja en Roma. Y aunque el mundo lo conoce por otro nombre, sigue siendo Jorge Bergoglio.

Un puntano redescubre a Platón
Rodolfo Mario Agoglia nació en la ciudad de San Luis, el 3 de octubre de 1920 y falleció en Buenos Aires el 27 de octubre de 1985, tras una vida creativa, generosa, esforzada y, aunque atravesada por el dolor, siempre enriquecedora para los demás.
Agoglia estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires donde, entre otros, tuvo como profesores a Coriolano Alberini, Carlos Astrada y Luis Juan Guerrero, quienes reconocieron si hesitar la originalidad y profundidad de los enfoques y análisis filosóficos. En 1944, se graduó como licenciado. Su tesis de licenciatura, sobre la dialéctica platónica, incluía una traducción suya del Parménides, el paradójico diálogo platónico sobre dicho filósofo presocrático.


La traducción agogliana de dicha obra de Platón es considerada la primera versión directa del texto platónico del griego al castellano, dado que las que circulaban hasta entonces eran traducciones de traducciones previas, ya fuera del latín, el alemán, el inglés o el francés y aun del italiano.
Editado con notas y comentarios, el libro contiene un cuadro desplegable (equivalente a 4 páginas del libro) que incluye: a) un detalle minucioso de las obras de Platón, así como del momento de producción de cada una en la vida de su autor, b) una escueta bibliografía de dos páginas, c) índice y d) erratas. Fue publicado por Editora Inter-Americana y se terminó de imprimir el día 29 de mayo de 1944 en Talleres Gráficos Rosedal, Avda. Santa Fe 3399 (esq. Salguero).
Paradójicamente, esta obra iniciática suele ser considerada como la principal y apreciada casi como excluyente. Le seguiría más tarde Platón, un estudio profundo y detallado sobre el que Agoglia considera el más grande filósofo, de la Antigüedad, tanto por el momento en que le tocó vivir, formarse y enseñar, como por la ubicación geográfica en la que se movió, ya que Agoglia lo sitúa entre dos mundos y entre dos grandes ámbitos. El Oriente supuestamente incognoscible y misterioso, pleno de conocimientos que hoy son considerados como científicos, no obstante lo cual “Occidente” mantiene distancias en lo que no sea desprecio por sus pueblos (a los que desconoce) y negocios hiper-millonarios, que usualmente no benefician a las poblaciones de la mega-región.

Caminos necesariamente convergentes
Alcira Bonilla advierte en nuestro filósofo que la articulación de vida y obra se hace evidente en la conjunción de “los tres rasgos relevantes que caracterizan su pensamiento y su acción:
a) la filosofía surgida de la praxis y convertida en sustancia de la vida,
b) el magisterio filosófico ejercido como vocación y
c) la universidad entendida como institución privilegiada para la transformación política y cultural de las naciones latinoamericanas”
De aquí se desprende la percepción de que su trayectoria académica nunca se alejó de la actividad política, lo cual lo llevó no sólo a acceder a cargos académicos electivos, en los que, obviamente, pesaron el compromiso personal y las dotes demostradas en la diaria labor, sino a afrontar situaciones difíciles y aun trágicas.
En esta vía se destaca su rol como secretario del I Congreso Nacional de Filosofía celebrado en Mendoza en 1949, que devela con claridad algo más que mera afinidad con el perfil político que daba oxígeno, sentido y andadura al célebre Primer Congreso.
Según coinciden quienes tuvieron la fortuna de conocerlo, además de ser un impecable académico, Agoglia era un hombre de espíritu pluralista y participativo, un pensador de un profundo compromiso social, nacional y latinoamericano. Esto, que no eran meras simpatías, sino una auténtica opción de vida, lo llevaría a avanzar en su compromiso político. Y –como ocurre siempre que la política se toma en serio y no como una mera oportunidad de alcanzar un empleo o mejorar el patrimonio– se iría intensificando, haciéndose cada vez más serio y firme, a la par que más riesgoso, al punto de depararle la tragedia personal y el exilio.

(continúa la próxima semana)