De la meritocracia a la mercantilización
Por Paulina Calderón. Exministra de Educación
La exclusión educativa se potencia con la falsa idea de la meritocracia. Principalmente, si entendemos a la meritocracia como criterio dominante o incluso como único criterio de éxito, al punto de pensar que el esfuerzo individual y los talentos personales (de cada estudiante exclusivamente) son los que permiten evadir el fracaso escolar.
Como sostiene Axel Rivas “El modelo perfecto de la meritocracia es que todos entren en la escuela, que la escuela sea igual para todos y que gane el mejor. La escuela no discrimina, el profesor es riguroso y justo, no beneficia a nadie por el color de piel, la historia familiar o la cuota que paga. Toma los exámenes ciego, como la imagen de la justicia con los ojos vendados. El que pasa lo merece. Nadie lo ayudó, nadie lo perjudicó. Se lo ganó, tuvo su oportunidad exactamente igual que los demás. ¡Qué simple y poderoso modelo!”[1]
Si pensamos en términos de “competencia”, la competencia escolar sólo la ganan quienes ganan la competencia social y en este sentido, el modelo meritocrático sólo logra reproducir las desigualdades existentes y por lo tanto, es un modelo ¡INJUSTO!
Pensar que sólo vale el esfuerzo personal, entendido como resultado, es pensar que no están en juego las condiciones de las y los estudiantes, su propia historia, su vocabulario, el tiempo libre y comodidades con las que cuenta para estudiar, su acceso a libros, el nivel educativo de su familia, etc.
Este mito de la meritocracia sí favorece, sólo que lo hace exclusivamente a los más favorecidos y, por lo tanto, perjudica a los más vulnerables. Esto genera una dinámica perversa que reduce a las personas a dos posiciones dicotómicas de profunda desigualdad, algo que se hace evidente en el plano del discurso: al sostenerse que “no merecen”, se acepta el fracaso escolar como destino y, por el contrario, quienes ya tienen una posición de privilegio se legitiman, por ejemplo, cuando dicen: “yo estudié mucho, nadie me regaló nada”.
Por supuesto que es necesario valorar el esfuerzo, pero no debe ser puesto en primer lugar sin tener en cuenta las condiciones socioeconómicas. Tampoco debemos creer que su opuesto, el “facilismo” como expresión de la compasión, es la solución ante esta desigualdad. El consenso es que es necesario enseñar, aprender y evaluar ciertos contenidos (los que se acordaron en los diseños jurisdiccionales, los Núcleos de aprendizajes prioritarios y los lineamientos curriculares nacionales) de igual manera para todas y todos.
Son dos grandes trampas, por un lado, el facilismo, por ejemplo, presupone “pobrecitos, no les da” y consolida la brecha de desigualdad en escuelas para pobres con contenidos pobres y, por otro lado, la meritocracia, tal como dijimos, es valorar exclusivamente un “esfuerzo individual aislado” que no existe. Son las dos grandes trampas de nuestro sistema escolar que profundizan la injusticia, son, también, el resultado de un sistema centrado exclusivamente en los contenidos y sus resultados, sin considerar el desarrollo vital de las y los estudiantes.
Quienes hoy nos gobiernan, tanto a nivel nacional como provincial, están encantados con la falsa ilusión de la Meritocracia porque, claramente, tienen como objetivo la mercantilización como un experimento sin retorno que destaca postulados negacionistas y autoritarios. Piensan la educación como un costo (“nada es gratis!” dijo Milei y repiten sus seguidores), no se piensa en la educación como un derecho humano reconocido constitucionalmente y que, por ende, el estado debe garantizar.
Con el argumento tendencioso de que el sistema es “decadente” encuentran una endeble excusa para desfinanciarlo. Pero la ideología meritocrática va aún más allá, con el discurso de “maestros mediocres”, “ñoquis” y “adoctrinadores”, ¿cuál creen que es el plan? Instalar la COMPETENCIA como modalidad, tanto entre escuelas, como entre docentes y estudiantes, porque se supone “que ganará el mejor” y por lo tanto excluirá a quienes pierdan, es la llamada “mano invisible del mercado”: la exclusión progresiva de masas de indigentes a los que se niega identidad.
El objetivo de estas políticas no es nada novedoso: crear seres apáticos dedicados a preservarse y evitar el dolor, como decía Nietzsche, o construir una sociedad disciplinaria como describía Foucault, que produce cuerpos dóciles con el modelo carcelario o el panóptico, para transformarse tal vez en la sociedad de control donde la vida se vuelve lo menos espontáneo, donde, por lo tanto, el esfuerzo, el mérito es una vil mentira.
La escuela es un dispositivo de poder, una especie de tecnología, de herramienta al servicio de esa biopolítica que denunciaba Foucault como el ejercicio de poder a través de vigilar administrando la vida de los sujetos y por lo tanto, construyendo subjetividad; en las sociedades de control como las actuales el poder se ejerce más desde la libertad, hay un autosometimiento, hay un actor consumidor más que un sujeto ciudadano. Deleuze[2] relata que estas sociedades disciplinarias van entrando en crisis, sus instituciones son cuestionadas a partir de la segunda mitad del siglo XX y ya entrado el Siglo XXI, en la llamada posmodernidad. Allí cobran relevancia los espacios abiertos, al aire libre e interconectados, sin muros… son las que denomina SOCIEDADES DE CONTROL, ya no se necesita la reclusión y el encierro porque el control se deposita en la seducción, el disfrute, el consumo. Pensemos en la televisión, el internet, las redes sociales…
Excluir de la educación, del saber o los saberes considerados básicos, es una forma de ejercer poder y una gran forma de hacerlo es a través de la competencia, desalentando el saber por placer, el placer intrínseco del saber. De hecho, el diploma, el objetivo a alcanzar en el sistema, es, precisamente, una especie de valor comercial: hace creer a aquellos que no tienen diploma que no poseen saberes o hasta que son incapaces de saber.
El objetivo de la educación es formar personas, construir ciudadanía, derechos inalienables cuya efectivización va mucho más allá de poner notas y certificar trayectorias. Que las actuales políticas contrarias a los derechos no nos lleven a olvidar el auténtico propósito de la escuela, que no nos lleven a priorizar la evaluación por encima del aprendizaje, porque entonces el único camino al que conducirá la meritocracia es a la mercantilización del derecho a aprender.
1]Deleuze Gilles, «Post-scriptum sobre las sociedades de control», Polis [En línea], 13 | 2006, Publicado el 14 agosto 2012, consultado el 07 agosto 2020. URL: http://journals. openedition.org/polis/5509