Los grandes ángeles del tango
Editorial
Ni Los Ángeles en California, ni los ángeles del cielo, dos Ángeles conformaron una de las duplas más queridas del tango: Ángel D’Agostino y Ángel Vargas.
Ángel Domingo Emilio D’Agostino (1900 – 1991) fue pianista, compositor y director de orquesta. En 1920 formó su primer conjunto de tango y jazz, con el cual se presentó en el Palais de Glace, el cabaré Royal Pigalle y el teatro Ópera. Fue, esta, una de las orquestas pioneras en tocar en los cines en épocas del cine mudo. Por ella pasaron verdaderos valores del tango: Juan D’Arienzo, Anselmo Aieta, Ciriaco Ortiz y Agesilao Ferrazzano, a quien D’Agostino consideraba el mejor violinista del tango.
Años más tarde formó la primera orquesta puramente tanguera, con los bandoneones de Jorge Argentino Fernández y Aníbal Troilo, el violín de Hugo Baralis (hijo) y el cantor Alberto Echagüe. Con ella actuó en el Chantecler que, en esa época, era el cabaré porteño de mayor categoría.
En 1932 conoció al cantante de tango Ángel Vargas. Su verdadero nombre era José Ángel Lomio (1904 – 1959). Había formado parte, como cantor, de las orquestas Típica Víctor, de José Luis Padula, de Lando – Mattino, de Antonio Sureda, y del cuarteto de Armando J. Consani. Era carismático y su voz, aunque varonil, se caracterizaba por su dulzura y por su fraseo intimista. Por ello fue apodado “el ruiseñor de las calles porteñas”.
El binomio conformado por D’Agostino y Vargas se consolidó en 1940 cuando este último ingresó como la voz principal en la orquesta de D’Agostino. Pronto fueron contratados por Radio El Mundo, por entonces la emisora más importante del país. Muchacho y No aflojes fueron los primeros temas de una enorme lista que interpretaron en conjunto: noventa y tres grabaciones, cuando el dúo se separó y Vargas comenzó su carrera solista, acompañado ahora por la Orquesta de Eduardo Del Piano. Vendrían más grabaciones y otras orquestas, hasta su prematura muerte, en 1959.
Entre los temas que inmortalizaron juntos se destacan las versiones de A pan y agua, Mano Blanca, De corte criollo, De pura cepa, El cornetín del tranvía y La mariposa.
D’Agostino también continuó con su carrera. Tras la partida de Vargas de la orquesta, otros grandes pusieron voz a las canciones, como Raúl Lavié, Roberto Alvar y Ricardo Ruiz. Sin embargo, a pesar de sus prolíficas trayectorias individuales, su trabajo en conjunto dejó una huella indeleble en la historia de este género musical, así como en la memoria colectiva, consolidándolos como dos grandes artistas de nuestro tango.