Innovar para la igualdad
Por Paulina Calderón. Exministra de Educación
La innovación educativa parece gozar de mala prensa, a veces peca de progresismo y se la identifica con la mercantilización de la educación, otras veces, suele contraponerse, o más bien, se la presenta como opuesta a la llamada educación tradicional y/o conservadora.
Pero en realidad ¿a qué hace referencia la noción de “innovación educativa”?
En el anterior gobierno provincial se puso el acento en ella y el Ministerio de Educación sostenía que: “Se entiende a la innovación educativa como un ‘hacer y pensar distinto’ las prácticas, generando cambios en las diferentes dimensiones del sistema educativo desde aspectos de la macropolítica educativa hasta la dinámica diaria de las instituciones educativas, reconociendo las características de los diferentes contextos específicos.”
Asimismo, esta definición tiene en cuenta las conclusiones del XII Foro Latinoamericano de Educación, que definió a la innovación educativa como “la fuerza vital, presente en las escuelas, educadores, proyectos y políticas que es capaz de reconocer las limitaciones de la matriz educativa tradicional y alterarla para el beneficio de los derechos de aprendizaje de nuestros alumnos. Es alterar los elementos de un orden escolar que apagan o limitan el deseo de aprender de los alumnos” (Rivas, 2017).
Para abonar aún más esta noción, la profesora María Acaso, titular de Educación Artística en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del colectivo Pedagogías Invisibles, dice: “Desde mi punto de vista, innovar en educación consiste, básicamente, en desestabilizar unas prácticas que ya no están basadas en el presente”.
Es decir, se trata de “alterar”, de pensar, proponer y llevar a cabo “alternativas” a los formatos escolares que hoy en día encuentran límites para garantizar el aprendizaje. En este sentido, la provincia de San Luis, a partir del año 2016, se atrevió a llevar a cabo un proyecto de escuela innovadora que proponía “alterar” los formatos escolares históricamente consolidados, como el currículum-uniforme, el grupo-aula graduado, el examen, la clase expositiva, el timbre, la norma-sanción, el horario rígido y la obligación burocrática de aprender.
El proyecto al que hago mención es el de “Escuelas Generativas” que, a partir de 2019 cuenta, en nuestra provincia, con una Ley específica en la que estas instituciones se definen como escuelas de gestión social, públicas, gratuitas e inclusivas, enmarcadas en la Ley Nacional y, por lo tanto, con titulación de validez nacional (vale la pena la aclaración, ya que esto último muchas veces se puso en duda, incluso por quien es hoy el actual Gobernador).
En el marco de esta propuesta educativa, la innovación replantea el sentido auténtico de la educación y de los aprendizajes para brindar oportunidades diferentes en diversos contextos. Las escuelas generativas han demostrado ser apuestas efectivas para disminuir las tasas de deserción escolar, porque son alternativas que buscan acompañar a las y los estudiantes en la construcción de sus proyectos de vida, para que su paso por la escuela no sea sólo una formalidad derivada de la obligatoriedad.
UN MODELO DE INTEGRACIÓN
El hecho de que sean pensadas como “alternativa” no deslegitima ni subestima a la escuela de gestión estatal ni sus formatos escolares, precisamente interpreta que esa escuela, concebida bajo el modelo francés que heredó Latinoamérica, es un modelo de INTEGRACIÓN UNIFORME, en el cual encontramos una educación común larga con una pedagogía común uniforme, que supone la simultaneidad de saberes (enseñanza y aprendizaje de los mismos) en una edad determinada para todos por igual, ya que busca la homogeneidad que queda priorizada sobre la diversidad; evalúa resultados y por lo tanto, sólo al finalizar cada año quienes no han pasado las pruebas, repiten o quizás, pasan sin obtener los saberes mínimos requeridos. La heterogeneidad invisibilizada por este modelo se convierte, entonces, en un dilema que las y los docentes deben resolver en la soledad de sus aulas.
En países desiguales como el nuestro, este modelo genera aún mayor desigualdad porque el método simultáneo -enseñar lo mismo al mismo grupo de alumnos y al mismo tiempo- es injusto y hasta, me atrevo a decir, impracticable, ya que no reconoce la diversidad, expulsa y no incluye, no reconoce la desigualdad original. Podríamos decir que quienes hemos transitado y finalizado la escolaridad con este formato, pudimos hacerlo porque contamos con algunas herramientas y condiciones extraescolares que lo hicieron posible, pero también fuimos testigos de quienes iban quedando en el camino. En las antípodas de la meritocracia, nuestras propias biografías escolares han atestiguado que no es falta de esfuerzo o capacidad lo que excluye, sino más bien las condiciones sociales y el propio sistema.
Si analizamos la deserción escolar, considerada la cara visible del fracaso educativo, podemos observar cómo ha descendido en los últimos años: el Censo Nacional de 2010 indicó que el 47,8% de los jóvenes de 20 años había finalizado el secundario, es decir, el 52,2% desertó. En el informe “Trayectorias escolares: ¿Cuántos estudiantes abandonan la secundaria en Argentina?”, del Observatorio de Argentinos por la Educación, con autoría de Paz Miguez (Fundación Éforo), Samanta Bonelli y Martín Nistal (Observatorio de Argentinos por la Educación) analizó que el abandono escolar cayó 9,3 puntos porcentuales en los últimos cuatro años. En 2018, el 24,4% de los estudiantes de 17 años habían abandonado la escuela. Cuatro años después la cifra desciende al 15,1% entre los estudiantes que tenían 17 años en 2022; aunque parece alentador, también los datos muestran que estas cifras son 3 puntos porcentuales más altas entre los estudiantes en hogares del 40 % más pobre de la población. Por ello, repito, no es falta de esfuerzo o capacidad.
La propuesta de la innovación educativa como “alternativa”, representa, indudablemente, la intención de revertir estos números, de garantizar el derecho a la educación de los más desfavorecidos y no es nuevo, no es un “invento” de los últimos años, ni siquiera es que las tecnologías de la información representan un punto de inflexión en la innovación educativa.
Un breve repaso histórico nos lleva incluso hasta el siglo pasado para encontrarnos con pedagogías que se posicionaron desde la innovación educativa. La pedagogía Waldorf, que en nuestro país cuenta con más de 56 escuelas (una de ellas en nuestra provincia, “El Cuenco”, en Merlo) o los modelos de educación popular, como el de la Escuela Serena de las hermanas Cossettini en Rosario, en 1930, o los bachilleratos populares, o el caso paradigmático del Maestro (con mayúscula) Luis Iglesias en la ruralidad de la provincia de Buenas Aires, todos los cuales configuran modelos educativos que proponen, como las escuelas generativas de nuestra provincia, una pedagogía personalizada con integración social, que ponen en el centro al estudiante con la certeza de que todos podemos aprender e, incluso, todos tenemos saberes a enseñar.
Los modelos de gestión (social, privada o estatal) no son determinantes, en cualquiera de ellos se puede innovar, quizás si es más facilitador un ambiente y una autogestión económica que se da en escuelas de gestión privada o social, pero no es privativo de ellas, de hecho, la modalidad rural tiene muchísimo para aportar y es principalmente de gestión estatal.
Repensar los formatos escolares y hablar de pedagogía es el desafío del presente, para que el derecho a la educación sea una realidad para todas/os y para que logre vencer las desigualdades sociales.