Especiales, San Luis

JUAN GÁLVEZ, EL CAMPEÓN ETERNO

Encontró la muerte en Olavarría en plena competencia automovilística y cuando marchaba en primer lugar. Un apellido ilustre del deporte argentino.

Hay historias trágicas que dan nacimiento al mito. Parece que el hecho de morir antes de tiempo agiganta la trascendencia. No es que se convierta en mejor o peor, pero la muerte abona al nacimiento de la leyenda. Ha ocurrido con tantos deportistas que encontraron un trágico final para sus vidas, la gran mayoría de ellos cuando ya habían abandonado la práctica activa. No es el caso de Juan Gálvez.

El Turismo Carretera, la categoría más popular de la Argentina, está plagada de grandes pilotos. Aunque hay uno que está en un pedestal y es, precisamente, Juan Gálvez. Nacido el 14 de febrero de 1916, fue el cuarto hijo de Marcelino Gálvez y María Orlando.

“Como muchos jóvenes, los Gálvez estaban fascinados con eso de andar rápido arriba de un auto. Pero Oscar y Juan fueron los que llevaron la experiencia a un ámbito más personal al manejar y preparar sus propios vehículos con los secretos aprendidos en el taller de su padre. Juan comenzó a correr como acompañante de Oscar, quien también dejó su marca en el automovilismo argentino, en las primeras pruebas de TC de fines de la década de 1930. Recién en 1941, se puso detrás del volante de un auto y ahí comenzó su fructífera campaña deportiva”, escribió el colega Diego Durruty, en semblanza hacia el hombre que encontró la muerte en 1963.

Una vez que terminó la Segunda Guerra Mundial, Juan nutrió su agenda con más participaciones. En 1948 fueron seis pruebas y su mejor resultado fue el tercer puesto en el Gran Premio de la América del Sur ( Buenos Aires-Caracas). Todo mejoró en 1949. En el segundo compromiso del año, la Vuelta de Santa Fe, logró la ansiada victoria. A partir de ahí mantuvo la costumbre que lo convirtió en el hombre a batir. Porque esos triunfos se transformaron en campeonatos y en un reinado que se extendió en el tiempo hasta alcanzar el récord de 56 carreras ganadas, más de la tercera parte de todas las que corrió, y nueve títulos (1949, 1950, 1951, 1952, 1955, 1956, 1957, 1958 y 1960).

“Esta es mi profesión. Mi trabajo. Correr exige un total dominio de uno mismo. Un estado físico perfecto. La menor falla en los reflejos puede ser una catástrofe… Además, tengo una responsabilidad. No se me perdona no ganar. Y en ocasiones, no me perdonan tampoco que gane…”, llegó a decir alguna vez.

Aún con mucho para dar, Juan Gálvez pasó a la inmortalidad a los 47 años.  Estaba luchando por el triunfo con Dante Emiliozzi en la Vuelta de Olavarría cuando perdió el control de su auto en una curva denominada “La ese de los chilenos”. El Ford con el número 5 en sus laterales dio cinco tumbos y se metió dentro de un campo. Juan, que no usaba cinturón de seguridad por temor a no poder desabrochárselo ante un incendio, salió despedido del habitáculo y falleció al pegar violentamente contra el piso.

Su muerte conmocionó al país, que tardó mucho tiempo en recuperarse de semejante pérdida. Y su nombre, como ocurre con quienes fallecen trágicamente siendo ídolos, se convirtió en una verdadera leyenda.

El automovilismo es un deporte en el que brillaron muchos argentinos. Seguramente, nadie mejor que el “Chueco” Juan Manuel Fangio, a quién luego siguió Carlos Reutemann, de brillante trayectoria.

Más allá de estos nombres y de tantos otros de consumo interno, el apellido Gálvez es un ícono de los deportes mecánicos. Y Juan Gálvez, por haber encontrado la muerte en plena competencia y yendo primero, alcanzó para siempre la gloria como el “campeón eterno”.

Por Enrique Cruz

Cilsa Ong

https://www.cilsa.org › juan-galvez-el-campeon-eterno

Fotos: Corsa, Campeones e Infobae