La vocación de cuidado: un viaje de oportunidades

Migrar es un viaje en muchos sentidos. A veces, en los 23 kilos de la valija, también caben las vocaciones. El trabajo profesional de cuidado requiere de mucha responsabilidad, pero también de paciencia y empatía

“Uno de mis pacientes, Luis José, decía que su sueño era tener un trencito de la alegría en el que iban a viajar personas que vivían en la calle. Iba a ser ‘el trencito de las oportunidades’. Un día, durante un paseo, una señora le regaló un micrófono para su tren. Como su mamá era muy estricta nosotros lo escondimos, y después le dijimos a su madre que yo se lo había regalado”, cuenta María Luisa Peña, de 36 años de edad, que salió de Venezuela en 2018, precisamente por la falta de oportunidades: “Sentía que no tenía futuro”, comenta.

La relación de María Luisa con cada una de las personas que cuidó fue de complicidad y cariño. Ella es enfermera profesional, aunque sus primeros trabajos en Buenos Aires fueron como cuidadora domiciliaria. Posteriormente consiguió convalidar su título y ahora trabaja en su profesión. “La relación de enfermera y paciente es una relación de persona a persona, donde se crea un vínculo en el que hay confianza y tranquilidad”.

Julia Callapa Condori llegó a Argentina en un tren, como el tren de las oportunidades que imaginaba Luis José. Viajó desde el pueblo de Machacamarca, Bolivia, con su hija de 11 meses. Aquí se reencontró con su marido, que había emigrado un año antes. “Tardamos una semana en llegar, pero cuando una es joven tiene ilusiones y sueños, creo que no siente el cansancio”. 

Su sueño no era ser enfermera, pero hoy lo es, cuenta esta mujer de 57 años de edad. Después de trabajar varios años limpiando casas particulares y cuidando personas, decidió estudiar: “Ya era grande y quería algo con rápida salida laboral, fácil y corto. Nada de eso fue así.

Uno tiene el prejuicio de que la enfermería es tomar la presión y administrar inyectables. Fue un camino largo hasta descubrir que no era tan sencillo ni corto, pero poco a poco me fui enamorando de la profesión”, afirma. 

Para Marioxi Hernández su trabajo corresponde con el sentido que ha querido darle a su vida: “Siempre, desde muy chica, supe lo que quería estudiar. Es la vocación, lo que tú sientes. Sentir que estás brindándole bienestar a una persona que lo necesita en determinado momento de su vida, para los que estamos en esta área, es gratificante”. 

Marioxi tiene 52 años de edad, es Licenciada en Enfermería, y desde que llegó a San Luis, Argentina, en 2019, trabaja en el cuidado de personas, ya que aún no convalidó su título. En Venezuela quedaron su hija mayor, su nieta de 10 años, sus hermanos y sobrinos. A ellos, cuando la situación lo permite, les envía dinero.

Con el objetivo de profesionalizar las tareas de cuidado, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los refugiados (Acnur), el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación y la Universidad de San Martín se aliaron para dictar la Diplomatura de especialización en Cuidados Domiciliarios Integrales. “Estaba destinada a personas migrantes y refugiadas que trabajaban en temas de cuidado durante la pandemia”, afirma Gabriela Agosto, coordinadora del curso que se dictó en 2020 y 2021.

Según comenta Agosto, 90% de quienes cursaron la carrera son mujeres, 93% provenientes de Venezuela y 72% contaba con estudios universitarios completos.

Una de las alumnas de este curso fue Daniela (a quien llamaremos así por cuestiones de seguridad). Ella es solicitante de refugio en Argentina y lleva tres años esperando el resultado del trámite. “Decidí salir de Venezuela por amenazas de muerte del secretario de Gobierno del Estado de donde vengo y que actualmente es diputado de la Asamblea Nacional”, cuenta.

Daniela tiene 51 años de edad, es Licenciada en Educación Integral y especialista en enseñanza de la lengua. Su primer trabajo en Argentina fue como cuidadora de adultos mayores y decidió hacer la diplomatura “porque había que buscar una alternativa que tuviera una salida laboral para sobrevivir como migrante”. Sin embargo, desistió del trabajo de cuidados, pues considera que “es un tipo de empleo en el que algunas empresas te explotan”.

Diana Catalano tiene 63 años de edad y en Buenos Aires trabajó para una empresa que terceriza servicios de cuidado. Ella es economista, tiene una Maestría en Economía Agrícola y en Venezuela fue investigadora, docente y también gerente de un banco. Pero, como su sueldo no le alcanzaba, decidió emigrar a Argentina en 2018. Aún trabaja en el cuidado de adultos mayores, pero dejó la empresa y lo hace por su cuenta. 

“En los domicilios es muy importante que quienes se dedican a esto tengan paciencia. Es triste ver cómo las personas se van deteriorando, y nuestro trabajo es hacérselo un poco más agradable, menos doloroso. Cuidé a una señora con Parkinson. A ella y a su marido les preparaba cenas románticas: sacaba una mesa afuera y ellos comían solos, bailaban”.

Con ese viaje al pasado, tal vez en tren, Diana descubre otras dimensiones del cuidado.

El cuidado colectivo: voluntad y sororidad en espacios comunitarios

Cuidar, mucho más que un trabajo

Mujeres migrantes en las “invisibles” tareas de cuidado

DOCUMENTAL: La salud de las que cuidan. Historias de mujeres migrantes.

Créditos

Textos y edición de podcasts: Agustina Bordigoni

Acompañamiento editorial: Edgar López

Edición de video: Marina Balbo

Diseño web: Adriel Gómez

Diseño de portada: Bachi

Fotos: Archivo General de la Nación

Producción realizada en el marco de la Sala de Formación y Redacción Puentes de Comunicación III, la Escuela Cocuyo y El Faro. Proyecto apoyado por DW Akademie y el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores de Alemania.

Producción realizada en el marco del curso Puentes de Comunicación II de la Escuela Cocuyo, apoyado por DW Akademie y el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores de Alemania.