RETÓRICAS EN EL BANQUILLO
Gabriela Pereyra
¿Ah, no querés tomar mates con nosotros? Como esto siga así te vas a quedar sin amigos. Le dice el compañero de trabajo, ofendido.
Ni que tuviéramos “la peste” responde otra. Infructuosamente la acusada, en el banquillo de “los que quieren cuidarse y cuidar al otro”, intenta defenderse de algo que no imaginó tener que explicar. Esto no impide que vuelva a veces a la casa con sensación de angustia y confundida sobre quién está en lo correcto.
En el amague de un beso quedan algunas personas ante otras que deciden respetar el llamado “distanciamiento social” sin besos, ni abrazos. Pero el amague, la frenada, ante el impulso natural de saludar de esta manera, construyen graciosas dinámicas y gestos que van desde el asombro, la disculpa y hasta el enojo por el rechazo.
Proponen que el término “distanciamiento social” debiera remplazarse por “distanciamiento físico” para promover que el hecho social puede ocurrir aun conservando esa distancia .
Los efectos secundarios de la pandemia por momentos trascienden a las decisiones individuales. Decidir cuidarse y cuidar si el resto del entorno no lo hace, no será suficiente y será hasta frustrante, o decidir no cuidarse en un entorno que sí lo hace, pareciera ser determinante para que esa conducta individual cambie o se incomode.
Las ciencias sociales enfrentan el desafío, para la pospandemia, de comprender y acercar herramientas por todos los cambios conductuales, acuerdos y desacuerdos sociales que habrá que transitar. Las acciones mostrarán si asistimos o no al nacimiento de un mundo más orientado hacia lo cooperativo-solidario, contemplativo del otro como alguien que importa por sí. Se evidenciará también si las nuevas normas sociales se interiorizan, se respetan o se rechazan, y cómo serán los conflictos que surjan ante los siempre vigentes premios y castigos con los que se han regulado las conductas sociales a lo largo de la historia humana. Normativas que muchas veces sirvieron de excusas para abusar o profundizar las brechas.
Por eso la importancia de que las voces autorizadas, que ocupan el centro de la escena a analizar sean serias, sólidas y confiables. Fue la Organización Mundial de la Salud quien declaró la pandemia global, pero fue la misma organización quien cayó en contradicciones y marchas hacia adelante y hacia atrás con los protocolos. Pero más allá de eso, ya es global que hay que lavarse las manos, mantener el distanciamiento y que el tapabocas no está de más, como abecé de la primera barrera de lucha contra el virus.
El discurso científico también es arrollado por el caos, porque inéditamente asistimos a la construcción científica en tiempo real, no es lo habitual del método científico que toma sus tiempos, sus años; a esta carrera contrarreloj que enfrentan y que por supuesto está enviciada de otros intereses económicos que siempre existieron en la industria farmacéutica.
Será muy importante que la primacía sea de las fuentes confiables por sobre las teorías conspirativas, la fagocitación de información sin chequear, y las llamadas cámaras de eco en las que las personas quedan atrapadas consumiendo información en una única dirección.
La percepción de la amenaza, dicen desde las Ciencias Sociales, es individual pero también cultural colectiva, eso explica que, ante una recomendación de no compartir por ejemplo mate (algo tan cultural en Argentina), justamente esa percepción varíe. Pero no es el único factor que determina. Lo lingüístico también opera. Cuando se habla de distanciamiento social el psicólogo Jay J. Van Bavel, la economista Katherine Baicker y el sociólogo Robb Willer proponen que el término debiera ser reemplazado por “distanciamiento físico” para promover que el hecho social puede ocurrir aun conservando esa distancia y que la repercusión mental seguramente será distinta. Algunos podrán percibir, si no, que lo que está amenazado son sus vínculos sociales, más que su salud.
El comportamiento de las personas que viven en comunidades está regulado por normas y valores morales. Las personas que hacen lo que es “correcto” son respetadas y admiradas públicamente, mientras que las que hacen lo que es “incorrecto” son devaluadas y socialmente excluidas afirman Leach, Bilali, y Pagliaro en “Grupos y moralidad”. Manual APA de Personalidad y Psicología Social (2015).
Hay más posibilidades de desarrollar acciones cooperativas cuando se observa a otros cooperar y hay tarea para los líderes en convencer que esto es con todos los actores adentro.
Es más fácil que lo colectivo funcione cuando, por ejemplo, las necesidades básicas individuales se encuentran garantizadas y esa coyuntura se muestra lejos de resolverse en lo inmediato.
Ante la ausencia de un sentido de identidad social compartida, habrá que estar atentos para que los que quieran cuidar al otro, en la distorsión, no terminen siendo hostigados como nuevas formas de acoso de los que eligen no cumplir recomendaciones.
Muy buen artículo y muy necesario en estos tiempos
O viceversa… Dijera el poeta…