SIGO AQUÍ
Gabriela Pereyra
La enfermera ingresa a la sala y con una sonrisa algo forzada anuncia: permiso vengo a medirle su nivel de soledad de hoy.
La anciana arregla un poco su larga cabellera gris plata para que le coloquen el casco. El registro demora un minuto. Hasta que un pitido arroja el resultado. Con ansiedad le pregunta: -mejor que ayer ¿no?, hoy me han comunicado con mi bisnieto y hablamos unos cuantos minutos, mucho no sabía de mí, pero ha sido agradable. La enfermera la mira con pena y elige mentirle: – sí abuela, mejor que ayer. A continuación, como si leyera el menú de un restaurante detalla: mañana está la visita de los “calma soledades”, pasarán la tarde con ustedes, y también está el taller de video “no me olvides”, así que vaya pensando qué historia contar, tuvo récord de clics en “mimos de abuela”. Ah y “Nietos que no tienen abuelas” aún no le asignan un malcriado virtual.
La ciencia no podría dimensionar en todas sus facetas los efectos de la soledad no deseada. No podría medirla con un instrumento, pero debe alertar sobre los efectos y buscar en la multiplicidad, con disciplinas como la medicina, la psicología, la sociología, la gerontología, la asistencia social y el Estado, miradas de comprensión, detección y acción posible hacia este grupo de personas. Pero la acción más definitiva la logran las y los ciudadanos empáticos y solidarios con estas historias, que lo comprenden como un problema de todos.
En 2017 se publicaban informes que daban cuenta que la soledad «no elegida» era tan perjudicial para la salud como fumar 15 cigarrillos al día
Millones de adultos y adultas mayores transitan ese estado difícil de definir por el que “padecen” la soledad en sus casas y en las casas de cuidado donde pasan la ancianidad. Solo imaginar cómo los azota la pandemia, cómo los ronda la etiqueta de “personas de riesgo”, cómo se encuentran plagados de una información sin filtro, sin asimilación en compañía, vuelve todas sus cargas más pesadas.
En 2017 se publicaban informes que daban cuenta que la soledad no elegida era tan perjudicial para la salud como fumar 15 cigarrillos al día. Algunos tomaron acciones como cuestión de Estado, tal es así que en 2018 la por entonces primera ministra británica, Theresa May, anunciaba la creación de un Ministerio de la Soledad.
Los datos avisaban que la problemática afectaba a 9 millones de personas en ese país (el 13,7% de la población total).
Gran Bretaña ya dio otros pasos como reconsiderar la prescripción social. “El médico que detecta que el paciente está o se siente solo, en vez de recetarle un medicamento para la depresión, le recomienda participar en actividades de socialización del barrio”, explica la psicóloga Regina Martínez, sobre la medida que han imitado otros países europeos como Francia, con el proyecto “Monalisa”, y España, con el proyecto “Radars”.

El proyecto Radars es una iniciativa que nació en el barrio de la cabeza de Grassot-Gràcia Nova, en 2008. Es una red vecinal dedicada a la prevención y detección de situaciones de riesgo de las personas mayores que viven solas en el barrio. Su objetivo es paliar los efectos negativos de la soledad no deseada, gracias a la complicidad de los vecinos y del entorno. Actualmente, funciona en 42 barrios de Barcelona para detectar y acompañar a ancianos que viven solos. Farmacias, comercios y vecinos están implicados en esta red de vigilancia contra la soledad.
Los proyectos Radars en España o Monalisa en Francia actúan como redes vecinales abocadas a acompañar y socializar con adultas y adultos mayores en soledad
En el proyecto Monalisa la cuestión está cada vez más presente entre las preocupaciones habituales de los vecinos franceses y es tratada a tres escalas diferentes: a nivel nacional se pretende un trabajo de concienciación; al nivel regional, crear la cooperación entre los distintos actores; por último, a nivel local, desplegar equipos ciudadanos de voluntarios. Éstos son los que formarán los lazos de amistad que derriben la soledad. La fraternidad no puede venir impuesta por los servicios sociales, “la fraternidad no se decreta por ley, sino que viene de la voluntad del ciudadano” informan desde la fundación.
Elisa se despierta sobresaltada, de fondo se escucha el noticiero que invade con datos de muertes por coronavirus. Se toca la cabeza recordando el sueño del casco. Desde pequeña escribía fantasías, podría retomar.
Ella es muy charlatana, solo necesita la oportunidad y comienza una conversación o una anécdota. Sus ojos se iluminan cuando reconstruye historias repetidas con miles de detalles. El problema es que el tiempo le arrebató las oportunidades. Una soledad no elegida la fue acorralando en tristes rincones, entre sus recuerdos, para no compartir con nadie esas angustiantes alertas que le susurran: sigo aquí. Un abanico de achaques, que se llevarían mejor en compañía, tienen nombre en un pastillero multicolor. Mientras envejecía repetía un pedido a sus hijos, por favor no me dejen en un geriátrico, al menos déjenme entre mis cosas. Las promesas no se cumplieron. Cosas de la vida que aún no comprende, pero acepta. Siempre rezo por todos ellos, dice, cuando siente que debe explicar por qué se siente tan sola.