UN PÁJARO EN LA NOCHE
Por Raquel Weinstock
Y yo salí a buscar la lumbre, y las manos tibias que no hieren y acarician. No me encerré en la bruma del hastío. Fui por caminos inequívocos, sinuosos, sin uso, senderos confusos.
Calles solitarias.
Esquinas derrumbadas, perfumes recordados.
Fui a los cerros, a los pequeños ríos y remansos, y hasta al mar salí a buscar. Y naufragué en brazos ahuecados, en silencios invencibles, o adioses programados. Sin embargo insistí.
Seguí, buscando en todos los leves pájaros navegantes, que dibujan el cielo en bandadas, oí sus cantos, admiré sus colores. Y estabas, donde no creí nunca encontrarte, en el pájaro más oscuro y sombrío, en la noche.
Luego, te encontré encerrado en un libro, desesperado e inadvertidamente me quedé a tu lado, con los barrotes de las palabras que me aprisionaron. Y te besé.
Te besé en cada palabra húmeda, o rabiosa y aún cínica, y después del goce busqué, agitada, la salida. Un laberinto me llevaba y me envolvía, y volvía a recorrer el lenguaje de tu piel y tus heridas.
Pero seguía, estaba allí presa, absoluta, entre las páginas.
Te besé en cada palabra húmeda, o rabiosa y aún cínica, y después del goce busqué, agitada, la salida. Un laberinto me llevaba y me envolvía, y volvía a recorrer el lenguaje de tu piel y tus heridas.
Confundida en mujeres bien amadas, en huidas oscuras por caminos sin salida, en la sangre del cobarde, babosa sangre del cobarde, del que dijo los nombres innombrables.
No encontraba una huella que me retornara, un sonido familiar o un signo… solo las palabras.
Perdida, sofocada.
Un poco, solo un poco, vencida, algo aterrada.
Con mi pulso punzante, dije tu nombre y cuando salí, aún cegada, tu mirada clara me esperaba.
Pájaro oscuro de la noche, con tu piel negra acerada y el rugido atronador de tu llegada.