HUELLAS
Por Raquel Weinstock
No sé.
Tal vez sigo tu huella, o voy por el camino elegido, madurado en una madrugada tumultuosa. Creyendo, que he acomodado en cada estación mis emociones. Segura de haber coleccionado, en pequeños frascos transparentes todas mis lágrimas, las que tuvieron el valor de una perla, y también, las otras, las inútiles.
Sigo, el camino de las mujeres deshojadas, de los viejos ahuecados, de los hombres tristes, que provocan tristeza. El de los niños todos, el del silencio obligado de los muertos, y de mis muertes y mis muertos, o el de las caricias arrodilladas.
Sigo, las huellas frescas, y refrescantes de mis hijos.
Y la voz, distante de mi otro hijo y su “Oliver”, cubierto de una ciudad incierta, donde sólo en los parques, el sol entibia o enardece, y la noche envuelve las luces y las brumas, y hay fantasmas de tangos y mateos, o aparece imponente Jacinto Chiclana.
Y elevo la voz o levanto la mirada, cuando me abandonan las palabras, o se rompe el hilo milagroso del lenguaje. Y se levanta un muro entre yo y el otro y la soledad aparece sonriendo, apretándome las manos.
Voy, decía, hacia las huellas recién descubiertas, buscando el remanso de su abrazo, de acercarme a su ombligo, para mimarle el corazón, y navegar segura en su piel, sólo para darle las caricias que le faltan, y recuperar yo la humedad de mi piel.
Y, sentir que mi pulso galopa, sin miedos, sin estribos.
Sigo, las huellas, que fui bebiendo, despacio y cautelosa en largas madrugadas, de decir y oír con el cuerpo, de darme desnuda en la palabra, y recibirla desnuda también, relajada, sin medidas.
Sin importarme, en absoluto, si esa huella me llevará a la boca de la ternura, o al vacío borrascoso, de los olvidos que no se olvidan y duelen. Porque, en definitiva, es absolutamente nuestra la decisión de elegir, las huellas que nos hacen libres o nos condenan.