WALDEN
Henry David Thoreau tras un experimento de 24 meses en los bosques dejó narrado un libro ícono de la ecología mundial
Por Matías Gómez
El 4 de julio de 1845, Henry David Thoreau, a los 27 años, hastiado de la civilización industrial, duerme en una cabaña que había levantado sin más herramientas que sus manos y algunos libros griegos, en el bosque de Concord, Massachussets. Semejante experimento de 24 meses quedó narrado en un libro clave para la ecología mundial
Thoreau era poeta, agrimensor y fabricante de lápices, gracias a que su tío Charles descubrió una mina de grafito. La familia sacrificaba azúcar y té con tal de que sus dos hermanas estudiaran música. Y en Harvard, aunque estaba prohibido, a Thoreau lo dejaban vestirse de verde, pues no podía pagarse otro abrigo. Su discurso de graduación como pedagogo que a los 20 años se tituló fue: “El espíritu comercial de los tiempos modernos, considerando su influencia en el carácter político, moral y literario de una nación…”. Todo un presagio.
El contacto con la naturaleza aumentó sus habilidades de pesquero, horticultor, carpintero, e incansable explorador. Temprano, descubrió que la riqueza crece por dentro y huyó del dinero en la misma proporción que un poseído del agua bendita. En Walden transcribió del inglés William Habington: “Dirige tu ojo directo al interior y encontrarás mil regiones en tu mente aún sin descubrir. Viaja por ellas y serás experto en cosmografía propia.”
Considerado como el padre de la ecología, Thoreau bregó por la pobreza voluntaria en uno de los países más opulentos del mundo.
Defendió también a John Brown, un abolicionista de la esclavitud que murió ahorcado. Por negarse a pagar impuestos en protesta contra la guerra con México estuvo preso una noche. De ahí publicó Desobediencia civil, el manual pacifista que Gandhi y Martin Luther King Jr hojearán asiduamente. Su amigo y protector, Ralph Emerson, el mentor del trascendentalismo, bautizado “sabio de Concord”, era más plumífero; pero en Harvard le enseñó a David a no conformarse, a defender la integridad personal, y a llevar un diario siempre.
Ambos intentaban echar luz sobre el contradictorio progreso del siglo XIX: matanzas de indios, deplorables condiciones laborales para los irlandeses, tala masiva de árboles para postes de telégrafo o durmientes de ferrocarril.
Por eso «Walden, o la vida en los bosques» pone el dedo en la llaga de la modernidad. «Hoy las naciones están poseídas de una ambición insana por perpetuar su recuerdo en la cantidad de piedra tallada que dejan. ¿Y si se tomaran igual trabajo en suavizar y pulir sus maneras? Una obra de buen sentido sería más memorable que un monumento que llegara a la luna. Prefiero ver la piedra en su sitio. La grandeza de Tebas fue una grandeza vulgar. Tiene más sentido la pared de piedra seca que delimita el terreno del hombre honrado que una Tebas de cien puertas que se ha alejado del verdadero fin de la vida», reflexiona Thoreau.
Joyce Carol Oates sostiene que David fue el escritor más polémico de Norteamérica, Paul Auster lo considera uno de los mejores prosistas de habla inglesa, y León Tolstoi, no sólo le copió la barba frondosa y el apego al campo; la obra “El reino de Dios está en vosotros”, es una semilla de la resistencia no violenta, impulsada por Thoreau.
Aunque por momentos podría sonar solemne, este libro tiene una base práctica y no es casual que comience con un capítulo dedicado a sus gastos mensuales, experimentos fallidos y recomendaciones dietéticas.
«Fui a los bosques porque quería vivir con un propósito; para hacer frente sólo a los hechos esenciales de la vida, por ver si era capaz de aprender lo que aquella tuviera por enseñar, y por no descubrir, cuando llegare mi hora, que no había siquiera vivido. No deseaba vivir lo que no es vida, ¡es tan caro el vivir!, ni practicar la resignación, a menos que fuera absolutamente necesario. Quería vivir profundamente y extraer de ello toda la médula; de modo tan duro y espartano que eliminara todo lo espurio, haciendo limpieza drástica de lo marginal y reduciendo la vida a su mínima expresión; y si ésta se revelare mezquina, obtener toda su genuina mezquindad y dársela a conocer al mundo; pero si fuere sublime, conocerla por propia experiencia y ofrecer un verdadero recuento de ella en mi próxima manifestación», expresa.