Reportajes

Claudia Prett. 20-03-2022

Soy Claudia Prett. Nací el 12 de abril de 1963 en Graz, Austria. Mi madre colombiana y mi papá austríaco, allí viví hasta los once años. Mi padre era camarógrafo de la TV austríaca, se conocieron en Saint Tropez y se enamoraron. Ella tenía diecisiete años cuando se conocieron, luego se casaron, yo nací a los nueve meses.

Cuando mi madre se cansó de vivir en Austria, volvimos a Colombia, estuvimos también en Costa Rica y El Salvador, porque ella trabajaba en turismo y hablaba seis idiomas. A los diecisiete años me casé con un músico argentino, nos quedamos en Colombia hasta que pasó la Guerra de Malvinas. Me compré los equipos para armar un grupo, así nació ¨Huanaco Rock¨ en un garaje de Río Cuarto, de donde era mi primer esposo. Aprendí a cantar, aunque me tomó algunos años, para encontrar un estilo y todo lo demás.

Me separé a los veinticuatro años, planeaba ir a España, estaba desilusionada porque me habían pintado a la Argentina como el país que yo había idealizado, a través de las letras de Spinetta y Aquelarre, pero claro, así era el país antes de la dictadura, cuando yo llegué todo el mundo tenía el pelo corto, la gente usaba ropa gris, políticamente todo el mundo era pro Malvinas y un poco fachos, aunque sin darse cuenta, todo el aparato represor trabajaba en la detención de músicos por idioteces.

En España estaba el boom de los bares, una expansión cultural que me atraía, pero conocí a un puntano que estudiaba filosofía, nos enamoramos y acá estoy. Nos fuimos primero a vivir a Traslasierra, era la época donde se estaba armando Sumo, mis hijos iban a una escuela alternativa que tenía Timmy, el productor de Las Pelotas. Vivimos una etapa naturista, la del parto en la casa, por ejemplo, junto a casa vivía el creador de la macrobiótica en el país.

De la música y de la noche pasamos a otra manera de vivir, dejé de cantar por diez años pero aprendí mucho más. Al tiempo nos vinimos a vivir a Villa de la Quebrada, al campo del padre de mi esposo, con muy pocos medios y nos embarcamos en un juicio posesorio que nos implicó veintiún años, y fue terrible sobrellevarlo en el tiempo.

Hace treinta años en San Luis no había nada, era la etapa industrial y la gente solo tenía tiempo de trabajar, no había lugar para la música. Un día frente al correo habían instalado un escenario donde estaban tocando Marita Londra y Alexis Lugo, empecé a sentir algo que me conmovió, pensé en comprarme una guitarra. Me costó mucho aprender, demoré otros diez años en tocar mínimamente como yo quería, muy difícil desde la composición.

Fui encontrando un estilo, mi pareja se sabía toda la historia del pensamiento oriental y occidental, entonces discutíamos las canciones, y así fui avanzando, no había internet, era una búsqueda muy personal. Fue un proceso largo, de hecho antes de aprender a cantar bien me convertí en escultora, comencé esculpiendo piedras en el río, preguntándome qué es el arte, qué quiero yo. Después de vivir de malaria en malaria, me preguntaba si el arte es plata, sobre todo en la música. Algo me decía que no, buscaba la sustancia, comencé a trabajar en cueros, me interesaba por el tema de los tambores, comencé a investigar cómo sonaban los cueros de chivo, fui accediendo a la música de una manera diferente, más visceral.

Volví a la composición, recuerdo los incendios cuando se quemaron más de cuatro mil hectáreas y a nadie le importaba. Caminando encontré unos retoños de tala y algarroba, pensé que podía darle sentido a la pérdida. Hice unos tótem de dos o tres metros, lo que me enseñó la paciencia de llevar una obra en la cabeza, diferente a la composición musical que es como un arrebato, aprendí a hacer música esculpiendo. En granito hice una de mis primeras caras, yo sentía que estaba tallando una puerta para volver a la música. Descubrí entonces que el arte no está en lo extraordinario. A veces la poesía es vacía, porque los músicos no vivimos los procesos que cantamos, observé a partir de allí que cuando cantaba, la gente lloraba y no lo entendía, descubrí que tenía que ver con vivir los procesos, y mi poesía hablaba de lo que realmente yo viví.

Tengo amigos músicos de la edad de mis hijos, en su escuela escuché un grupo y esperé que una generación crezca para tocar con ellos, por esos caminos de la vida escucharon mi música y me invitaron a tocar en Buenos Aires, el grupo se llamaba Ofuia. Luego me di cuenta que era más de fusión, que podía tocar un rock o un blues pero también tenía aires de música folclórica. Tenemos un campo grande, una reserva aprobada por el gobierno, son seiscientas hectáreas destinadas a resguardar las márgenes del río Huascara que alimenta esta zona, también un proyecto de reforestación de algarrobo, está la idea de realizar recitales como se hacen en Europa, de día, con niños y familia, en espacios abiertos, sacando la música de la noche. Mis letras van con esa idea, ecológicas, se pueden encontrar en Soundcloud y YouTube.

Mi familia vive en Austria, aquí vivo con mi pareja hace 34 años, nuestros dos hijos, dos hijos anteriores suyos y tres nietos, estamos todos muy bien integrados.