CHAPOTEO
María Virginia Caresani (*)
La casa de la profesora de danzas era la única de altos: parecía una torta de dos pisos, la escalera brillaba como el tarro de miel arriba de la heladera.
¿Por eso quise ser bailarina?
¿Para entrar en lo alto por esa escalera de miel?
Las chicas que bailaban eran hadas flaquitas y en la punta del pelo tenían una red, los rodetitos parecían frutas delicadas.
A la profesora de danzas no le gustó cómo subí la escalera de miel. —“Acá no se chapotea” —dijo.
A mí me encantaba pisar charcos, pero no llovía, y no tenía puestas mis botas de goma.
La música que sonaba era una lluvia y ahí entendí menos lo del chapoteo.
La música invitando a chapotear, pero yo tenía que hacer unas posiciones muy difíciles. La número cinco no me salía, a pesar de ser chuequísima.
Las hadas flaquitas bailaban por el piso de parqué, parecía que entre ellas y el suelo hubiera una capa de aire. Caminaban sobre la superficie de la luna.
Yo tenía la planta de los pies adheridos, realmente chapoteaba. Tenía razón, la profesora.
A veces paso con mi bicicleta por la casa de altos y sigo mirando la escalera de miel, todavía me dan ganas de bailar como un hada sobre la luna.
(*) Este texto de la autora de Caseros, Buenos Aires. Argentina fue premiado con un segundo premio, y conforma parte del libro: Antología Prosa Poética Homenaje a Raquel Weinstock. Su versión digital está disponible en: https://laopinionsl.com.ar/antologia-certamen/