La liga contra los cuellos y una rara manera de resolver conflictos
La Opinión, junio de 1923
Un abogado de Nueva York, el señor Leighton Frooks, ha organizado una liga cuyo fin es convencer al género humano de lo perjudicial que resulta para la salud el uso del cuello.
La campaña iniciada por el doctor Frooks ha encontrado eco en la opinión pública y la flamante liga cuenta por miles a sus adherentes.
Según datos estadísticos existen en Norteamérica 250 mil hombres y 300 mil mujeres que se dedican a fabricar cuellos. A estas cifras hay que agregar la de millares de personas de ambos sexos que emplean sus energías en el lavado y planchado de cuellos en vez, observa el jefe de la liga, de que estas actividades se empleen en otras ocupaciones más necesarias y de mayor provecho para la colectividad.
El uso del cuello, dice Mr. Leighton Frooks en una de sus proclamas, es sumamente nocivo para la salud porque es productor de graves trastornos, como el que causa impedimento de libre movimiento de los músculos aprisionados en su tela.
Obstruye, además, el paso de la sangre y la irrigación del cerebro.
No hay escritos, agrega en tono sentencioso, que haya producido con el cuello puesto obra alguna que valga la pena leerse.
El presidente Wilson, si no se despojara de la abominable prenda, sería incapaz de escribir sus magníficos discursos.
Edison tiene que quitarse el cuello para trabajar y, como estos ejemplos, podrían aducirse millares de testimonios de personas que se manifiestan contrarias al uso de los cuellos.
Curiosas maneras de batirse
El desafiarse y resolver por la fuerza bruta rencillas personales es cosa de todos los países, pero no en todas partes se llevan a efecto los duelos en la misma forma. En Canarias, por ejemplo, tienen un género de lucha especial sin más armas que las manos y que sin embargo puede ocasionar la muerte del vencido. Consiste en levantar al adversario de un modo que permite echárselo encima del hombro y enviarlo rodando, con la fuerza de una catapulta, a unos cuantos metros de distancia.
Los vaqueros del Arizona del Norte de México, cuando tienen una cuestión personal, se baten a caballo, arrojándose mutuamente sus lazos.