LA ZONA DEL NO SER
Agustina Bordigoni
George Floyd tenía 46 años y una hija de 6, que tuvo junto a Roxie Washington. Había nacido en Houston, y se crio junto a sus hermanos y primos en el barrio predominantemente negro de Third Ward.
En la escuela se destacó como jugador de fútbol y de básquet, deporte este último que le permitió ganar una beca en Florida State University. Fue en sus años de juventud donde conoció a quien sería después una estrella de la NBA, el jugador Stephen Jackson. Se hicieron tan amigos que se llamaban entre ellos “gemelos” y solían juntarse regularmente para recordar los viejos tiempos de preparatoria.
Sus allegados también lo llamaban “Big Floyd” y lo recuerdan como un ser amable y alegre. Casi en contraposición de la imagen de hombre grande y fortachón, George tenía pequeños gestos, como ofrecerse de voluntario para trabajar en los refugios de emergencia que asisten a la comunidad.
Claro que en su vida no todo fue fácil, menos en un país en el que las oportunidades se miden por el color de piel. George fue detenido en 2009 por un robo, pero en 2014 decidió cambiar su destino y mudarse a Minneapolis. Allí trabajó como camionero y seguridad de un restaurante: Conga Latin Bistro.
A George le gustaba bailar, pero bailaba mal para hacer reír a la gente. La música latina era su pasión, pero su estatura lo hacía un poco torpe para ese ritmo, cuenta su exjefe.
Como muchos estadounidenses, la crisis económica por la pandemia golpeó también a Floyd. Perdió su trabajo por el cierre de los restaurantes en Minnesota, pero se decidió a empezar de cero. Otra vez, y casi como es costumbre. Los afroamericanos en su país no solamente son los que más mueren por la enfermedad, sino también los que primero pierden su trabajo, ya que los lugares asignados en la economía a las comunidades negras y a los inmigrantes son los más vulnerables y precarios.
Eso no importaba. Era su realidad y, así como muchos otros, creció. O fue forzado a crecer. No pudo terminar la secundaria pero terminaría sus años con una nueva vida. Esa era la intención. Pero todo finalizó antes de lo previsto, y George murió en manos de un policía, Derek Chauvin.
Derek tiene 44 años y, a diferencia de George, no perdió su trabajo por la crisis del coronavirus. Él cumplía 19 años en la fuerza policial y se casó con Kellie Chauvin, una exreina de belleza de Minnesota. Tiene una linda casa, en la que ahora se lee el cartel “No puedo respirar”. En su prolífica carrera de policía tenía 18 denuncias anteriores presentadas ante el Departamento de Asuntos Internos de la delegación de Minneapolis, pero a diferencia de George nunca había estado preso.
Su carrera estaba dentro de lo normal, aunque según algunos excolegas había recibido más denuncias que el promedio. Su ahora exesposa decidió dejarlo tras la muerte de George.
Derek estaba armado, George acaso con un supuesto billete falso de 20 dólares. George terminó muerto por el odio y no por un aparente intento de fraude. Derek, el verdadero fraude, acaso si pagará la muerte con algunos años de prisión, de la que saldrá vivo y probablemente con un futuro promisorio.
Por ahora enfrenta cargos calificados como “asesinato en tercer grado”, una denominación que supone que el crimen no fue intencional, aunque George estuvo varios minutos suplicándole que lo suelte.
“El negro está marcado por el puente deshumanizante entre el individuo y la estructura creada por el racismo antinegro: el negro es, a la postre, ‘anónimo’, lo que supone que el ‘negro’ se identifica con los ‘negros’. Mientras que ‘negros’ no es un nombre propio, el racismo antinegro hace que funcione como tal, como un nombre familiar que encierra la necesidad de un conocimiento más profundo. Cada negro es, por lo tanto, irónicamente anónimo en virtud de un ser llamado ‘negro’. De modo que los negros no se ven, según Fanon afirma desde el principio, estructuralmente considerados como seres humanos. Son seres problemáticos, seres encerrados en lo que llama ‘una zona del no ser’. Lo que los negros quieren es no ser seres problemáticos, escapar de esa zona. Quieren ser humanos frente a una estructura que les niega su humanidad”, señala Lewis R. Gordon analizando la obra de Frantz Fanon, “Piel negra, máscaras blancas”.
Como la de George, el mundo está plagado de historias que no se ven. Y al ser tantas se convierten en “casos” a resolver.
Deshumanizar no nos hace superiores, nos convierte en deshumanos. No existen los unos y los otros. Existen amigos, bailarines, deportistas, madres y padres; vidas arrebatadas.
Excelente