SERÁ TIEMPO DE LAS AMAZONAS
La Opinion
El libro “El tiempo de las Amazonas”, de la escritora colombiana Marvel Moreno, fue publicado este año, 25 años después de la muerte de su autora en 1995. Uno de los protagonistas de esta historia, Luis, parece estar inspirado en Plinio Apuleyo Mendoza, por entonces un reconocido periodista de Bogotá que, junto a las hijas de Marvel, custodiaron celosamente la obra. Y es que Luis, que al principio parecía la salvación para Gaby (protagonista también de la novela y que sería una referencia a la propia escritora) pasó con el tiempo a convertirse en un personaje mezquino y tirano.
La mezquindad traspasó las letras, y, al parecer, por ese motivo, Plinio mantuvo en secreto la obra de su ex esposa, aduciendo que le faltaban algunas correcciones.
Esa escritora, cuya obra estaría guardada por medio siglo, había publicado en vida poco de sus escritos (“Algo tan feo en la vida de una señora bien”, en 1980, “El encuentro y otros relatos”, en 1992, y “En diciembre llegaban las brisas”, en 1987) pero los suficientes para que muchos especialistas y escritores la consideraran tan influyente e importante como Gabriel García Márquez.
Pionera en muchas cosas, como en ser la primera mujer en estudiar Economía en la Universidad del Atlántico, o una de las primeras en manifestar los problemas machistas en una sociedad chica como la de Barranquillas (su ciudad natal), Marvel supo ganarse sus seguidores en el país, pero a eso no pudo verlo.
Se encargó en la ficción de denunciar la injusticia, cosa que hizo a pesar de no haberse declarado abiertamente feminista: “Quizá solo yo comprendía que ese frenético consumo de hombres elegidos y devorados sin ternura ni compasión era simplemente la venganza que una generación de mujeres ejercía, sin saberlo, en nombre de muchas otras”, se lee en su libro “En diciembre llegaban las brisas”. El texto fue publicado recién en 2003 en su propio país, en el que hoy inspira a las mujeres en la defensa de sus derechos.
Su voz no pudo alzarse entonces, y en parte porque, al igual que sucedió con muchas escritoras mujeres del mundo, los medios de comunicación y los editores no estaban dispuestos a darle su lugar e importancia. Tal vez temían lo que sucedió después: sus libros se convirtieron en bestsellers.
Marvel fue silenciada también por Plinio Apuleyo, quien hoy paradójicamente recorre diferentes lugares contando la historia la escritora, pero que por 25 años se negó a publicar sus obras.
Sin embargo, si bien la voz de Moreno fue callada, la de las amazonas no. En 2018, cuando Plinio brindaba una de sus charlas, un grupo de mujeres irrumpió con camisetas en las que se podía leer: “Es el tiempo de las amazonas”.
Y es que, efectivamente, el tiempo de las amazonas por fin había llegado.
En diciembre llegaban las brisas
Marvel Moreno (1987)
Fragmento
Pero justamente en nombre de la sabiduría, tía Eloísa había renunciado desde muy joven a razonarles a los hombres. Porque ellos eran diferentes: rudos, musculosos, desordenados, su influjo nervioso les hacía actuar con precipitación, su producción de adrenalina los volvía patológicamente agresivos, la regularidad de sus hormonas les impedía conocer la gama de matices de la sensibilidad.
Por exceso o por defecto ellos se alejaban de la norma: la mujer: el ser que daba, protegía y continuaba afirmando la vida en medio del caos permanente creado por la sola existencia del hombre, (…) que valiéndose de su fuerza física se había vengado de la fecundidad femenina a todos los estadios (sic) de eso que llamaban la cultura y que en fin de cuentas se reducía a disfraces de una misma barbarie, (…) tía Eloísa, había decidido adaptarse sin dejarse en ningún momento alienar, es decir, ocupando siempre el lugar que por naturaleza le correspondía, el de reina rodeada de amantes y servidores, pero manteniendo con los representantes del sexo inferior las mejores relaciones del mundo, pues a pesar de sus defectos tía Eloísa los amaba, a ellos, los peludos, suficientes, vanidosos hombres que tanto placer le habían dado en su existencia.
(…)
Lo decía (la tía Eloísa) rodeada de sus gatos birmanos en su poltrona de terciopelo azul turquí, mientras susurraban los ventiladores que ahuyentaban el calor, el bochorno, la pegajosa humedad de la calle, como si desde su casa la ciudad no existiera o fuese un sueño o una ilusión apenas ella, Lina, abría la enorme reja de hierro de la entrada y cruzaba el jardín sembrado de ceibas centenarias, subiendo los escalones de granito que conducían a ese mundo de silencio.