LA CASA MAGA
Por Yéssica Berardi
La casa de mi tío, parecía un laberinto, y tal vez lo era. Sus paredes gigantes, las puertas siempre cerradas. No sé qué se escondía en ellas, siempre quise abrirlas pero no podía, estaban como pegadas. Cerca de la puerta de entrada había una sala; en las paredes pinturas de ángeles regordetes, y un piano. A la hora de la siesta se escuchaba un tango, “El Choclo”, mi preferido, pero no había nadie ahí, y nunca pregunté, en esa época a los niños no se les daba explicaciones.
Su hermana mayor acudía todas las tardes a tomar el té y a ver la novela con su hija, la niña invisible. Jamás pude verla, pero sí oírla. Me cantaba canciones y jugábamos al casino toda la tarde. También estaba la niña del fondo del tazón de sopa, como olvidarla, gritaba tan fuerte cuando no acababa la sopa, que no me quedaba otra que terminarla. Los demás parecían no escucharla, o se hacían los sordos con tal que la terminara de una buena vez.
Pero no hacía falta que gritara tan fuerte, yo amaba la sopa de moñitos de colores que preparaba Josefina. A mi mamá, aunque lo intentó en varias ocasiones, jamás le salió igual. La niña del plato donde comía el huevo duro nunca decía nada, tal vez a esa hora le tocaba la siesta.
Lo que más me gustaba hacer era ir al fondo de la casa, con sus calles de baldosas amarillas que circundaban todo el patio. Siempre que salía había un caballo blanco esperándome, yo me subía y aparecían sus alas, íbamos del gallinero hasta el nogal, desde el banco de cemento hasta el balcón de la casa del vecino, desde el limonero hasta la ventana de la cocina. Desde allí me llamaba Josefina la cocinera, avisándome que estaban listas las palomitas de merengue que había atrapado con su delantal y luego bañado con azúcar almidonada.
Mi tío, cuando anochecía, me recordaba que tenía que irme, él me decía que más allá de esa hora no podía permanecer segura en esa casa, yo no preguntaba, solo me iba, mi papá pasaba por mí y hasta el próximo viernes no volvía.
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De grande, la casa de mi tío ya no me pareció tan amplia, y descubrí que las puertas sí podían abrirse, y uno podía asomarse y observar. Un día lo vi a él, subiendo una escalera. Lo seguí. Él no me escuchó o simuló no hacerlo y siguió subiendo, arriba más arriba, hasta que llegó a un portón gris oscuro, de madera maciza, viejo. Lo abrió y yo fui detrás de él. De repente me vi en un lugar diferente, estuve un instante sin saber dónde me encontraba, pero después de la confusión inicial, recordé. Era el departamento que ellos tenían en Buenos Aires.
Reconocí los muebles tapados con sábanas, parecían como fantasmas rígidos. Caminé y llegué a la cocina, y los vi, él, con sus hermanas alistándose para comer. Se dieron vuelta al mismo tiempo, me miraron y continuaron. Así que fui al baño, me lavé las manos, y me senté a la mesa para la cena. Amo los fideos con salsa blanca.
Cuando crecí del todo, no volví a entrar, sus puertas se cerraron, y mi niñez quedó atrapada dentro de sus muros.
Si alguna vez pasan por su vereda en calle Rivadavia, y acercan el oído a sus muros, tal vez, si ella los deja, puedan escuchar el piano de la sala, a la niña gritona del tazón de sopa, las palomitas de merengue volando por la cocina y a mi tío Cholo en su sala de reuniones. MAGA
(*) Soy Yéssica Berardi, contadora pública y escritora. Trabajo con mi hermana en un hotel, donde hacemos eventos también. Desde chica siempre me gustó que me contaran cuentos, me los contaba mi tía Gringa, le pedía de príncipes y princesas, de animales, de hadas y así sucesivamente, pobre mi tía, era incansable. También todos los viernes a la salida de la escuela mi tío Cholo pasaba a buscarme con su hermana Morocha, para ir a su casa a almorzar y pasar la tarde con canciones que inventábamos, juegos y palomitas de merengue, siempre me decía que tenía que tomarme toda la sopa así podía ver a la nena que estaba dibujada en el fondo del tazón. Con él aprendí que la magia siempre está con nosotros, solo tenemos que buscarla: “Había una vez…”
Maravilloso cuento.
Qué lindo viajar a la niñez gracias a tus palabras tan bellamente dispuestas!!!
Hermoso cuento!!! Felicitaciones Yéssica, bellísima historia, casi puedo escuchar las palomitas saltando
me encanto sobrina¡¡¡¡¡¡¡ tan lindos recuerdos¡¡¡¡¡
Que placer para la imaginación es viajar, y poder sentir lo que transmiten los cuentos……
Maravilloso Cintia, te admiro y felicito, abrazo inmenso!!!
Bellísimo. No tuve un tío Cholo, pero si una abuela que contaba historias de nuestro pasado que ella había vivido. Yo también añoro su sopa y las albóndigas dulces.
Hermoso cuento!! Realmente me sentí dentro de la historia.
Imaginación infinita, magia pura, un placer leerte.
Increíble como con tus palabras nos llevas por tan dulce recorrido…. hermoso cuento!!
Un bello cuento que enmarca un trozo de vida. En dónde quedaron grabados vínculos en el corazón de un niño. Las miradas e impresiones de esa niña, reflejan una marca a fuego, en el alma. Felicitaciones Yessica!!!
Hermoso Yessica!!!! Me encantan tus viajes a la infancia y tu imaginación!!!! Felicitaciones!!!!!