LA PELOTA VOLADORA
Por Roberto Tessi
Más allá de aquellos juegos donde parodiaban las “tareas femeninas” como jugar a las visitas, tomar el té, coser y planchar, y obviamente a las muñecas, no había por aquel entonces mucha más variedad de juegos exclusivos para las chicas, y unos pocos compartidos como la rayuela, el tejo y la pelota voladora.
En algunas escuelas las alumnas tenían un patio exclusivo para ellas que compartían con los niñitos del jardín. Predominaba la norma estricta que dividía las escuela por géneros, a aquellas niñas que se animaban a jugar con los chicos rápidamente las lapidaban con el mote de “varonera”, y por la contraria si a alguno se le ocurría compartir un juego con las niñas, los demás lo crucificaban diciéndole “mariquita”. Las maestras, celadoras, e incluso las ordenanzas, hacían cumplir a rajatabla esta norma.
Por suerte, con la aparición de los jardines de infantes se empezaron a flexibilizar esas normas y fueron los colegios de monjas los que empezaron a permitir que los muchachitos siguieran en sus escuelas durante la primaria, posiblemente acompañando a sus hermanas… muchos años iban a pasar para que fueran mixtas sin excepción.
En aquella humilde escuela surgida del desarrollo del flamante barrio San Martín, nosotros jugábamos bastante divididos con las chicas, bajo el ojo avizor de las maestras en el patio de tierra duramente pisoteado y con una arenilla gruesa que si te caías te esmerilaba rodillas y zapatillas en forma despiadada, todos exhibíamos costras secas de sangre en aquellos lugares donde los pantalones cortos no protegían.
Jugar a la pelota voladora era la gran excepción, puesto que los equipos se integraban mixtos. Los recreos de la Escuela Raúl B. Diaz resultaban tan cortos y exiguos que apenas salían las chicas al patio y empezaban algún juego, tocaba la campana y las señoritas apuraban al grito de:
–¡A formar, a formar! ¡En silencio! ¡Terminó el recreo!
Siempre el tañido ponía un toque de urgencia a la escena, y las niñas, pese a acatar las órdenes, seguían hablando por lo bajo y pasándose papelitos como parte del cuchicheo. Ya en quinto grado les empezaban a preocupar los varones, en especial los de sexto, aunque lo negaran.
Para asombro de las chicas aquellas, y rompiendo la rutina -que de pronto se vio interrumpida por un hecho casi inusual- hizo su aparición en sexto grado una alumna nueva.
Como si fuese un extraterrestre, media escuela pasaba por delante de ella mirándola con recelo. Para colmo era rubia con ojos celestes, hermosa, hablaba arrastrando las erres, como porteña y encima se llamaba Mary Ann, y su padre era el nuevo jefe de la Empresa All American Cables and Radio, cuyo imponente edificio estaba por la avenida Mitre, llegando al ferrocarril.
Con los años supimos que esa empresa era subsidiaria de la famosa ITT que tanto había ayudado años después al golpe de Pinochet en Chile. Nada de eso se sabía en aquellos años y menos nosotros como niños.
En esos días las chicas, en los recreos, trataban de hacerse amiga de la nueva alumna, invitándola a participar de distintos juegos. Esta era habilidosa para todo: para saltar la cuerda, al elástico, en el huevo podrido, el tejo, entre otros. Nadie le podía ganar. Eso obviamente también le generó algún rencor y envidia, por lo que, en un recreo largo, después de una discusión por la propiedad de un lápiz de color, una de las chicas más reas del turno mañana la desafió a una partida de rayuela, y la que ganara se quedaría con el lápiz en cuestión.
Pese a que la nueva decía no conocer este juego, aceptó el convite y ahí nomás, a la sombra de los baños grandes, empezaron la partida: rápidamente dibujaron con una tiza la cancha y un par de piedras chatas sirvieron de tejo, muchos rodeábamos la escena con expectativa, y al cabo de dos rondas iban empatadas. La forastera era muy hábil en el arrime y para saltar antes de llegar al “cielo”, cuando de repente apareció la directora en el patio, y, creyendo que había una pelea, no quedó nadie en la escena.
Doña Modesta, la portera, con un lampazo húmedo y de dos pasadas, borró hasta el último vestigio de la cancha. El recreo había terminado y todas amigas como si nada.