Expresiones de la Aldea, San Luis

SILENCIO TORMENTA

Por Ana María Calderoni

Los estados del silencio son más que los estados de la materia. Puede ser un silencio pegajoso, adherente adhesivo, que huele a miedos y destila ansias.

Es un silencio con corona reinante, que no se evapora, se instala en las mitocondrias.

Enturbia las calles y pesa en las veredas.

Porque se fueron los pájaros y enmudecieron los grillos.

Es un silencio abandonado,

lleno de hebras misteriosas.

Silencio que respira muerte.

Es un silencio solo,

voraz, universal.

Es cobarde, está escondido.

Es de los silencios que lastiman y horadan las siestas y las mañanas.

Es de esos silencios que te pegan, es un silencio enfermo,

que le pone una túnica a la noche.

Es de los silencios que apagan la luna.

Hoy, además, está bordado de espinas.

Y está mordiendo.

Tiempos de pandemia.

Dientes apretados.

Cisnes que encuentran espacios. Flamencos que se esparcen.

Hay vida en el silencio.

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“Luz del sol de la ciudad” de Edward Hopper (1954).

El día tiene el ritmo de los diferentes silencios: espeso blanco odioso ominoso. A veces lo disfruto. Soy como una Estocolmo del silencio.

Hay una belleza inmóvil en el silencio, intocable aunque te vista de limones o te envuelva con moños. He aprendido a dialogar con el silencio a través de los limones, tenemos largas y ácidas reflexiones, así alejamos los demonios, aunque la liviandad de los sortilegios permanece.

La disyuntiva es: ¿mirar la realidad a través de la pantalla, de la radio, de las redes y estresarse? ¿O no mirar y solo mirarse? He probado ambas realidades. Igual sigo con los dientes apretados. Desapareció para mí la inconsciencia del vivir. La distorsión del tiempo contribuye. Dientes apretados con DNI par o impar. Doy la orden de no morder, pero hay desobediencia constante.

Ordeno mi ropa. ¿Ordeno mi vida? No. Mi vida es igual de desordenada.

Hago comidas. Como. ¿Me como el tiempo que usé para prepararla?

Afuera hay un virus. El tiempo me saluda mientras impido que el virus entre a mi casa.

Pero tengo el virus de la existencia. Ese lo tenemos todos los vivos.

(*) Ana María Calderoni, de San Luis. Hoy vivo. Desciendo de guerras lejanas. Nací con la tele y los antigérmenes. Estrené la mini, me dibujé las pestañas, me vestí de batik. Amo Imagine. Tengo la impronta feminista. Víctima viva de la cultura del matrimonio y de la divina maternidad. Veo, impotente, como nos callan aún, entre fuegos, sogas, balas y cuchillos. Hoy vivo en el júbilo de mis propias pautas. Vivo algo lejos de las convulsiones del mundo. Hoy regulo mi propio anarquismo.