EL ARTE EN TIEMPOS DE DEUDA
En momentos en los que las negociaciones por las deudas externas de los países se vuelve un tema crucial para las economías pospandemia, vale recordar algunos ejemplos de la historia contemporánea. Una época, además, en la que se presentaban crisis similares a las que se viven en el presente y se esperan en el futuro próximo.
El economista británico John Maynard Keynes, tan citado también en la actualidad en la que se discute la necesidad de una mayor presencia e intervención del Estado en el mercado, era, además del impulsor de esta idea, también un coleccionista de arte: dejó tras su muerte 135 obras, que fueron donadas a la Universidad de Cambridge.
Y su afición por el arte también se trasladó a su campo de estudio. En el contexto de la Primera Guerra Mundial, tanto los Estados Unidos como Reino Unido le habían prestado dinero a Francia, generando una deuda que al menos a corto plazo parecía imposible de cobrar.
Keynes entonces propuso lo siguiente: que el gobierno de su país comprara obras de arte devaluadas por el contexto de la guerra (un contexto en el que las subastas se producían en medio de los bombardeos alemanes) pero que tendrían gran valor después, con lo que estarían cubiertos –por decirlo de alguna manera– los intereses.
El economista británico John Maynard Keynes, tan citado también en la actualidad en la que se discute la necesidad de una mayor presencia e intervención del Estado en el mercado, era, además del impulsor de esta idea, también un coleccionista de arte: dejó tras su muerte 135 obras, que fueron donadas a la Universidad de Cambridge.
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Fue en esas condiciones de la historia en las que se produjo un hecho curioso: en medio de la Gran Conflagración, en 1918, un famoso cuadro de Paul Cézanne terminó tirado en medio de la ruta. Se trata de la obra “Pommes” (“Manzanas”), que hoy también es exhibida en Cambridge. Keynes había pagado el cuadro, aunque no muy convencido, con su propio dinero.
Luego de un intenso viaje para participar de la subasta y al llegar a Charleston Framhouse –una emblemática casa en donde se reunían los integrantes del círculo de Bloomsbury– Keynes dijo: «Si quieren bajar a la carretera, encontrarán un Cézanne justo detrás de la verja». Y es que por el camino el auto de Austen Chamberlain (el político británico que se ofreció a llevar a Keynes) quedó atascado en el barro por lo que el economista no alcanzó a acarrear todas las obras adquiridas.
El cuadro de Cézanne fue recuperado 24 horas después, horas en las que estuvo al alcance de cualquiera.
Tal vez, durante la noche, los miembros del círculo Bloomsbury estuvieron pensando en el cuadro, sobre todo porque se los reconocía como un grupo de intelectuales que «pintaban en círculos, amaba en triángulos y vivían en manzanas».
Paul Cézanne, autor del cuadro, y cuyas manzanas se convirtieron en un elemento recurrente a lo largo de su carrera, fue menospreciado en vida pero muy valorado después de su muerte. Tal vez por eso su obra terminó en la calle y tiempo después expuesta en las más importantes galerías del mundo.
La mesa de Cézanne
Poema de Lynn Coffin
Nada podría ser más simple o más apetecible. Una linda merienda dispuesta sobre una mesa de madera: un cesto de manzanas, una botella de vino, un plato de galletas (¿o bizcochos?) apiladas sobre un plato. Desde luego, algunas manzanas han salido rodando del canasto (inclinado, percibes, en equilibrio precario sobre la mesa) hasta llegar al mantel, que cuelga del borde de la mesa que, descubres con retraso, está hecha de forma extraña. (¿Habrá manzanas en el suelo?). El vino no está descorchado y no hay un abridor… al menos ninguno que puedas ver. Y, ¿cómo fue que esas galletas (¿o bizcochos?) llegaron a amontonarse así, las dos de arriba paradas, como si desaprobaran groseramente la arquitectura moderna? Empiezas a ver dónde hay cosas imprescindibles que faltan en la mesa además del abridor de vino… como una copa, una silla. La fruta en el extremo derecho de la mesa luce como una pera, no tan redonda, más estable que sus parientes. Pero ¿cómo las frutas podrán haber salido rodando del cesto hacia la mesa y llegar a poblar un mantel que a veces las recubre con pliegues astutamente tendidos, orquestados, como un mar de espuma congelada? ¿Y qué impide que el canasto resbale hasta venirse abajo sobre la mesa? Alguien ha organizado esta escena… y no para invocar el acto de comer o de beber. Un ligero movimiento sería suficiente para echar abajo el canasto, derribar la botella llena, que va a aplastar las galletas, a caer sobre la mesa y a quebrarse contra el suelo entre manzanas desparramadas, disuelta en añicos como brotes de cristal: un vino oscuro como sangre va a derramarse. Esta mesa nos alerta como una trampa: todo está en equilibrio hasta que alguien hace por moverse.
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de Paul Cézanne. 1889