Expresiones de la Aldea, San Luis

LOS NIÑOS MAGOS

Por Viviana Bonfiglioli (*)


Entre las profesiones que quedaron fuera al elegir las que ahora ensayo, quedó la de maga. Creo que desde los doce años buscaba trucos en las revistas, para reproducir o recrear. Alguna vez me regalaron un kit de mago que terminé agotando en poco tiempo. Y agotando también la paciencia, la sorpresa, el material. El público.
Con el tiempo noté que los mejores espectadores tienen de dos a seis años. Menores no porque para ellos el mundo es pura magia y es imposible asombrarlos, mayores tampoco porque a todo le buscan el funcionamiento.
En una oportunidad, con las indicaciones de una revista semanal, Billiken, armé una cajita de cartulina. En ella aparecía y desaparecía, al toque de mi varita, una moneda. Su doble fondo no podía alojar otra cosa que no fuera algo chato y liviano. El truco era monótono, pero generaba alguna admiración.
La cajita fue objeto de un ataque vandálico de mi hermano menor, en respuesta a alguna pelea que habría quedado despareja. Y nunca más la pude duplicar, no encontré la revista, y no recordaba cómo hacer ese pliegue en la cartulina que producía la asombrosa desaparición.
Pasó el tiempo, yo desarrollé una pulsión por coleccionar cajitas.
De grande me propusieron dar Artes Plásticas en el nivel inicial, para niños de cuatro años.
Se me ocurrió presentarme con algún obsequio, así que puse en una caja algunos caramelos.


“La malabarista (la maga)”, por Remedios Varo. 1956

Les dije mi nombre y ellos me dijeron los suyos, luego tomé aquella caja construida por mí: cúbica, de cartón grueso, pintada en sus seis caras con seis peces de colores sobre un fondo turquesa. Me arrodillé sonriente, ellos estaban sentados en el suelo sobre una alfombra. Les acerqué la caja, abrí la tapa y sin mirar su interior oscuro y opaco, les pedí que cada uno sacara un caramelo. Ellos miraban el interior de la caja y me miraban el rostro. Con pena, o con rabia. Hasta que uno dijo:
 – Pero si no hay nada.
Yo hice mi representación: primero me sorprendí, luego verifiqué aquel vacío inesperado, luego mostré una especie de desazón y finalmente hice como que recordaba algo y les dije:
– ¡Ah! esta caja siempre hace lo mismo. No sé cómo, pero me esconde todo. 
Luego, pregunté si alguien sabía alguna palabra mágica para resolver este problema.
Sin dudarlo, todos a la vez aportaron algo, a los gritos. Yo la abría, y nada. Los niños empezaron a retirarme su apoyo, entonces les pedí que las palabras mágicas fueran susurradas. Mientras ellos empezaron a bisbisear sus abracadabras yo giré mi caja de manera inadvertida y con toda la desesperanza acumulada, abrí una tapa idéntica, pero opuesta.
Y aparecieron al unísono quince caramelos y quince magos de ojos desorbitados.

(*) Coordinadora desde hace dieciocho años del Taller Literario Silenciosos Incurables, escritora, pintora, madre de Martín, Florencia, Rocío, Paula. Le gusta reunir en una misma mesa: libros, comida casera, gente que sabe reírse de sí misma y escuchar anécdotas, historias de vida; asomarse a otras versiones del mundo. Agradece haber nacido en San Luis y recomienda recorrerla en bicicleta, despacio, para que su belleza tenga tiempo de asentarse en las pupilas.